sábado, 5 de marzo de 2016
Poemas de Ramón Palomares
Máscaras
He aquí que existimos en el límite de la mentira
que nuestra vida es impalpable
que estas personas representadas pertenecen
a un dueño de otro orden.
Cumplimos cabalmente en escena
ante el gran público. Así recreamos bajo los astros
y acudimos a una cita en los vientos
saliendo al paso de nuestras fiestas.
Nuestro corazón está prestado a otros personajes,
murmuramos un sueño y nuestros labios no son
[responsables,
somos bellos o nobles según las circunstancias.
Nos asalta un delirio azaroso
y caemos en los escenarios bajo una voluntad extraña.
Y no tenemos vida,
pues andamos sobre ruedas en un país desconocido
cuyas flores nos interesan de manera frívola
y cuyas mujeres nos aman en alcobas de falsedad.
Producimos un fuego y su corazón azul
crepita con más fuerza que el nuestro
en tanto arden los leños a la manera de sangre.
Nos permitimos ser extraños. Falsos.
Llevar una emoción no sincera.
Mientras andamos, desterrados de nuestro cuerpo
en un interminable paseo.
sábado, 27 de febrero de 2016
Acerca de la utilidad de la poesía . (Tres ejercicios de la memoria)
Antonio Rubio
1.-Poesía en la casa:
nanas
La
casa en donde nací estaba en una calle empedrada con cantos, y en
los cantos resbalaban las mulas, rechinaban sus herraduras y saltaban
chispas como de la piedra de los afiladores. La casa estaba en un
pueblo que tenía un río, y el río tenía un puente medieval con
once ojos. Y en cada ojo anidaba un sinfín de vencejos. Cada uno de
los extremos del puente pertenecía a una provincia distinta. Se
podía viajar de Toledo a Cáceres en un santiamén. Del nombre de la
calle en donde la casa estaba, me he olvidado porque trae a la
memoria el recuerdo de una guerra.
La
casa tenía dos pisos. El de arriba se llamaba troje (en otros sitios
le dicen altillo o doblado), y era el lugar donde se guardaban las
conservas, la matanza, las figuras del belén, los trastos,
cachivaches y achiperres, lo perdido, lo invisible, lo inasible, la
zozobra. En la troje habitaba el miedo. Entre una permanente
semioscuridad y un chorro débil de luz mortecina que penetraba por
el tragaluz... vivía el miedo. Aquel chorro luminoso estaba lleno de
partículas de polvo, miles de partículas de polvo que se
desplazaban como minúsculos planetas.
sábado, 20 de febrero de 2016
El pájaro de madera muerto, obra de Isabel Ortega
Yony
G. Osorio G.
“…recordad
que los universos están en su justa posición, lo más probable es
que el de madera esté ahora, en su universo de madera, con pájaros
de madera como él, y tal vez así entienda la felicidad, a su
manera, mas no tu forma de suspirar la felicidad, bajo tu iluminado
corazón de algodón, reflexionad sobre eso”. (Ortega, 2014, Cap.
V. “6to. Sabio”, S/N).
![]() |
Pájaros muertos, Herman Van Vollenhoven. 1600 – 1628. |
El
pájaro de madera muerto
(2014) es un relato re-creado por la poeta Isabel Ortega Hernández y
que está configurado por siete capítulos, siete consejeros o sabios
y ocho ilustraciones labradas en tonos apacibles, coloridos y
lumínicos por el escultor Añu León Bracho. Además, este discurso
imaginario aguarda la posibilidad de ser representado en cualquier
escenario.
Con
“impalpables” “dolores de nostalgia” se inicia el desarrollo
del texto, siendo el personaje Gertrudis una niña candorosa que
sucumbe en su casa presa de la desolación. Ella recibe la visita del
Príncipe Jean Kabir Chin, quien se caracteriza por ser un sanador de
“luminosas
manos”,
verbo encantador y cargado de enérgicas “palabras
envueltas en esencias aromáticas”.
(“La magia curativa”, Cap. II, S/N). Éste, con tan sólo el
contacto luminoso lleno de gracia, las emanaciones de la belleza de
la naturaleza -flores- y la acción de “manos
luminosas” suscitaba
todo un acto de sanación-iluminación-transformación del contexto:
“el
ambiente se tornaba en efluvios sutiles de rosas”;
“la
energía sobre el plexo solar del ombligo”
y “palabras
envueltas en esencias aromáticas”
(“La magia curativa”, Cap. II.
domingo, 7 de febrero de 2016
Rostros de la insidia, del escritor José Gregorio González Márquez
Yony
Osorio
“El
poeta no vive del oficio, muere de
hambre
y desesperanza; incendia las
palabras, calcina
hojas enteras;
es un jugador desterrado de la memoria”.
(González,
José, 2007:133)
A
propósito de haberse realizado un encuentro de la Red Nacional de
Escritores de Venezuela en la ciudad de Barinas, precisamente
mientras esperábamos la entrega de los premios “Compañeros de
Viaje” en el teatro Orlando Araujo, nos dirigimos hacia un sencillo
restauran a escasos metros del mismo lugar en donde tuve la feliz
ocasión de recibir de manos de José Gregorio González Márquez el
libro Rostros
de la insidia,
claro
está a instancia del escritor yaracuyano David Figueroa, quien no ha
tenido reparo alguno en presentarme a sus amigos escritores; hecho
este que me permitió aproximarme al mundo poético de este autor de
la Azulita, estado Mérida, creador de una obra que va desde Alegoría
del olvido, Mujer profana, Espejos de la insidia, En cualquier
estación y Rostros de la insidia
hasta libros dedicados a la literatura infantil dirigida a niños,
adolescentes y jóvenes, como Caballito
de madera,
La
ranita amarilla,
La tinta
y otras historias
y El
rabipelao,
entre otros. Además, este escritor es frecuente articulista del
semanario cultural del Poder Popular de la República Bolivariana de
Venezuela: “Todos adentro”.
Rostros
de la insidia
(2007) es una edición de la Asociación Civil Gitanjali, apoyada por
el Instituto Autónomo Centro Nacional del Libro (CENAL), con portada
que lleva estampada la obra del artista Braulio Rodríguez,
fotografiada por Néstor Tarazona. Este trabajo nos brinda todo un
hecho estético que pone en tensión las antenas del alma y enriquece
las dimensiones de la experiencia en cuanto a percepciones,
impresiones, recuerdos, impulsos, sentimientos, imágenes e ideas
sobre la vida y el mundo contenidas en cada una de las páginas de
esta obra.
domingo, 24 de enero de 2016
Mi plan de lectura
Jesús Pérez Soto
Llevar al niño a reconocerse como mal lector es una de las fases de un plan de lectura, y para ello hay que hacer que lea en voz alta; que se escuche, que se evalúe y que dedique unos minutos a la reflexión sobre sus carencias. El modelo debería ser el maestro; si este lee con dicción y entonación, haciendo gustosa la lectura, modulando la voz cuando se amerite, imitando los sonidos si se requiere, tengamos por seguro que poco a poco se irán acostumbrando a escuchar, y en el mejor de los momentos, llegará el interés por leer, sin ser mandados.
La reflexión debe comenzar en el adulto. Es importante que el docente se forme como lector, que reconozca que no le gusta leer, que cuando lo hace es un acto obligado y siendo así, jamás podrá lograr que sus alumnos lean. Si se forma podrá formar, si no, triste por él, pero más por los estudiantes. De modo que el punto de partida es el Reconocimiento, en un acto de sinceridad, De que soy mal lector o de que no leo. De allí que un plan de lectura, colectivo o individual, debe iniciarse con una autoevaluación que conlleve a la reflexión sobre las carencias lectoras. La reflexión a partir de las necesidades debe dimensionar las prácticas de lectura en busca de recuperar el sentido trascendental de leer.
La preparación de los chicos como buenos oyentes se basa en saber seleccionar los textos, que deben ser divertidos, gustosos a sus oídos, que satisfagan sus inquietudes, que se acerquen a las potencialidades de su imaginación; el niño debe sentir placer al escuchar, de lo contrario no prestará atención; lo dijo Simón Rodríguez, “lo que no se hace sentir no se entiende y lo que no se entiende no interesa”, por ello se requiere de un docente minucioso, lector, que convenza cuando lea, que
domingo, 17 de enero de 2016
Dibújame un cordero. ¿Por qué los grandes deberían leer libros para niños?
Gabriela
Damián Miravete
En
La extraña y mortal “aflicción” de Henri de Campion, Michel Tournier nos
revela el escaso valor de la niñez en la Europa del siglo XVII: “Esas cualidades
del niño que a nuestros ojos lo hacen seductor, amable, encantador y demás, no
parecen haber sido apreciadas por los hombres del Antiguo Régimen, quienes sólo
veían en él debilidad, ignorancia, suciedad, defectos, imbecilidad”.(1) Si los
niños sufrían debía ser a causa del castigo que supone nacer con el pecado original.
Sólo la piadosa pátina de la civilización, amén de la madurez, era capaz de
convertirlos en personas de verdad. De ahí que Henri de Campion,
protagonista del ensayo de Tournier, haya sido una conmovedora excepción entre
los hombres de su tiempo: Campion pierde a su querida hija Louise Anne cuando
ésta sufre de sarampión a los cinco años, conduciéndolo a un abismo de tristeza
y desconsuelo del que no saldrá jamás. Quebrado por la pena, se disculpa con el
lector de sus memorias por mostrarse tan herido por el acontecimiento: “Sé que
muchos me tacharán de sentimental, de falto de entereza en un accidente que no
se considera de los más penosos...”.(2) Lamentar apenas y sin aspavientos la muerte
de un niño era corriente no sólo en la Francia de 1613, sino en muchos otros
lugares donde la buena salud no estaba garantizada y lo más importante para la
sociedad eran los actores que conformaran la fuerza laboral o militar. Tampoco
era motivo de asombro la poca preocupación por nombrar a los recién nacidos: a
una pequeña alumbrada el día de San Juan se le llamaría Juana –de la familia
tal– si lograba sobrevivir a las múltiples amenazas para los pequeños de la
antigüedad: enfermedades, muerte, jornadas extenuantes de trabajo, abusos,
maltrato, etcétera. ¡El horror!, sobre todo si consideramos que en muchas
partes del mundo aún hay niños que corren todos estos riesgos.
jueves, 7 de enero de 2016
La vida en las manos. Entrevista a Javier Villafañe
María
Esther Gilio
“Monarca
de los titiriteros”, dijo el rey Juan Carlos inclinándose ante
Javier Villafañe, “Rey entre los reyes, el más justo y
admirable”, respondió Javier Villafañe inclinándose ante el rey
Juan Carlos. “Chámpate, chámpate”, dicen que dijeron los niños
que presenciaban las inclinaciones de ambos reyes al mejor estilo
Lejano Oriente.
Pero
hoy, Maese Javier no está más con nosotros. Diez años hace (mayo
de 1996) que emprendió el último viaje. Querríamos saber si
consiguió convencer a Dios de que lo dejara bajar al infierno, para
él más divertido. Creemos que Dios no aceptó su propuesta, no se
quiso perder a alguien tan loco, cariñoso y divertido y lo tiene a
su diestra anotando las noticias menos celestiales del día. Sus
colegas seguramente siguen haciéndolo enojar diciéndole: “Tú
eres el mejor titiritero que ha puesto sus pies en el mundo”.
¿Sabe
Javier? Yo creo que García Márquez lo leyó a usted y en sus cosas
encontró una puerta por la que meterse. Mire, tomo cualquier libro
suyo, lo abro en cualquier parte, leo y recuerdo siempre a García
Márquez. Yo creo que fue usted quien inventó el realismo mágico.
–Ah,
García Márquez, amo a ese hombre. Pero hay algo, si nosotros
pudiéramos. Los niños pueden. Fíjese, un chico que nunca había
leído a García Márquez me cuenta ese cuento de Dios que cae en el
gallinero de una casa. “A mí se me ocurren muchas cosas”, me
dijo el chico cuando le pregunté. “Pero nadie me pide que las
escriba. Y después que las cuento...” Claro, sentía que ya no era
necesario escribirlas –dijo Javier Villafañe con esa voz grave,
algodonosa, sin aristas y apenas audible. Una voz que escuchada
luego, en la cinta, tiene sonido de viento pasando entre las hojas o
de agua corriendo, tan pareja, continua y uniforme que se hace
difícil separar una palabra de otra. O dicho de manera más sincera,
una voz que transforma la desgrabación en un infierno, tanto que
llegué a adorar mi propia voz en el grabador, cosa que no me sucede
jamás, y sonreí deleitada cuando me escuché limpiamente decir:
¿“Es Trotamundos el personaje que más quiere?”
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