Gustavo Pereira
Mientras la enseñanza de nuestro idioma siga basándose en la gramática, el sistema educativo seguirá siendo un fracaso.
Para ser eficiente, la escuela, sobre todas las cosas, debe comenzar a enseñar al niño a bien expresarse.
“Se forman cabezas por las lenguas”, decía Rousseau. Y entre nosotros el rousoniano maestro Simón Rodríguez pudo comprobar en su discípulo predilecto el éxito de este sistema, no sólo en punto de formación de la personalidad. La prosa esmerada, audaz y prodigiosa de Bolívar, dos siglos después, nos sigue iluminando con su aún vigente esplendor.
El buen uso del lenguaje deviene del buen uso de la razón, nunca de preceptos ni de reglas omnímodas.
La gramática ha de ser moderado complemento, bueno para aclarar o disipar dudas y explicar mecanismos, nunca comienzo ni culto del aprendizaje ni, mucho menos, cadena, prisión o cámara de tortura.
Se preguntaba Ángel Rosenblat si no era inquietante y extraño que siendo la lengua el más admirable de los dones humanos, su enseñanza en escuelas y liceos se hubiera convertido en la más ingrata y fastidiosa de las asignaturas. Y proponía desde la escuela, mucha, muchísima lectura, lectura oral,
lectura comentada por el maestro o profesor, lectura explicada por el alumno, lectura en clase, lectura en casa, lectura de cuentos (alimento de la imaginación), lectura de leyendas, biografías, fábulas, chistes, anécdotas, episodios históricos, discursos, proclamas, lectura de pequeños trozos y de libros completos adecuados a cada edad. Y mucha escritura, copia, redacción, composición (sobre temas libres o señalados), cartas de toda clase, resúmenes de cualquier tema, etcétera. Y junto con la lectura y escritura, habituar al alumno a expresarse con vivacidad, a pronunciar decorosamente, a enriquecer su lengua.
Quienes habiendo sido víctimas de la gramática se enemistaron desde las aulas escolares con la lectura (excepto por el obligatorio acercamiento a los muchas veces disparatados libros de texto) y con la escritura (salvo por haber transcrito memorizadas respuestas en las farsas llamadas exámenes), no pueden, como docentes, sino transmitir autoritarismo o aburrimiento.
No puede enseñarse lo que se ignora ni puede estimularse lo que se desconoce.
Caso contrario, quienes en su infancia y adolescencia tuvieron padres o preceptores que a su vez fueron lectores y, por serlo, avivaron en ellos poderes creadores e imaginación, no aburrirán ni atosigarán a nadie con falsos saberes y ejercerán a plenitud el compartir y disfrute del conocimiento.
Goethe le escribía a un amigo: “Aprovecha en paz la inmensa ventaja de no conocer la gramática alemana. Hace treinta años que trabajo por olvidarla”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario