Carlos Yusti
Georg Christoph Lichtenberg 1742-1799 |
Mi amigo Pedro Téllez,
bibliófilo, siquiatra y escritor, aparte de arriesgado explorador de baratas y
remates de libros, tuvo la amabilidad de dibujarme un mapa de esos lugares en
los cuales los libros, luego de pasar por muchos ojos y manos, se amontonan como
desangelada mercancía a precios irrisorios. Con dicho mapa descubrí los remates
de libros más insólitos e inesperados, los cuales eran conocidos por un selecto
grupo de lectores. En uno de ellos descubrí el libro de aforismos de Georg
Christoph Lichtenberg.
En el esplendido prólogo
escrito por Juan Villoro este cuenta su afición por las tormentas eléctricas lo
que lo llevó a convertirse en todo un experto con respecto a los pararrayos.
Villoro escribe que Lichtenberg se dedicaba días y semanas enteros estudiando
planos de ciudades, edificios y espacios urbanos. Esta afición por el estudio,
esta concentración puntillosa por determinado tema es uno de los rasgos
característicos de una personalidad intelectual fuera de serie. El interés de
Lichtenberg fue siempre en varias direcciones al mismo tiempo. Le atraían la
moda, las matemáticas, la física, la química, los sueños, la literatura, la
filosofía, daba clases en la universidad y además redactaba el "Almanaque
de bolsillo de Gotinga" en el que mezcló temas frívolos con los tópicos de
última momento en ciencia, filosofía y literatura. Cuando murió su casero
encontró en su habitación una buena porción de cuadernillos, de esos que
utilizaban los tenderos y comerciantes para llevar los saldos de las ventas. En
ellos anotaba sus observaciones, sus ocurrencias y sus pensamientos siempre el
filo de la extravagancia y el asombro. Al hermano del singular personaje y a
uno de sus alumnos correspondió la tarea de organizar las anotaciones que le
darían fama como pensador, filósofo y
escritor. Bastante acertada la observación de Villoro: "Los cuadernos
arrojaban los saldos de una mente", y vaya mente.
Así como un autor te lleva a
otro un siquiatra puede llevarte al manicomio o a otro siquiatra. Leí, mucho
tiempo después, un excelente ensayo del también escritor, humanista y médico en
la clínica siquiátrica donde estuvo recluido el célebre Antonin Artaud, el Doctor José Solanes, quien
indaga sobre esa extraña coincidencia (o conexión) del ingenio de Lichtenberg
con un personaje de Rómulo Gallegos. El aforismo «El cuchillo sin hoja, al que
le falta el mango» sirve a Solanes como pista para recordar al personaje de
Doña Bárbara, Pajarote cuando busca trabajo como peón. Le dan trabajo con
caballo incluido sin él se consigue el apero, es decir todas las herramientas
ecuestres. A lo que el personaje responde: «Yo tengo apero, me falta el
arricés, el guardabastos se me perdió, el fuste me lo robaron y la coraza no sé
que se me hizo, pero me queda el sufridor». Todo esto le permite escribir a
Solanes sobre nuestra condición de seres pensantes a pesar de las distancias y
que pensar es tan natural como llover o como él escribe: «En una cierta aunque
inadvertida intemperie estamos viviendo en la que resulta posible observar como
en mi está pensando del modo que se observa como en la ciudad está lloviendo».
Otro texto del poeta y sin
igual ensayista Eugenio Montejo de nuevo enlaza al pensador de Gotinga con
nuestro país. En el texto Montejo escribe sobre Solanes, recorre la suerte de los
aforismos y aporta algunos datos sobre Lichtenberg y por supuesto también cita
a Villoro, no obstante su texto centra su atención en la afición del filosofo
de fumar en pipa y su pequeña anotación: «Nada mejor que una taza de café y una
pipa de Varinas». Montejo escribe: «Desde la soleada llanura venezolana hasta
Gotinga era trasportado el tabaco cuya picadura hacia las delicias del impar
meditador alemán».
Lichtenberg nunca estuvo
interesado en elaborar un majestuoso sistema filosófico, tampoco se preocupó en
escribir gruesos tomos para ocupar un anaquel en la posteridad. Sus
observaciones y pensamientos curiosos los escribió para su propio deleite. Su
curiosidad por el saber y la ciencia lo empujó siempre por los caminos menos
trillados del conocimiento y no por nada su casa era sitio obligado de
peregrinaje de las mentes privilegiadas de su tiempo como Kant, Humboldt,
Goethe. Fue un precursor de los ismos conocidos en filosofía y literatura, pero
por sobre está su fino y delicado humor que saltan como chispas vivas desde sus
aforismos:
El amor es ciego, pero el matrimonio le restaura la vista.
***
Sí, las monjas no sólo tienen un estricto voto de castidad sino
también fuertes rejas en sus ventanas.
***
Eso que ustedes llaman corazón está bastante más abajo del cuarto
botón del chaleco.
***
Por más que se predique, las iglesias siguen necesitando
pararrayos.
***
Está bien que los jóvenes enfermen de poesía en ciertos años, pero
por el amor de Dios, hay que impedir que la contagien.
***
Siempre he visto que la ambición voraz y la desconfianza van
juntas.
En el año 1795 la biblioteca
de Gotinga entrenó un pararrayos diseñado por Lichtenberg, lo que le produjo
gran satisfacción y uno puede imaginarlo al momento en el que se desataba una
tormenta. Verlo como quizá se apresuraba, tratando de sostener su sombrero a
pesar del viento, para ubicarse en un área cercana a la espera que algún
relámpago probara la efectividad de su creación.
Sus aforismos en el fondo son
sutiles, finos y exquisitos pararrayos contra esos rayos de la estupidez y el
desamor por el estudio o la insensibilidad hacia la sabiduría que campea hoy
más que nunca en todos los estratos de nuestra vida.