Jesús Pérez Soto
Llevar al niño a reconocerse como mal lector es una de las fases de un plan de lectura, y para ello hay que hacer que lea en voz alta; que se escuche, que se evalúe y que dedique unos minutos a la reflexión sobre sus carencias. El modelo debería ser el maestro; si este lee con dicción y entonación, haciendo gustosa la lectura, modulando la voz cuando se amerite, imitando los sonidos si se requiere, tengamos por seguro que poco a poco se irán acostumbrando a escuchar, y en el mejor de los momentos, llegará el interés por leer, sin ser mandados.
La reflexión debe comenzar en el adulto. Es importante que el docente se forme como lector, que reconozca que no le gusta leer, que cuando lo hace es un acto obligado y siendo así, jamás podrá lograr que sus alumnos lean. Si se forma podrá formar, si no, triste por él, pero más por los estudiantes. De modo que el punto de partida es el Reconocimiento, en un acto de sinceridad, De que soy mal lector o de que no leo. De allí que un plan de lectura, colectivo o individual, debe iniciarse con una autoevaluación que conlleve a la reflexión sobre las carencias lectoras. La reflexión a partir de las necesidades debe dimensionar las prácticas de lectura en busca de recuperar el sentido trascendental de leer.
La preparación de los chicos como buenos oyentes se basa en saber seleccionar los textos, que deben ser divertidos, gustosos a sus oídos, que satisfagan sus inquietudes, que se acerquen a las potencialidades de su imaginación; el niño debe sentir placer al escuchar, de lo contrario no prestará atención; lo dijo Simón Rodríguez, “lo que no se hace sentir no se entiende y lo que no se entiende no interesa”, por ello se requiere de un docente minucioso, lector, que convenza cuando lea, que
emocione, que incite a la pregunta sobre el texto, que enseñe a los niños para qué sirven los libros y cuál es su contenido, pues, de acuerdo con Luis Beltrán Figueroa, “solo se ama lo que se conoce”.
Un plan de lectura debe considerar el rescate del placer primero que todo. La lectura literaria no debe verse como una tarea para el niño para que este tampoco la vea así. Cobra aquí importancia la lúdica, debe ser un juego la clase que se imparta, debe planificarse la hora de las prácticas de lectura, pues, el niño que sabe que no sabe leer, por sí mismo no buscará las formas de aprender, por lo que es tarea del docente hacerle ver que sus cualidades lectoras son deficientes, hacerlo reflexionar y convencerlo de que dichas cualidades pueden ser mejoradas. Por otra parte, es trascendental mantener la consecución de lectura en el aula; ningún plan sin prosecución es eficaz, significa incluir la lectura en las actividades diarias de clase sin que se saturen ni se fastidien. Repito, hay que aprender a jugar con los textos para que el muchacho lo vea como un juego y se anime a participar, a probar y a botar el miedo que muchos mantienen frente a la lectura.
¿Cómo rescatar el placer de la lectura? Rescatando también las formas de hacer que los niños lean, pero antes, el docente debe rescatar sus propias formas de leer, debe reinventar sus métodos de lectura, es imposible formar lectores si quien lo va a formar no está formado. Si como docentes seguimos centrados solamente en la comprensión literal, pero además no hacemos gustosa la situación de lectura, jamás avanzaremos ni haremos avanzar a los niños hacia verdadera comprensión.
Para lograr lo anterior es imprescindible hacer una buena selección del material y por supuesto no deben excluirse los textos con rima, pero los que estén bien escritos, con el manejo perfecto de la métrica para que genere la sonoridad gustosa al oído, pues, insisto en que la palabra debe sonarle de manera agradable al niño para que la sienta, para que la viva, por ello hay que enseñar al niño a leer poesía tal como hicieron los griegos en su tiempo, enseñarles sobra la sinalefa, cómo es el ritmo del poema de acuerdo a la cantidad de versos, explicarle con ejemplos dónde va la pausa. ¡Créanme! la experiencia demuestra que la poesía rimada es la clave para que el niño aprenda a sentir la palabra porque los ayuda a agudizar el oído, los compromete a buscar la fluidez, la dicción impecable y una vez que aprenden a jugar con el ritmo, para ellos no habrá textos difíciles ni en verso ni en prosa.
En cuanto a la prosa y según el maestro, Tomás Jurado Zabala, los textos deben contener los principios de la creación literaria con niños y jóvenes, es decir, las tres E: ética, estética y esperanza. Ética: porque hay que tener cuidado con los valores, pues el niño graba todo y no tiene la capacidad para discernir algunas propuestas ficcionales. Estética: porque el niño tiene tanto derecho como el adulto a que se le dé una obra de calidad artística. Esperanza: porque el niño tiene derecho a volar lejos, sin pesimismos que le corten las alas. Comprendiendo esto, debe ser minucioso el material que se leerá a los niños.
Adelantadas la primera y segunda fase, entramos a la tercera y decisiva, la selección de libros por ellos mismos. Hay que buscar la manera de tener libros en los salones, crear los rincones de lectura, las bibliotecas escolares; hay que ingeniárselas para llevar al salón buena literatura, aprovechar los espacios convencionales y no convencionales, en síntesis, poner al niño en contacto con los libros para que desarrollen el amor por ellos. Hagamos, pues, que los niños cabalguen sin miedo por los libros.
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