Eduardo
Milán
Eduardo Milán. Foto: Cortesía El Cuaderno |
DECÍA: ESCRITURA es superficie. Pero no decía que era superficie
reflejada, superficie refractada, doble superficie. Plano y de una
plenitud de espejismo, este desierto señala una nueva condición.
Señala también su margen, un margen que comienza a contarse por la
posibilidad de oír una voz. Entre esa voz – posibilidad emergente
de una entrada de mar en la escritura – y el desierto como metáfora
de una soledad muda hay un vagabundeo de alguien que, por falta de
otro nombre, llamamos “poeta”. Ahí está, en un espacio virtual
y transitorio, no como pez en el agua. Habría que insistir en el
desierto ya que en el desierto lo único posible es insistir.
Insistir: estar en estado de absoluta disponibilidad. No es posible
clamar en el mar pero es posible reclamar en el desierto. Reclamar:
estar en estado de escucha. Estado de escucha es también estado de
alerta, estado de alas levantadas en el medio, un estado por volar –
sin jamás aspirar a pájaro, esa figura sin raíz.