Morita Carrillo
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Qué lee la luna?. Ilustración de Marta Farina |
Si
recordamos que el mundo infantil gira dentro de la órbita de la
belleza, será fácil reconocer que la poesía es su elemento
natural. Ya entre las brevísimas frases de la primera infancia
coloreadas de onomatopeyas, palpitan sus primeras convergencias.
Si
se siguen de cerca y paso a paso las experiencias balbucientes de los
pequeños, podrá sentirse en ellas algo como el desarrollo musical
de la sensibilidad. Por eso alguien dijo que la primera edad tiene
“un aire de infinita sabiduría”. De esta actitud primigenia, de
este poder informe, análogo a un cosmos sumergido, perdurarán
raicillas que se vincularán luego a las saludables consecuencias de
los recursos estéticos que se pongan al alcance del niño.
Con
sobrada razón dice Dora P. de Etchebarne insistiendo en que no es
ninguna novedad que “la literatura forma parte de la vida del niño
desde temprana edad y constituye uno de los elementos más preciados
de su alma”. Sin omitir las diferencias individuales ni las
numerosas circunstancias no previsibles siempre, la ley del
crecimiento,