domingo, 30 de agosto de 2015

Autonomía y hechizo en la lectura

Galo Guerrero Jiménez

Largas noches de verano, largas noches de lectura. Lidia Tomashevskaya
Cuando a un lector le agrada lo que lee, se llena de gozo, se queda hechizado y siente el deseo de transmitir ese entusiasmo a otro lector; el entusiasmo es de tal naturaleza que, con toda la viveza intelectual y emocional que le caracteriza, le cuenta al otro lo valioso y lo impactante de esa lectura, para que se sienta atraído, y con el mismo fervor del mediador, se ponga a leer.
Un maestro, un amigo, los padres de familia, son los mejores mediadores, divulgadores y promotores de un buen libro, de una buena lectura, de una historia o de un asunto determinado bien escrito. Claro está que quien lee un libro que le conmueve, siempre sentirá la necesidad de comunicárselo a alguien para que emprenda en esa noble tarea de leer con ese mismo entusiasmo. El hechizo de una buena lectura es como el hechizo de una buena película, de un vídeo, de una telenovela: el lector-vidente se entusiasma tanto que quisiera que todo mundo lea ese libro o ese texto que tanto le conmueve.
Cuando el entusiasmo atrapa al lector, es porque esa lectura se vuelve necesaria, y por esa circunstancia la incorpora a su condición personal; pues, ese hecho de lectura  llegó a tener un sentido tan plenamente humano que ese  lector siente el deseo de releer. En este caso, la relectura es aún mucho más satisfactoria, quizá más orientadora, más humana, más llena de vida por la sencilla razón de que ese lector, hechizado, sabe que lo leído tiene que ver con su vida: descubre que en los libros, incluso cuando más son de ficción, está la realidad profunda, clara, lista para ser debidamente valorada. Ese lector ha descubierto una forma especial de conocer el mundo y de conocerse a sí mismo.
Este lector hechizado, entusiasmado, es el tipo de lector que necesita la sociedad, y sobre todo la educación escolarizada. Por supuesto que el hechizo no viene así nomás, de la noche a la mañana. Hay un largo proceso de formación como en cualquier otra actividad humana que necesita de educación, de formación, de destrezas, de habilidades, de ética, hasta llegar a enamorarse, a tomarle cariño a esa actividad.
Para la formación de este lector ideal, al menos son tres las etapas de formación, según lo manifiesta la escritora colombiana Yolanda Reyes: “La primera es aquella en la que el niño no lee, sino que otros  “le leen” y se extiende desde el nacimiento hasta el inicio de la lectura alfabética. La segunda es la etapa en la que el niño comienza a leer con otros y, por lo general, suele coincidir con el ingreso a la educación formal y con el proceso de alfabetización propiamente dicho. La tercera etapa concluye con el lector autónomo, aquel que es capaz no solo de alcanzar un  nivel adecuado de competencias lectoras, sino de encontrar en la lectura una opción permanente de desarrollo intelectual, emocional, cultural y vital” (2006, p. 61).
El lector autónomo, en este caso, es el lector hechizado, es el que está ya preparado para que este gran acontecimiento humano, único, sea asumido con tal idoneidad personal que solo se logra leyendo. Y el logro de leer leyendo, no solo que logra que sea lector autónomo, sino que, desde esa autonomía, ese lector puede sentir el más pleno sentido de libertad que un ser humano necesita para proyectarse como ente pensante, como dueño de su propia naturaleza humana, listo para desarrollar su capacidad de vivencia, de supervivencia, y sobre todo de construcción plena de su subjetividad, de manera que la práctica de las más nobles causas humanas le representen su mejor objetivo de vida.

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