Adrián Ferrero
Es cierto que determinadas
competencias o prácticas sociales vinculadas al orden de la escritura creativa
(y la lectura), suman a ella conocimientos o bien productos de la imaginación
creativa. La escritura creativa también se alimenta de la captura de las
ciencias, las ciencias sociales u otras humanidades. Sin embargo, no caería con
ello en un simplismo errado. Tal reduccionismo no favorece el abordaje de la
lectura desde muchas perspectivas. La lectura, la traducción y la escritura,
para el caso, pueden ser analizadas como las distintas fases de un mismo proyecto creativo. En efecto, escribir
nos conduce rumbo a todo un conjunto de hallazgos, formas expresivas, el
impacto sobre la emoción en ocasiones inesperadas, imprevisibles o no previstos
en el mapa de un texto. Acoge emociones, fantasías, descubrimientos, imágenes
plásticas o sensoriales, así como todo el resultado sobre nuestro cuerpo en el
acto mismo de leer. Cuerpo y lectura, cuerpo y escritura, entre otros factores
que rodean al uso de la palabra o su decodificación.
Lo cierto es que para saber escribir o aprender el modo de leer al shock que produce la incorporación al universo del texto (primero al orden del pensamiento, luego a una génesis y un resultado), al universo del cuerpo. Al igual que al producirla, hay algunas operaciones complejas pero claras pertenecientes al campo de los sentidos o bien de una sensibilidad corporal y mental dispuesta a desandar el camino de la producción textual para potenciar al máximo su capacidad eficaz. Incluso los provenientes de otras disciplinas, en las cuales se presenta el relato del enfoque en otro orden de esa forma. Sabemos que el psicoanálisis, es una de ellas. La psiquiatría otro tanto, entre otras.
Desde mi punto
de vista, sucede que cuanto mejor, más nítida, más precisa, sea la escucha de
un autor o autora, mayor será su exactitud, su precisión o bien la recreación de
determinadas representaciones sociales ligadas al orden de lo estético. También en una riqueza sin duda que se
despliega en varios matices. Es así como en el universo de los textos, aquellos
que suelen ser producidos a partir de estímulos provenientes de lo auditivo,
luego procesados por la experiencia (la primera forma de la traducción),
también imaginarios, que se ajusta al código oral más que al escrito, más
perceptible en un habla que remite a un código verbal junto a ella manifestada
en el marco de lector de grupo o sociolectos asociados incluso por ausencia o
falta, no solo por su enunciación, no solo concebido de modo puramente abstracto.
En efecto “tener buena escucha”, o “tener buena oreja” (como me lo expresó
hacia los años noventa una escritora argentina de prestigio que entrevisté) no
sé si garantiza textos bien construidos, originales o con una buena dosis de música
al ser leídos tanto por escritores/ras como oralizados, plasmados en la escritura, o bien si ellos en
cambio de modo claro se entrecruzan en un campo de fuerzas en tensión. La
batalla se libra entre lo que se lanza al mundo de novedoso, para llegar en una
fricción fatal, a un resultado satisfactorio. Los distintos vectores que
conducen las fuerzas que luchan por dentro de la maquinaria sensible para concluir
mediante toda una serie de operaciones presentes o de antaño a las cuales
remitirse para ser reunidas en una síntesis. Se trata tanto en la producción
como en la recepción, de incorporar materiales simbólicos que de modo incuestionable
aumentan nuestra capacidad de leer de un modo más refinado. Y es la forma según
la cual, en la estrategia de la escritura, dicho capital brinda mayor
intensidad y densidad a sus componentes afectivos o bien biológicos.
Diría en primer lugar
que la construcción de un texto, su génesis, nace, surge a partir de toda una amplia
gama de estímulos. Esos universos suelen provenir de la capacidad y facilidad
de crear, al tiempo que disparan la operación de la escritura, impulsando un
nacimiento, también inaugural. Se toman toda una serie de decisiones (no siempre
conscientes) que el escritor puede o no siempre digitar. No solo no están en
sus manos sino que responden a una lógica producto de sus propias reglas. En
efecto, de un estímulo perceptivo y mental, de una idea, de una serie de
asociaciones, de una mirada o de un silencio, nace en primer lugar la operación
de lo expresivo y la construcción de un texto. Una cierta clase de textos que
son inconfundibles para quien está escribiendo. Existe entonces esta capacidad
de escribir con mayor o menor destreza de textos con mayor o menor grados de complejidad.
Pero también esta operación de traducción (que no utilizo en su sentido más estricto,
ortodoxo o convencional) se refiere a que un conjunto de ideas se convierte en
una trama que, según quién y cómo escriba, sí convertirá un conjunto de estados
mentales, emociones, sensaciones, evocaciones, en un registro de lenguaje
creativo, con atributos, tonos, gramática, atractivos o que produce un rechazo
en el creador que luego los lectores y lectoras, en su versión final, en el
seno de su universo poético, juzgarán de modo definitivo. Se referirán a uno o
varios modos de lectura y también de escucha en el sentido de que la escucha
queda vinculada también a la posibilidad incluso del silencio. O directamente
es su condición.
Ahora bien: ¿de
qué modo el autor, que está consciente de todo un estímulo imaginario puede
servirse para la producción de la frase de una obra literaria madura, lograda y
de excelencia? No me estoy refiriendo con ellos a casos de genialidad. Sino a
los aspectos en torno de los cuales nos plantea a todos los autores y autoras en
el seno de nuestro trabajo un estilo del que poco sabemos antes de escribirlo y
cuyo nivel de certeza poco a poco se nos va revelando hasta alcanzar su punto más
alto.
En primer lugar
hace falta preparación y formación para afinar el uso del lenguaje. Para que la
maquinaria de nuestra escritura sea la justa pero también sensiblemente de
mayor calidad y variedad en diálogo con otros textos de la misma tradición, de
la cual pasa a formar que sí hemos leído, al que sí tenemos acceso. Poner en
diálogo lo aprendido con una actualidad evidente que pone en coloquio a la literatura
de otras latitudes así como la de nuestro tiempo y lugar (coordenadas en
ocasiones muy distintas). También la zona de nuestro cerebro que envía ideas traducidas
a una gramática literaria que está en condiciones de hacerlo de modo competente.
Lo hará, según los casos, con claridad, con belleza, con un tipo de
sensibilidad según los escritores y escritoras, que será indicio de delante de
qué tipo de productor cultural estamos. Porque hay un tipo de productor
cultural que no cuenta con la capacidad de poner en acción redes conceptuales,
de trabajar asociativamente y una memoria a la cual acudir en la medida en que
se propone la realización de nuevas obras. Es cierto que no todos los textos
plantean similar nivel de pensamiento abstracto o de compromiso con ellos. Y
también que el pensamiento concreto, una dimensión de la retórica o de la
gramática pueden ser capaces de malograr, si no son digitados de modo acertado.
Hasta es capaz de hacer naufragar o fracasar a una obra literaria. O al menos
dilatarla hasta que el autor o autora logran llegar a buen puerto. En otras
ocasiones, libremente lo descartan
De modo que
tenemos una buena escucha, una buena memoria que, como dije, varía mucho según
los escritores. Y también si disponemos de una capacidad de invención acorde
también a la construcción de esta producción que será un renovado texto (que
puede como no puede dar a luz una materia de la alta literatura). Ese texto
remite a un conjunto de experiencias también referenciales que le brindan datos
o información para que no todo sea imaginario. Y le brindan un contexto. Verbal
o bien visual en algunos casos. En efecto, la promoción de la representación
que dan cuenta del universo del orden de lo real, promueve un cierto tipo de
tipología textual con más facilidad que otras. También en ocasiones un autor
debe romper con los clichés, con los estereotipos, con los lugares comunes.
Esta condición de atravesar la conflictiva trama del texto, esta ruptura que define
un buen de un mal texto. Una buena obra, no da respiro a un autor, pendiente,
como está, de o en su defecto abstracta, pensar al mismo tiempo que escribe,
asistir a imágenes visuales o bien sensoriales reflexionar en torno de si lo
que escribe rompe o repite fórmulas y lenguaje cristalizados. Si esa escritura
será adecuada al fragmento que de ella se espera.
Mi experiencia
es relativa. Se limita a mis saberes en torno del modo como yo y mi capacidad
de imaginar y de resolver los problemas se me presentan en el seno de mi escritura,
en ese presente, mis producciones en la escritura, a la hora de hacerlo. Si bien
escribo sistemáticamente desde 1989 (esto es, 19 años) no sería capaz de
afirmar un total nivel de certezas en torno de lo que vengo escribiendo desde
entonces. Esta distancia histórica en mi vida me ha permitido el acceso a una
formación según la cual un autor como yo (cuentista, poeta, ensayista, con
formación académica de base) tiene un sistema de referencias a las cuales remitirse.
Tantas otras experiencias de lectura como otras vinculadas a una memoria de lectura del
pasado. Esto es: de una recopilación a lecturas que ha internalizado y sirven
para, una vez leído un texto de similares parecidos o similares problemas en el
seno de su escritura será resuelto sin duda de modo exigente gracias a ese
vínculo con el pasado que se actualiza ante un texto en formación o
construcción. Así, de modo culminante nos brinda recursos que servirán de modo
eficaz a un autor o autora para poner en acto en un texto como ineludible
recursos. Cada autor interviene su texto hasta considerar que está terminado. Pero
aun así pienso que nunca queda del todo satisfecho de él. Más bien lo publica
en tanto el texto es lo más parecido a lo que él buscaba que como arquetipo ingresara
de modo ideal al mundo. Por otra parte, en el universo de las representaciones
literarias, no todo resulta igualmente posible de manipular.
Hay varias
formas de la escucha así como hay varias formas de la traducción (tomado este
concepto en un sentido amplio o incluso metafórico, como dije) y también otras
formas de escritura como procesos o como actividades en el acto de leer. En
principio la escucha evoca una charla, un sonido, turnos en el habla, el
silencio entre dos personas (que incomodó o más bien produjo un acercamiento
fallido, experiencias y escenas vitales), ruidos, acontecimientos del cuerpo,
que al ser traídos al presente, bajo las condiciones mejores que seamos capaces
de servirnos, la más apropiada para esa demanda que un texto bien construido
sabe apelar para su perfeccionamiento. De modo que existe la escucha que
proviene del pasado o del presente de la escritura del texto puntual, desde
diálogos, otras lecturas, música y canciones, más todas las artes o incluso
respecto de su experiencia cotidiana ausente válidas para este caso. Y, ese
apoderarse del lenguaje, promueve una forma de hacerlo como matera residual de
un más acá de la vida empírica según una propuesta. La sombra de aquel universo
imaginario se vuelve límpida o más límpida, con transparencia en su producción al
momento de ser restituido al caudal de los recuerdos o bien la vida presente.
Una buena
escucha no es garantía de un buen o muy buen texto. Pero sí es una condición o
incluso punto de partida nada desdeñable que me atrevería a afirmar de modo
casi categórico le otorga una forma, pero también una serie de contenidos. Si
construimos a partir de aquello que hemos escuchado, si construimos a partir de
lo que hemos antes leído, antes escrito, ese magma que es la escritura, se
vuelve cada vez menos vago y más nítido. Me refiero a su potencia. Si en esa
escucha entran a jugar tanto todo lo que hablamos ahora, añorando esa
información que circuló en torno de nosotros, se potenció con la presencia de
los otros, de la alteridad, existe una capacidad de nombrar colmada de
detalles. Esta idea de estilo se construye a partir de un interlocutor que
acepta, nos acepta y tiende sobre nosotros una caja de herramientas con el poder
de nombrar. O de escribir mediante saberes no solo de la lectura o la
experiencia previa en relación con su génesis. Si el universo de los textos en
circulación resulta por supuesto verosímil, se conjugan todos estos elementos
para conferirle a un escritor o escritora una mirada más transparente a la hora
de expresarse. Transparente no en el sentido de más fácil sino que supone sortear
los textos que más dificultad ofrecen.
Pero a no
confundir que el lenguaje de muchos modos ingrese al texto de modo verosímil
refiriéndose al habla coloquial o bien a la oralidad. Hay autores barrocos o
muy barrocos, (Lezama Lima, Severo Sarduy, Néstor Perlongher…) que trabajan la
frase de modo obstinado hasta que un texto plagado de lexemas que queda
depurado de lo que era cuando comenzó el trabajo, nos encontramos frente a un
conjunto de signos que elabora sintagmas que combina al mismo tiempo la capacidad
de crítica y también autocrítica. Producción de textos que resultan más
hiperbólicos.
Hay un enriquecimiento
en el obrar de la escritura que nos
resulta precursor de lo que proseguirá una vez realizado antes de dar el primer
paso. Hay textos con una prosa de grado cero (lo afirma Roland Barthes), sin
sobrecarga semántica ni a nivel de la frase, o los signos, hasta encontrar un
grado cero o bien una prosa blanca, diáfana.
Y regreso a la
metáfora de la traducción. No estamos aquí frente a la traducción de un idioma
a otros, pero sí de un cierto tipo de código (verbal, de lengua) de prosa, a un
texto con una fuerte impronta saturada de información o bien un exceso en lo
relativo a aquello de lo que está compuesto en sus distintas frases. De una
proliferación significante a otros que no profundizan en la frase más que
buscando la simplicidad elaborada. Resulta una fiesta pero también puede
resultar un engorro o un fracaso estrepitoso un foco de ansiedad el hecho de
estar frente a un texto y no saber de qué modo resolverlo en su conjunto. Ese
encuentro o desencuentro vincula los signos de un código con un conjunto de
ellos para conjugarse en una totalidad o una construcción estética.
Estas fases
puede que cuenten con una metáfora al ser comparadas con el ciclo lunar. Esto
es: un aumento lento pero indetenible (también perceptible) de sus correspondientes
estadios. Sus frases son faces. Son instancias que lenta, pero de modo gradual,
encuentran un acto de traducción a partir de una serie de motivos a una serie
de tipología de escritura creativa desde adentro de su construcción. No se
trata de un texto que exige transparencia y claridad, adecuado o ajustado.
Puede incluso reenviar a la confusión o el caos, el absurdo o lo onírico. Los
textos no llevan un ADN que tomarán como referencia.
Pienso que esta
idea de que leer y escuchar desembocan de modo necesario y espontáneo en la
escritura. No consiste ni funciona de ese modo un texto. Su disparador puede
ser múltiple. El desarrollo de su escritura se desenvolverá de un modo que
involucra todas las instancias sensoperceptivas: la escucha, lo visto, lo oído,
el tacto, los aromas, los ruidos, lo sentidos en acción, su densidad semántica,
sus imágenes plásticas, sus contenidos más o menos en sintonía con la sociedad
de su tiempo histórico, lo vivido, lo recordado. Y toda la información que nos
produce el universo de los sentidos capaces de captar la realidad en todo su
alcance. En los textos de imaginación, por supuesto que ir al encuentro de la
lectura o la escucha se traduce de una cierta manera de creación en particular,
pero también de un momento en el texto o de propiedad de un texto de sentir
tanto un acercamiento emocionante o bien de frialdad por distancia o falta de
afinidad empática por varias razones. Ese texto es irrepetible. Así como
tampoco se repiten los rostros de personas en el mundo entero. No se trata,
como dije de buscar la equivalencia de frase a frase (de un universo
sociosemiótico a otro), sino de un código a otro. Me refiero concretamente a la
conversión de una serie de expresiones, una puntuación, una longitud de la
frase, de un conjunto de textos que resulta tener intimidad desde la
posibilidad de un código a otro. De un código que se conoce, que nos es
familiar, a otro que se lee. Incluso en el texto que uno lee puede haber
reverberaciones en lo relativo a otros escritores y escritoras que de modo
permanente conquistan el logro de una transparencia del texto literario, que da
por resultado un texto propio del código oral. Los códigos se cruzan, se
entrecruzan, se entreveran, entran en colisión, se sienten distintos, se
perciben, se captan, el uno junto al otro salvo que un conjunto de componentes
les otorgue importancia a su expresión para que tengan repercusión en la
construcción del texto definitivo.
Las presentes consideraciones
(que no aspiran a ser concluyentes sino más bien a abrir un debate) que he
propuesto con una última variedad del universo de la oralidad y la escritura,
la escritura y la oralidad. Me gustaría dejar por sentado que este conjunto de
argumentos, rasgos, especies, variedades, se desprenden y son postulados solo
en carácter de hipótesis, porque nacieron como un conjunto de mi experiencia
con la escritura, de mi escritura, de mis lecturas, de la escucha de maestros o
colegas, de trabajos críticos, de trabajos corporal al punto de sentir su shock
emocionante. A lo que podría añadir que también en ese aprendizaje he leído numerosos
testimonios de autores y autoras que se pronuncian a propósito de la escritura
y la lectura.
Acudo,
finalmente autores y autoras que refieren a su escritura, al acto de leer, a
puntos de vista que suelen presentarse como una maraña a descifrar. En efecto,
hay autores y autoras que leen en voz alta antes de terminar y publicar pero sí
mientras están escribiendo o cuando lo han terminado sus textos escritos. Tal
práctica resulta una forma clara de proveer al texto de una cadencia, un ritmo,
la transmisión de aquello que se ha escrito, a otra cosa que consiste en lo que
lo escrito fonológicamente se logra alcanzar en este marco de “entre dos” que
se refiere a la traducción en su variante de deslindar en diálogo dos formas de
construcción (la versión imaginario a la que se suma el testo meta) y dos
formas expresivas. La belleza en los casos más acertados alcanza una música, de
analogías en el orden de los sonidos tanto como en lo que nos permiten esos
signos a escuchar.
Cierro
con esto. Es entonces cuando leer se ata con el lazo de la escucha, la escucha con el resto de los
datos, la traducción producto de un deseo, una necesidad, una fatalidad para
dar cuenta de su campo de trabajo tal como ha sido aprendido o directamente ha
sido creado. Y, por fin, llega la escritura para, a través de un conjunto de
opiniones o bien de sonoridades, se cierra sobre sí mismo, como una cinta de
Moebius, en la que arden por fin, como materia ígnea, los distintos registros estéticos
a traducirse en un conjunto de prácticas sociales, de intuiciones, de avatares
del pasado, hasta que el texto burbujea, entra en erupción. En una estampida estalla
en el momento de su irrupción en el universo de los textos que se preservan del
pasado o le son contemporáneos. Quizás vislumbra textos futuros. Y se convierte
en estallido en combustión.
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