Adrián Ferrero
Es cierto que determinadas
competencias o prácticas sociales vinculadas al orden de la escritura creativa
(y la lectura), suman a ella conocimientos o bien productos de la imaginación
creativa. La escritura creativa también se alimenta de la captura de las
ciencias, las ciencias sociales u otras humanidades. Sin embargo, no caería con
ello en un simplismo errado. Tal reduccionismo no favorece el abordaje de la
lectura desde muchas perspectivas. La lectura, la traducción y la escritura,
para el caso, pueden ser analizadas como las distintas fases de un mismo proyecto creativo. En efecto, escribir
nos conduce rumbo a todo un conjunto de hallazgos, formas expresivas, el
impacto sobre la emoción en ocasiones inesperadas, imprevisibles o no previstos
en el mapa de un texto. Acoge emociones, fantasías, descubrimientos, imágenes
plásticas o sensoriales, así como todo el resultado sobre nuestro cuerpo en el
acto mismo de leer. Cuerpo y lectura, cuerpo y escritura, entre otros factores
que rodean al uso de la palabra o su decodificación.
Lo cierto es que para saber escribir o aprender el modo de leer al shock que produce la incorporación al universo del texto (primero al orden del pensamiento, luego a una génesis y un resultado), al universo del cuerpo. Al igual que al producirla, hay algunas operaciones complejas pero claras pertenecientes al campo de los sentidos o bien de una sensibilidad corporal y mental dispuesta a desandar el camino de la producción textual para potenciar al máximo su capacidad eficaz. Incluso los provenientes de otras disciplinas, en las cuales se presenta el relato del enfoque en otro orden de esa forma. Sabemos que el psicoanálisis, es una de ellas. La psiquiatría otro tanto, entre otras.