Juan Ángel Mogollón
Tal vez pueda decirse que
la poesía es indefinible. Porque, realmente ¿qué cosa es la poesía? Los
críticos literarios han aportado muchas definiciones tentativas, pero ellas
sólo reflejan un punto de vista personal, una manera individual de ver la
poesía. Y aun los poetas, involucrados como están en el problema de su
creación, son ineficaces en sus definiciones. En verdad, siempre que un poeta
intenta definir la poesía lo que está es haciendo poesía, acaso sin saberlo.
Incluso podría decirse que a los poetas sólo les es dado el privilegio de de
crear poesía, sin ocuparse mucho en desentrañar sus misterios, pues una cosa
tan vaga e infinita, tan sumida en lo desconocido, al definirse se limita. Y la
poesía escapa a todo límite y es la esencia que anida en todo objeto. Sin
embargo, el poeta si puede referirse a su propia manera de hacer poesía, a su ars
poética, que es su dominio personal. En este sentido, a lo que a mí
respecta, puedo decir que me esfuerzo en la captación de las imágenes, a las
que asigno un valor superior a las ideas. Un poeta no es un ideólogo, un
teorizante de la realidad, sino un hacedor de belleza. Y para lograr este
objetivo superior se sirve de la realidad y de los sueños, de todos los materiales
que le suministra el universo, sin excluir ninguno. En este vasto reservorio,
para los fines del poeta, no hay categorías ni jerarquías excluyentes. Vale
tanto una hormiga como el Monte Everest, tanto una flor como una galaxia. Lo
que importa, ciertamente, es el resultado, la suma de belleza que se obtenga de
esos elementos, considerados individual o colectivamente.
Por otra parte, puede
afirmarse lo mismo respecto a las motivaciones sociales. Todas ellas caen bajo
el dominio de la poesía y le sirven para sus altos propósitos. Pero aquí habría
que agregar que la poesía utiliza los
acontecimientos sociales, políticos, religiosos, etc., pero jamás se subordina
a ellos ni les guarda vasallaje alguno. Cuando la poesía es puesta al servicio
de otros fines que no sean los de la belleza, que es su objeto único, se
despoja de su dignidad y mediatiza su propia esencia. Este es un error común a
todos los poetas que pretenden, acaso con una generosidad desbordante, salvar
la humanidad a través de sus versos, pero en ese intento frustrado, no sólo no
alcanzan a rescatar al hombre de sus males, sino que matan las posibilidades de
la poesía. El poeta está en el deber moral de preservar su poesía de tales
descalabros, pues como hombre dispone de medios y expedientes más eficaces en
su labor redentora.
Finalmente, agregaré que la
poesía es eminentemente subjetiva. El poeta no encuentra en las cosas sino
aquello que él lleva dentro de sí mismo. Es el gran nombrador, el fundador
del ser por la palabra. Si no es,
como pretenden algunos con excesivo entusiasmo, un pequeño dios, es al menos un
espíritu lúcido y sensible, cuya misión tal vez sea la de mostrar a sus
semejantes el rostro oculto de las cosas que sólo a él le es dado ver.
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