martes, 21 de febrero de 2012

Orlando Araujo en mis tres tiempos

 
David Figueroa González
Apenas brotabas
por ti esperaba soñando.”

Orlando Araujo
La vida es sin duda la Universidad más grande que el hombre puede llegar a tener.Tal aseveración la hago en base a vivencias propias y anécdotas ajenas, claro que los estudios formales, grados, posgrados y doctorados, también tienen su valor y ponderación, pero, para realizarlos hay que estar vivo, por un lado y por otro ser vivo. Acá es donde esa “gran Universidad” nos separa de los que están vivos pero no han vivido, ya que las oportunidades para la superación o el éxito en muchos casos la pintan calva, claro está, como diría Miguel Ángel Cornejo para lograr el éxito se necesitan tres factores: la oportunidad, la preparación y cierto grado de suerte.
El año 1992 en mi vida fue realmente de altos y bajos. Participé en la asonada golpista del 4-F, cuando era estudiante de Economía en la Universidad de Carabobo; ese mismo año cuando las mareas bajaron, me retiré de

jueves, 2 de febrero de 2012

El blog de Kafka

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Carlos Yusti

Retrato de Franz Kafka


Siempre se vuelve a los escritos de Franz Kafka. En sus diarios y anotaciones sueltas en cuadernos se encuentran frases, visiones sobre la literatura y algunos sueños que ofrecen el perfil de un individuo entregado a la escritura, de un hombre atrapado en esa sutil reseda de esa realidad otra, en la que todo sufre un trastrocamiento y se llena con una baba irreal en la que el tiempo, los días y los objetos tienen una apariencia blanda fantástica, una realidad gelatinosa que parece desplazarse de puntillas y que conspira con ese mundo vulgar y endurecido de la cotidianidad.
En sus diarios hay algunas pistas sobre su existencia en función de la escritura, su vida diaria, en los mínimos detalles, pasada por el cedazo de esa percepción que irremediablemente desemboca en la anotación fugaz, en un relato o en una novela. La minucia sin valor, lo irrelevante o lo trascendente de la existencia pasa a formar parte de una comentario nervioso y al vuelo, persistente; de esa minuta sin tregua incluso cuando no hay nada que escribir, por paradójico que resulte. Por ejemplo anota en su diario: “Tan abandonado por mí, por todo. Ruido en el cuarto de al lado”. Otro día garrapatea: “1 de junio de 1912. No he escrito nada”.
Escribir un diario es exponerse, exhibirse como si de una vidriera formada espejos se tratara, para que los otros se vean en dichos espejos y traten de redimirse. Por supuesto que husmear en los diarios de otros escritores es una actividad subalterna y es más digna para el diván del siquiatra. Hoy los diarios personales tienen su equivalencia con el blog. Tanto el uno como el otro participan de esa intimidad que se exterioriza sin cortapisa, escritos en solitario (guardados con celos o dejados en la red como quien arroja una botella con un mensaje dentro al mar), pero pidiendo a gritos que alguien los lea, que cualquier otro desdichado atrapado por la literatura escudriñe en ellos, sin importar el asunto freudiano colateral.
En Kafka sus anotaciones dispersas y sus diarios sólo subrayan su condición de escritor anómalo (aunque muchos escritores que he conocido, sin ser Kafka en cuanto a escritura claro, sólo se quedan patinando en su condición de escritores metidos en su rol, algo desaliñado, de extravagantes). Kafka pactó con la literatura para convertirse en una especie de secretario de la condición humana desde el absurdo y lo inusitado. No fue al encuentro de lo extraño y rarofilo por pose o moda, sino que muchos factores conspiraron para que su trabajo literario se enfocara hacia temas nada comunes, pero con el componente subyacente del hombre azotado y vapuleado por la existencia sin razón aparente.
La metamorfosis. Portada primera edición 
Siguiendo en este peregrinar por los diarios de Kafka, o su blog personal, me encuentro con este texto:30 de agosto de 1912. Esta tarde, mientras estaba acostado en la cama, alguien hizo girar rápidamente una llave en la cerradura; durante un instante tuve cerraduras por todo el cuerpo, como en un baile de disfraz; aquí y allá, con breves intervalos, abrían o cerraban una de las cerraduras”. Aparte de estas anotaciones, poco comunes, sus escritos del día a día están plagados de sueños, cartas, aforismos, lecturas, etc. Muchas notas se orientan hacia los pormenores de la escritura y ese forcejeo constante por escribir, por llenar páginas y páginas con algo que valga la pena. Nunca estuvo seguro de lo que escribía, quería escribir con tal perfección que a veces dudada de estar a la altura para semejante tarea. Gustav Janouch recopila un hecho que expone la relación de Kafka con la escritura y su fingimiento. Este se encontraba en su estudio, sostenía un libro en blanco, dijo exasperado: “¡Sí, un libro! En realidad no es más que un simulacro hueco y vacío. Está encuadernado con piel artificial. Aunque mejor dicho, en él no hay rastro ni de artificio, ni de piel. Todo es papel. (…) ¡Dentro no hay nada, absolutamente nada! (…) ¿Se me está queriendo insinuar algo con esto? ¿Qué significa este libro que no es un libro?”. Un libro que en su aspecto externo lo es, pero en cuyo interior no tiene nada escrito señala un poco su condición: por fuera, sentado escribiendo, produce la sensación de ser un escritor, pero por dentro no hay nada. Un poco como Jack Torrance, aquel escritor de Kubrick/ Stephen King, de la película “El resplandor”, que como un poseso escribe y va llenando hoja tras hoja con una sola frase: “Todo el trabajo y nada de juego hacen de Jack un chico aburrido”. Pero para Kafka la escritura no era un simulacro, ni un sencillo juego: “Todo cuanto no es literatura me hastía y provoca mi odio, porque me molesta o es un obstáculo para mí,…".
Kafka. Sofía Gandarias
Por casualidad me topé con los diarios de la poeta Alejandra Pizarnik, quien tampoco se tomó eso de la escritura como pasatiempo para ser feliz o para que sus amigos la quisieran más, sino que para ella fue una actividad torturante y metódica. Por supuesto tenía devoción/obsesión por los diarios de Kafka, era su Biblia, según sus propias palabras, manoseada, percudida y con infinidad de anotaciones al margen. Ella escribió con esa claridad tan oscura en su diario: “No es la vida lo que me molesta; son los detalles”. Aunque en un poema la poeta vislumbró algo con respecto a Kafka y a ella misma: “…pero le paso (a Kafka) lo que a mí:/se separó/fue demasiado lejos en la soledad/ y supo -tuvo que saber- / que de allí no se vuelve / se alejó -me alejé-/ no por desprecio (claro es que nuestro orgullo es infernal) / sino porque una es extranjera/ una es de otra parte, (…)”
En una de las anotaciones finales de su diario Pizarnik escribe: “No olvidarse de suicidarse”. Días después, efectivamente, lo recordó con fría precisión. Kafka no se suicidó, murió de tuberculosis, no había cumplido los 40 años. No obstante al final pidió a su amigo Max Brod que arrojara al fuego todos sus escritos, que era como una especie de suicidio ya que la escritura, que tanto desvelos y revelaciones le había deparado, era lógico que acabase convertida en cenizas, sólo que su amigo no tuvo la firmeza para cumplir con el mandato final de su amigo y Kafka sigue en la oscura eternidad de la literatura, en el rincón de una fría habitación soñando como sus escritos arden y vuelan por el aire convertidos en pequeños pájaros negros, mientras alguien gira todas las llaves y abre las cerraduras de su cuerpo.

viernes, 13 de enero de 2012

Espacio privilegiado de la imaginación

Antonio Skármeta




Soy un romántico perdido admirador del libro de papel, así como de las inscripciones que han hecho culturas desaparecidas en las cavernas o en pergaminos ancestrales. Y sin embargo, entre los escritores contemporáneos, pertenezco a la rara especie de aquellos que no abominaron de la televisión y durante más de una década hice programas en Latinoamérica – con más imaginación que dinero – que, trasmitidos muy tarde de la noche, en muchas ocasiones se ubicaron entre los diez programas más vistos en las estaciones que los trasmitían en Latinoamérica.
Esto no sólo es atribuible al espíritu del realismo mágico que caracteriza buena parte de la literatura latinoamericana y que tiene su sumo pontífice en el Premio Nóbel Gabriel García Márquez, sino en mi convicción profunda, adquirida en la infancia, de que los relatos escritos pueden dar un destello más intenso si recuperan la alegría original de la oralidad. Esta convicción no me vino de la lectura de antropólogos, ni de Levi-Strauss ni de Foucault, sino de rústicas experiencias aldeanas compartidas con mi abuela cuando era un niño de ocho años y luego con mis amigotes en un barrio de Buenos Aires cuando tenía once o doce.
Mi infancia fue un largo idilio con la radio y mi primera experiencia con relatos que carecían de todo soporte material. Cuando mi abuela tejía interminables chalecos después del almuerzo, me pedía que me quedara sentado a su lado, mientras ella oía horribles melodramas radiales con música patética y episodios escalofriantes. Se apasionaba de tal manera por esos seriales radiofónicos que se irritaba si alguien le hacía una pregunta o sonaba el teléfono.
Y comentaba con furia la torpeza de los protagonistas que no eran tan decididos como ella para actuar.
Por ejemplo, recuerdo una serial en que capítulo a capítulo dos bandidos intentaban robar el anillo de diamantes de una mujer aristocrática que valía un millón de dólares. Pero cada vez que estaban a punto de birlarle el anillo de su dedo, algo pasaba: entraba la criada a la habitación, su marido se acercaba a besarla, la mujer cerraba el baño al ducharse. En una ocasión, los bandidos le meten en la sopa una pócima de estupefaciente para hacerla dormir, y cuando la dama cae tendida al suelo, intentan sacarle el anillo. Pero éste estaba tan apretado que al cabo de diez minutos de esfuerzos tienen que huir sin poder llevarse la joya. Mi abuela, que amaba las emociones fuertes, me dijo indignada en español con su acento croata: “¡Qué bandidos más estúpidos! Lo que tienen que hacer es traer hacha, cortar dedo mujer rica y llevarse anillo y dedo”.
El momento inaugural de mi vida de escritor
En el pueblo la electricidad no era muy estable. Y había muchos cortes de energía que impedían que se mantuviera encendida la radio. Mi abuela se indignaba, pues ocurrían a veces en el momento culminante de la acción melodramática. Y entonces me decía: “A ver, Antonio, ¿qué crees tú que está pasando ahora mismo?” Y yo, con muchos gestos y ritmo acezante, le iba contando lo que me imaginaba, por cierto con acciones tan descabelladas como las que le gustaban a ella. Mi abuela asentía y seguía tejiendo, clavando su mirada en el techo como si allí ocurriera la acción que yo le narraba.
Y un día sábado en que sí había electricidad y la radio funcionaba con el melodrama a alto volumen, mi abuela la apagó y me dijo: “Antonio, mejor cuéntame tú”. Yo estimo que ése es el momento inaugural de mi vida de escritor profesional: ¡sin soporte de ningún tipo!
Un rato de lectura. Ivan Kramskói. (1837-1887)
Como ustedes comprenderán, haber satisfecho las ansias de la fantasía de una abuela era una invitación contundente a desembocar en la inestable condición de escritor. La aprobación de la anciana de mis “complementos” dramáticos me resultó más valioso que un PHD en creative writing de Harvard.
Ser escritor para un adolescente chileno en esa época no podía ser sino ser un escritor norteamericano. ¡Y en New York! Trepar a la terraza del Empire State Building con una preciosa chica rubia en la mano, como lo había hecho King Kong. Allá en la gran metrópolis del mundo estaba toda la excitación necesaria. Había que volcarse al camino, a vivir on the road, como lo hacían Kerouac y sus poetas beatniks.
Siendo yo un escritor que aprendió amar la literatura sin ningún soporte material – como no fuera la voz humana y acaso el silencio del desierto -, no le temo a ningún tipo de aeropuerto donde aterricen las fantasías. Para mí el problema de la literatura no es el tipo de soporte, sino la falta de lectores. Si hago el elogio del libro de papel con entusiasmo, es porque hasta ahora éste ha sido el vehículo que me ha permitido contactarme con lectores en más de treinta lenguas. Pero también lo han conseguido los filmes hechos sobre mis novelas y hasta las operas que las han cantado.
No temo pues a las transformaciones: al contrario, las aliento. Trabajo con ellas. Sé que cualquiera que sea el soporte de las cartas que le lleva mi cartero a Pablo Neruda, la emoción que tendrá el lector del libro, del I-Pad, del E-Book, el espectador de la pantalla de cine o de los escenarios teatrales, será la misma.
La literatura es mucho más que información
He estado consultando las estadísticas acerca de la cantidad de lectores de libros en sistemas electrónicos y noto que hasta el momento el mercado de éstos en mi lengua, el castellano, es enormemente inferior a los de habla inglesa.
Sin embargo, quiero proponerles una consideración que me hace pensar que el soporte de papel de la literatura, el libro, es un objeto tan sofisticado que, al menos en lo que llamamos las bellas artes, convivirá con los nuevos soportes y hasta me pregunto si no lo hará con alguna ventaja. Mi argumento: las pantallas hoy son la herramienta fundamental de trabajo de la humanidad.
En cualquier lugar del planeta la mayor parte del tiempo laboral transcurre entre los fogonazos estridentes o atenuados – según la calidad del aparato – de los ordenadores. La electrónica, en primer lugar, está asociada al trabajo. Doblega nuestra vista, nos agota la atención. Es nuestro jefe.
Claro que también es el espacio privilegiado de comunicación entre la gente que se siente ligada con su uso. Pero no es menos interesante que las formas más populares de expresión entre los viajeros de la red de internet sea el mensaje abreviado, minimalista, conciso. El de la información. Twitter.
Pero justamente la literatura es mucho más que información. Un libro científico es un caudal de informaciones, y los textos de estudio son sólo eso: información que hay que entender, aprender, dominar y aplicar.
Mas la literatura no tiene nada que ver con estos criterios pragmáticos. La literatura es justamente el regodeo en la palabra, en las imágenes que abren la mente hacia zonas no codificadas por el lenguaje de las ciencias. Para decirlo de un modo impreciso pero rotundo, la literatura de creación, narración o poesía, perteneciente al ámbito del placer más que del trabajo.
Creo que ese factor psicológico – de evasión hacia lo otro – pondrá a salvo al libro de la voracidad de la información. De quienes le dan y de quienes le piden. Claro que es posible comprar un DVD y ver el último filme premiado en Cannes en la pantalla del televisor de la casa. Pero aún vamos al cine. Claro que nuestros sentimientos profundos de religiosidad permiten un diálogo íntimo con la divinidad en un rezo, pero entramos a los templos y participamos en los ritos. Claro que podemos decirle palabras de amor a la amada por teléfono o por mail, pero buscamos encontrarla y vamos tras sus labios con nuestro beso. Claro que podemos trabajar todo el día en Wall Street reventándonos las pupilas en las transacciones de la Bolsa y en la noche ir a ver un filme magnífico donde nos muestren en tres dimensiones las playas de Tahití y las bellas mujeres que pintó Gauguin. Pero lo que realmente queremos es estar en esas playas, ver esas pieles, disfrutar aquella brisa, vivir no de un modo vicario el placer sino la plenitud. Nadar en las templadas aguas de ese mar cobalto.
Una buena convivencia
Cualquier discusión sobre el futuro del libro debe tomas en cuenta que el relato llevado al papel – de los antiguos pergaminos hasta las impresiones actuales – ha generado prestigiosos espacios de comunicación., tales como librerías, bibliotecas nacionales o municipales, clubes de lectores y que sus formas se vinculan con otras artes que hacen del relato impreso y encuadernado un objeto único: por su diagramación, las ilustraciones, las portadas, la gente que se convoca en torno a él en espacios públicos.
La aparición de un libro exitoso provoca la admiración colectiva simultánea: es un acontecimiento cultural. Dudo que la fantasmal aparición de un relato en la soledad de un soporte electrónico privado tenga la efusiva gracia del nacimiento de un texto en papel.
Leyendo. Gerhard Richter (1932-        )
Es evidente que hoy cuando nos sentamos frente al televisor en nuestras casas tenemos a nuestra disposición muchos programas en muchas lenguas y que el zapping nos puede llevar a cualquier lugar del mundo. Pero siempre nuestra primera opción es la información local, aquella intimidad y pertenencia que nos dan los rostros cercanos, los acontecimientos de nuestro país que son la agenda de nuestras conversaciones y discusiones de la vida cotidiana.
No veo cómo el libro electrónico pueda conseguir esa aureola de simultaneidad admirativa y atención colectiva que provoca la firmemente estructurada industria editorial y sus redes de difusión desde las librerías a la prensa. Quiero enfatizar con esto que la publicación de un libro en la modalidad existente es un acontecimiento cultural que pone esa imaginación extravagante, que es la fantasía de un escritor, en la agenda colectiva de la gente.
De allí que mi apuesta es por una larga convivencia de distintos tipos de soportes: los electrónicos serán fieles aliados de la investigación, la información, el “trabajo” intelectual, el contacto “solitario” con un relato. Los soportes en papel seguirán siendo el espacio privilegiado de la imaginación no utilitaria, de la combinación de artes que se expresan en el objeto libro.
Y por cierto la noble tarea que ya las instituciones más dedicadas a la cultura universal han iniciado de crear las bibliotecas virtuales es digna de todo elogio. Que ellas pongan al alcance de la gente todo el magnífico saber de la humanidad desde que lo relatos se hicieron signos es un acontecimiento que celebramos con júbilo porque esa información se expandirá e influirá en la vida de millones de personas haciéndolas más informadas, sensibles y, consecuentemente, más libres.
Si el libro de papel ha de sobrevivir y convivir con la masiva celeridad de la difusión de libros por la Red y los E-books, los grandes espacios de circulación han de activarse para hacerse más acogedores. No es raro que si se ama un libro, uno quiera regalarlo. El libro de papel es el objeto ideal para hacerlo. Al lugar común de que el cine no mató al teatro, de que la televisión no mató al cine, o de que las excelentes reproducciones no hundieron a los museos con sus originales, puede agregarse algo que detecto en los distintos idiomas y continentes por los que me muevo: hay un ansia en la gente de intimidad, de estar cerca del artista y la obra de arte, de huir de la experiencia chirriante y estridente, de estar VIVO en VIVO, en medio de los acontecimientos.
Hay un apetito por evadir los intermediarios. Se podrá decir que esta tendencia es minoritaria, pero creciente.
No se equivocan quienes dicen que los libros concentran una comunicación más íntima con el lector, menos mediatizada. No hay que hacer ningún clic para llegar y sumergirse en él. Que nuestro sueño más preciado sea la intimidad con el arte, con el artista, con el silencio reflexivo que nos deja haber entrado en el mundo de la creación y haber salido de él inspirados para abordar la vida con más gracia y alegría.
Hasta ahora el libro de papel es el medio más próximo, el menos efímero, el más concreto, el más sensual, el más visionario, y hasta aquel que desprende el mejor aroma: el de la tinta bendita derramada sobre la página.

Cortesía El Correo de la UNESCO
Octubre-Diciembre 2011

lunes, 2 de enero de 2012

Pre-historia de unos textos invisibles


Ileana Ruiz

Paraguaná, 29 diciembre 2011

Pintura Rupestre. Cuevas de Altamira
Amanda.  Michelangeli,  era más largo el apellido que toda Amanda, cuarta hija de Maruja y Fabián. Llegó a mi vida a sus dos años y piquito. Ella misma parecía un piquito de tan chiquita que era toda salvo sus ojos. Entró al salón de preescolar acompañada por toda la familia y a la hora de la despedida las lágrimas empezaron a llenarlos como pozos sin que jamás los desbordaran. Creí que a mí se me partiría el corazón al llevarla cargada a ver unas fotos (a ver si ella veía porque lo que era yo tenía la vista nublada por completo) mientras la familia se marchaba. Al cabo de un año escolar la directora debía evaluar su motricidad gruesa y fina para decidir su cambio de nivel. En preescolar, el caminar sobre las distintas piezas de troncos o cauchos,  sorteando en equilibrio la dificultad de desniveles y variadas formas es un ejercicio obligatorio tal y como aprobar matemáticas o lengua lo es en la escuela primaria. Amanda sabía dibujar conservando los márgenes pero en el parque se mostraba insegura. Cuando la subí al primer obstáculo, Amanda me miró con terror y sus pozos visuales volvieron a anegarse al elevarse el nivel de las aguas internas. Saqué mi bolígrafo y se lo di: Mandy, agárralo bien duro y camina. Las lágrimas desaparecieron tragadas por el sumidero del alma. Amanda se aferró al bolígrafo como si fuese lo más seguro y estable sobre la faz de la tierra y se desplazó sin tropiezos por la hilera zigzagueante. Al final de la misma movió el lapicero como si se tratara de una batuta y, sonriendo, saltó al piso. Por si quedaba algún atisbo de duda acerca de su madurez motora, vino hacia mí saltando y, con una gran reverencia, me devolvió el bolígrafo.

Albert Anker (pintor suizo, 1831-1910): Un niño escribiendo (1875)
Alfredo. Fue mi compinche en la infancia. No tenía inconveniente en andar a cuatro patas por toda la casa llevándome en su espalda cuando jugábamos a Clarence, el león bizco de Daktari. También montaba en triciclo y jalaba un mecate del cual yo me sostenía haciendo piruetas con patines imaginándome que esquiaba en agua o me enseñaba a lanzarme y barrerme quieta al robarme una base. Se comía sin protesta mis experimentos culinarios y con la misma paciencia me explicaba los acertijos matemáticos de El hombre que calculaba. Desde niño es el hombre más inteligente y estudioso que conozco. Pero no le gusta escribir nada. Sufre, de verdad sufre cuando debe redactar algo. Cuando yo estaba en cuarto grado y él en tercero aprendí a falsificarle la letra y le hacía la tarea. En verdad, él la hacía: leía las instrucciones, me explicaba qué era lo que tenía que hacer, me daba las orientaciones generales y me dejaba escribiendo mientras él se iba a leer. Por ese tiempo mi papá me regaló un bolígrafo Paper Mate, todo un lujo para una chama de barrio como yo pese a que aún no se había inmortalizado como herramienta de limpieza utilizado para barrer por María Antonia (aquella loca de remate que según Mujica debe ser prima hermana mía o algo así). Con ese bolígrafo hacía mis tareas y, por supuesto, las de Alfredo. Pero llegaron los exámenes finales y Alfredo estaba nerviosísimo porque si bien había estudiado mucho durante todo el año, no había escrito nada. Esa mañana, antes del ritual de despedida (los hermanos y hermanas Ruiz nos abrazamos y besamos diciéndonos algo bonito y, como somos nueve y muy parecidos entre todos y todas y, para colmo, en el procedimiento a veces se nos olvida si ya nos despedimos de alguien y volvemos a despedirnos  no importa si está repetido, mis panas ante algo cercano a la eternidad dicen que es más largo que despedida de Ruiz), lo tomé por los hombros y entregándole el bolígrafo le dije: Mira, chamín. Este es un bolígrafo mágico: tú nada más lo pones en la hoja de examen y te concentras y él se acuerda de todo lo que yo escribí. Les puedo jurar que la magia existe: Alfredo sacó veinte puntos en todas las materias. Hoy en día cuando debe presentar algún informe sobre la situación de derechos humanos en Venezuela ante algún Comité Internacional me pregunta: Ile, ¿no tendrás algún bolígrafo que me prestes?

Boris. Es mi hermano incomprensible. Exquisito para todo pero igualmente contradictoriamente abandonado. Tiene una vajilla de colores que combina con la carpa cuando se va de campamento y una alfombrita que coloca a la entrada de la misma para limpiarse la tierra de los zapatos al entrar pero luego se distrae tratando de atrapar en la boca cotufas enmantequilladas dejando un reguero de maíz tostado en aceite por todos lados;  se compra todas las cremas y menjunjes de la cosmetología moderna y se las pone cada una en la parte apropiada del cuerpo que no ha bañado con agua dulce en diecisiete  días al apostar conmigo a quién era capaz de permanecer salado por más tiempo durante unas vacaciones en las que nos dio por recorrer todas las playas del oriente del país (yo gané porque en el día dieciocho él sucumbió ante unos surtidores que regaban el césped de una casa en Güiria mientras en cambio yo me duché fue a los veintidós, en Caripe del Guácharo para quitarme el guano de la cueva); escucha música clásica y vallenato; se viste con trajes hipercarísimos con todo y corbata con zapatos de goma en el último estado de lo rosqueado. Cuando vivía en estaba pendiente de descubrir sitios nuevos para llevarme a comer desde perros calientes asquerositos hasta la más sofisticada comida mongolesa. Una vez estábamos comiendo conejo al salmorejo y en la mesa de al lado a un niño se le quedó atorada una semilla de durazno en la garganta. Pese a todos los esfuerzos que hacían los padres y Boris, la fulana pepa se negaba a salir. El chamo se estaba asfixiando. No sé de dónde me vino la idea. Saqué mi bolígrafo (el mágico no, otro), lo abrí por la mitad y dejando solo el cilindro de la punta se lo tendí a Boris: hazle una traqueotomía. Boris ni me miró: sujetó al niño entre sus rodillas inmovilizándolo y le clavó el tubo en la garganta. Un sonido milagroso del aire entrando y saliendo de sus pulmones se impuso sobre el griterío. Llegó una ambulancia y los médicos felicitaron a Boris por el procedimiento. Tranquilos- dijo- soy pediatra. Fue, se lavó las manos y se sentó a terminar su conejo.

Karibe. Caminábamos a la orilla de la playa dejando que la espuma de las olas jugara con nuestros pies. No me atrevo a escribir ni una letra en presencia del poeta Karibe. Basta que esté conmigo en una habitación para que yo me inhiba por completo. El texto terminado sí se lo muestro, pero el proceso de elaboración no. A nadie. Es que hay unos textos invisibles- le dije esa tarde- que no se pueden descifrar. Están presentes en cada escrito, danzan a su alrededor, susurran entre líneas, pareciera que quieren asomarse entre los signos de puntuación, son celajes de luna nueva que mengua en pleno creciente. ¿Cómo te explico?  No se puede. Aunque ¿de cuántos espantos nos hemos salvado, de cuántas sinrazones nos hemos librado, cuántos oráculos de muerte hemos exorcizado al aferrarnos con furia o pasión a un débil bolígrafo? Esta espuma que parece efímera es el resumen del impetuoso mar. El poeta se detuvo y me pidió: Escríbelo. Escribe esos textos invisibles.

Ileana. Frente a la Bahía de Amuay saco mi bolígrafo desechable y mi libreta del Segundo Aniversario de Todosadentro (todavía me queda una). Escribirlos. Esos textos invisibles son ahora mi tarea.

martes, 27 de diciembre de 2011

LA FÁBULA DE PÁLMENES

-acercamientos a su poesía-
Karelyn Buenaño
Pálmenes Yarza
La poesía en Venezuela, cada vez más vigorosa y diversa, debe parte de su fuerza expresiva a los aportes de escritores apenas leídos, y menos conocidos que otros autores de su mismo contexto, madurez y trascendencia. Por esta razón, hacemos un esbozo sobre la obra de la escritora yaracuyana Pálmenes Yarza (1916-2007); mujer subversa que, junto con otras extraordinarias poetas venezolanas, hicieron  de su nombre un oficio y ars poética.

La leyenda de Aracne o Las Hilanderas. Diego Velázquez 1599-1660
La poesía de Pálmenes Yarza comenzó a zurcirse a temprana edad. En 1935 obtiene su título de Docente Normalista. No en vano el primer poemario de la autora, publicado en 1936, se titula a secas Pálmenes Yarza. Su incursión en las letras venezolanas coincide con la aparición del grupo literario Viernes. En su primer libro, dedicado a la memoria de su padre, Yarza va tejiendo la mujer-ausencia, la mujer-olvido, y la mujer-silencio: He de aprender a hilar mi tela/ como la araña, sin telar;/ demarcaré en medio de la vida/ la armonía de ser!/ Cavaré la tierra con mi raíz,/ como la planta,/ y después,/ subirá mi fuerza al cielo/ y se dará en flor;/ génesis de la vida!/ La flor es la canción del árbol!/ Con mis ojos diáfanos/ soliviantaré la calma de la tierra/ en las noches largas!/ Hablaré conmigo;/ y cuando hable con los otros/ mi silencio será el lastre/ de las palabras suspendidas/ en el alma!/

Del mismo modo fue Pálmenes Yarza construyendo su palabra en la vida propia: lentamente, desde un silencio hondo y fértil hacia su transparente elocuencia. Ya podemos observar en sus inicios esos rasgos determinantes de nuestra poesía de inicios del siglo XX: de vanguardia lenta, todavía circunscrita en una especie de ensueño finisecular, aunque entonces se dejan ver la escobillada del verso libre, y un uso no tradicional de licencias poéticas, signos ortográficos, para recrear un tono poético exaltado e interiorizante. La propuesta literaria de Pálmenes continúa en los poemarios Espirales (1942) e Instancias (1947); épocas de búsqueda y florecimiento en las cuales la ausencia y la muerte inundan los espacios de la página, pero la audacia de la palabra no se detiene:

Compañera: a la distancia, tu nombre es una herida de luz. Persistes con nosotros y nos sonríes en cada encuentro. Como te sonreirían las palomas de los celajes y las célicas faenas asomadas en cortejo a los aires inéditos, apareciste incorpórea en el umbral de los confines imposibles.

He aquí un viaje silencioso a la incorporeidad de la hilaza cotidiana, el dolor calmo de lo querido; el territorio por antonomasia de las penas efímeras. Vemos aquí como la autora se vale del recurso del poema en prosa (muy poco común para su tiempo, aunque utilizado por Bolívar en 1823 en Mi delirio sobre el Chimborazo;  y luego en 1925, con la obra de José Antonio Ramos Sucre) para hilvanar sus amores. Todavía en estos primeros libros se encuentran trazos de un eros velado, y algunas quejas del verso, como en este poema en dístico llamado Encuentro:

Lovers. Andrew Wyeth 1917-2009
Siento estar al desnudo frente a ti de improviso./ Sorprendida en mi angustia como un pájaro herido./ Quiero ser fronda ausente, revelarme en perfume;/ flecha de un arco tenso, disparar: ser la nube./ Si la fuente supiera de la luna del alba / no me daría a la fuente con mi polvo de lágrimas./ Tú eres la fuente viva de mi imagen recóndita,/ del tallo de mi germen, del tono de mi sombra./ Esperando tu signo, tu señal, tu deseo,/ tu nombre se hace abismo en la roca del pecho./

En la lectura de los dos primeros poemarios de la autora notaremos una tendencia a nombrar los sustantivos que sugieran redondez, evasión o sinuosidad (nube, fronda, araña, perfume, luna, pájaro, roca, etc.); mucho más que aquellos que hablan de figuras lineales (tallo, flecha, fuente); lo cual nos da una idea de los temas predominantes de la autora: la femineidad, lo materno, la fecundidad, el deseo femenino, la ternura, la imprecisión del instante, la fábula del aire. En cambio, los temas relacionados con las fuerzas de lo pasional, el drama telúrico, la confrontación del verbo, la presencia física del amante/amado, el padre, el hijo, todavía no cobran fuerza en este primera poesía.

De estas primeras lumbres líricas, y luego de su libro en transición Elegías del segundo (1961), la autora gana el Premio Nacional de Literatura, y construye una nueva ars a través de los poemarios Contraseñas del tiempo (1974), Recuento de un árbol y otros poemas (1975), y Poemas. Recuento de un árbol. Incorporaciones de la isla (1976), en los cuales Pálmenes Yarza hace su palabra más provocadora, como testigo de toda suerte de innovaciones poéticas, y de distintas necesidades expresivas. Consciente de que su palabra se encuentra ahora bajo cauces rápidos y diferentes, la autora escribe: yo obedezco ahora a una huella y me libero de mi ausencia.

Los años en que se escriben estas obras son los mismos en los que grupos literarios como El techo de la ballena ganan espacios fundamentales en las revistas y publicaciones del país. Pálmenes Yarza es, para entonces, reconocida por su trabajo como poeta y ensayista a partir de numerosas reseñas, artículos, entrevistas y ensayos de autores como Andrés Eloy Blanco, Lubio Cardozo, Juan Liscano, Pascual Venegas Filardo, Gilberto Antolínez, Jean Aristeguieta, Vicente Aleixandre y Judit Gerendas. Conocido es el trabajo de Yarza, no sólo en el ámbito nacional sino a lo lejos, a través de antologías publicadas en España, Argentina, Chile y Yugoslavia.

La poesía de Pálmenes es una larga y, no obstante, colorida elegía: en tu predio más allá de los relojes,/hay un guardián del que huyen las sorpresas,/y vigila roído de penumbras./ Se encuentran, además, bajo una espesa niebla lírica, indagaciones acerca de lo nacional, el movimiento de las calles, el cambio y la permanencia de las ciudades, la idea o el sentir de pueblo, los héroes, el obrero, el destino del inmigrante: la intemperie social-residual (Recordemos el poema Elegías del segundo dedicado a Simón Bolívar, no al mítico Libertador, más bien al héroe ausente, al hombre inacabado). Búsqueda temática que veremos con mayor pertinencia en sus últimas obras: Borradores al viento (1988); Memoria residual (1994); y Expresiones (2002).

La autora y sus antologías completan la palabra final para celebrar los adioses en suma: los duelos, las pérdidas, las mudanzas poéticas, cuyo resultado sólo deviene la obra total, el Gran Poema de Pálmenes Yarza que deja para el último instante estas tres líneas:

/mas el horizonte talla para la boda de los amaneceres mi vaso de luces/ y abre la casa de mis días mejores a la danza ígnea de las siegas./ Y se congregan en mí las estaciones./           

domingo, 18 de diciembre de 2011

El pensador de pararrayos




Carlos Yusti
Georg Christoph Lichtenberg 1742-1799

Mi amigo Pedro Téllez, bibliófilo, siquiatra y escritor, aparte de arriesgado explorador de baratas y remates de libros, tuvo la amabilidad de dibujarme un mapa de esos lugares en los cuales los libros, luego de pasar por muchos ojos y manos, se amontonan como desangelada mercancía a precios irrisorios. Con dicho mapa descubrí los remates de libros más insólitos e inesperados, los cuales eran conocidos por un selecto grupo de lectores. En uno de ellos descubrí el libro de aforismos de Georg Christoph Lichtenberg.

En el esplendido prólogo escrito por Juan Villoro este cuenta su afición por las tormentas eléctricas lo que lo llevó a convertirse en todo un experto con respecto a los pararrayos. Villoro escribe que Lichtenberg se dedicaba días y semanas enteros estudiando planos de ciudades, edificios y espacios urbanos. Esta afición por el estudio, esta concentración puntillosa por determinado tema es uno de los rasgos característicos de una personalidad intelectual fuera de serie. El interés de Lichtenberg fue siempre en varias direcciones al mismo tiempo. Le atraían la moda, las matemáticas, la física, la química, los sueños, la literatura, la filosofía, daba clases en la universidad y además redactaba el "Almanaque de bolsillo de Gotinga" en el que mezcló temas frívolos con los tópicos de última momento en ciencia, filosofía y literatura. Cuando murió su casero encontró en su habitación una buena porción de cuadernillos, de esos que utilizaban los tenderos y comerciantes para llevar los saldos de las ventas. En ellos anotaba sus observaciones, sus ocurrencias y sus pensamientos siempre el filo de la extravagancia y el asombro. Al hermano del singular personaje y a uno de sus alumnos correspondió la tarea de organizar las anotaciones que le darían fama  como pensador, filósofo y escritor. Bastante acertada la observación de Villoro: "Los cuadernos arrojaban los saldos de una mente", y vaya mente.

Así como un autor te lleva a otro un siquiatra puede llevarte al manicomio o a otro siquiatra. Leí, mucho tiempo después, un excelente ensayo del también escritor, humanista y médico en la clínica siquiátrica donde estuvo recluido el célebre  Antonin Artaud, el Doctor José Solanes, quien indaga sobre esa extraña coincidencia (o conexión) del ingenio de Lichtenberg con un personaje de Rómulo Gallegos. El aforismo «El cuchillo sin hoja, al que le falta el mango» sirve a Solanes como pista para recordar al personaje de Doña Bárbara, Pajarote cuando busca trabajo como peón. Le dan trabajo con caballo incluido sin él se consigue el apero, es decir todas las herramientas ecuestres. A lo que el personaje responde: «Yo tengo apero, me falta el arricés, el guardabastos se me perdió, el fuste me lo robaron y la coraza no sé que se me hizo, pero me queda el sufridor». Todo esto le permite escribir a Solanes sobre nuestra condición de seres pensantes a pesar de las distancias y que pensar es tan natural como llover o como él escribe: «En una cierta aunque inadvertida intemperie estamos viviendo en la que resulta posible observar como en mi está pensando del modo que se observa como en la ciudad está lloviendo».

Otro texto del poeta y sin igual ensayista Eugenio Montejo de nuevo enlaza al pensador de Gotinga con nuestro país. En el texto Montejo escribe sobre Solanes, recorre la suerte de los aforismos y aporta algunos datos sobre Lichtenberg y por supuesto también cita a Villoro, no obstante su texto centra su atención en la afición del filosofo de fumar en pipa y su pequeña anotación: «Nada mejor que una taza de café y una pipa de Varinas». Montejo escribe: «Desde la soleada llanura venezolana hasta Gotinga era trasportado el tabaco cuya picadura hacia las delicias del impar meditador alemán».

Lichtenberg nunca estuvo interesado en elaborar un majestuoso sistema filosófico, tampoco se preocupó en escribir gruesos tomos para ocupar un anaquel en la posteridad. Sus observaciones y pensamientos curiosos los escribió para su propio deleite. Su curiosidad por el saber y la ciencia lo empujó siempre por los caminos menos trillados del conocimiento y no por nada su casa era sitio obligado de peregrinaje de las mentes privilegiadas de su tiempo como Kant, Humboldt, Goethe. Fue un precursor de los ismos conocidos en filosofía y literatura, pero por sobre está su fino y delicado humor que saltan como chispas vivas desde sus aforismos:

El amor es ciego, pero el matrimonio le restaura la vista.

***
Sí, las monjas no sólo tienen un estricto voto de castidad sino también fuertes rejas en sus ventanas.

                                                       ***
Eso que ustedes llaman corazón está bastante más abajo del cuarto botón del chaleco.

***
Por más que se predique, las iglesias siguen necesitando pararrayos.

***
Está bien que los jóvenes enfermen de poesía en ciertos años, pero por el amor de Dios, hay que impedir que la contagien.

***
Siempre he visto que la ambición voraz y la desconfianza van juntas.

En el año 1795 la biblioteca de Gotinga entrenó un pararrayos diseñado por Lichtenberg, lo que le produjo gran satisfacción y uno puede imaginarlo al momento en el que se desataba una tormenta. Verlo como quizá se apresuraba, tratando de sostener su sombrero a pesar del viento, para ubicarse en un área cercana a la espera que algún relámpago probara la efectividad de su creación.

Sus aforismos en el fondo son sutiles, finos y exquisitos pararrayos contra esos rayos de la estupidez y el desamor por el estudio o la insensibilidad hacia la sabiduría que campea hoy más que nunca en todos los estratos de nuestra vida.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Fragmentos Libro de las poéticas


Juan Calzadilla


Juan Calzadilla. Imagen: Guillermo Colmenares


El poema

Escríbelo. Escríbelo de todos modos. Escríbelo como si finalmente nada hubiera de decir.
Escríbelo. Escríbelo aunque sólo fuera para demostrar que lo que tenías que decir no ha elegido en ti al instrumento para decirlo.

Cero grandes pasiones, cero poesía.

El poeta supera el fracaso de su vida sólo cuando se exime de hablar de él. Es entonces cuando a costa de ese fracaso y sin mencionarlo puede exhibir algún trofeo.
En cambio, el éxito de la poesía se refiere sólo a ella misma. Y en caso de tenerlo, sólo se haría efectivo si encontrara a un lector. Y si el olfato de éste fuera tan bueno como para hacer borrón de autor. Para quedarse sólo con el poema.
Los poetas mueren solos.


Poética objetualista

El problema no es crear una lámpara en el poema, sino cómo, una vez creada, encenderla. Así pasa con la rosa: la cuestión no es inventarla en el poema, como aconsejaba Huidobro, sino colorearla.
La rosa no es rosa hasta que la mirada la entinta. Es el color el que decide. No la palabra.

Instrucciones para leer

 Más allá de su apariencia el monólogo es un diálogo con lo invisible. A la inversa, en el caso del poeta, todo ensayo de escritura es un tipo de diálogo que tiene como interlocutor al papel. ¿Y es que puede el poeta hacer algo? Si, leerse piadosamente. A eso podría reducirse toda esperanza en el porvenir de la poesía.

El conocimiento en poesía

En poesía no hay que hacerse ninguna ilusión respecto de que pueda llegarse a saber. Ni aún si está de por medio el conocer. Saber en poesía es asunto de iluminación genética.
La poesía conoce por ósmosis. Y se guarda el secreto.

Autobiografía

Ahora estoy poniendo en limpio mi autobiografía, efectuando una especie de balance de ingresos y egresos morales de mi necesidad expresiva, desanudando a ésta del enrevesado mapa de mi cobardía. Confieso que antes había ocupado mucho tiempo en oír a los otros y en sacar conclusiones serías acerca de cosas que tenían por eje todo lo que yo no había sido. Ahora trato de oírme más a mí mismo, ayudado por una máscara.
Y el perverso espejo de la memoria.

Escrito en la piel

Piensa en una poesía que,  aún estando escrita, no necesitara de palabras. Y en la cual el sentido y no lo que se ha escrito sea lo que dé la cara por el poema. Un poema que estuviese escrito en la piel y que yo pudiera leerlo en tu cuerpo cuando estuvieras a mi lado desnuda en la cama.

Epitafio atribulado

Todos los que han muerto, murieron por mí. Todos los que mueren, mueren por mí. Si no murieran por mí, yo no estaría vivo ni estuviera yo llenando por ellos el lugar que dejaron vacío para mí. Ni estaría yo ocupado de escribir en este momento el poema con que pongo fin a mi libro.