lunes, 30 de octubre de 2023

Andar entre libros

 

José Gregorio González Márquez

 



Leer resulta un proceso genial cuando se hace por gusto. La convicción de asumir la lectura de un libro está cimentada en la necesidad de acercarse a los infinitos mundos que nos ofrece la grafía. Andamos entre libros animados por personajes, historias, tramas y emociones. Desandamos páginas que nutren con su sabiduría. Somos libres mientras recorremos las hileras de letras que nos atrapan en un eterno vaivén. Vivimos aventuras, desafiamos el tiempo y el espacio.

Sí, leer implica  todo eso y mucho más. La literatura conduce a sus seguidores por caminos intrincados. En ocasiones difíciles de recorrer o de encuentros placenteros. Los lectores avezados escasean, forman parte de una élite. La mayoría de las personas leen solo para satisfacer las necesidades inmediatas. Generalmente se acercan al libro a buscar información útil que les permita resolver problemas o encontrar soluciones a situaciones que se presentan en su vida profesional. La lectura se convierte entonces en un proceso que sirve para adquirir conocimientos que  se usarán en la vida diaria.

Aunque todas las personas tienen la posibilidad de leer, un grupo reducido lo hace con ahínco y frecuencia. Hoy existe mayor accesibilidad a los libros. Como en ningún momento histórico de la humanidad, en la actualidad el hombre tiene libertad para elegir sus lecturas.  Los libros salen a la luz pública por  miles; distintos géneros literarios se editan para deleite de los lectores. Pero, son pocos los que se atreven a traspasar la puerta que brinda la portada de un texto.

Leer es un acto filial; una escalerilla que conduce al corazón mismo de la razón. Y también, al alma de la imaginación. Se lee con la secreta intención de alcanzar el goce natural y estético que produce la palabra. Se lee para entrar en dimensiones desconocidas, desconcertantes donde la incertidumbre puebla las sílabas y las intuiciones y miedos tejen vocablos. Se hilvanan entonces las oraciones que terminan convertidas en historias.

El hombre es un ser de grafía. La palabra forma parte de su cotidianidad. La usa no solo para comunicar sino también para expresar. Con ella construye la vida, los pájaros, la selva, la montaña, la nieve, el sol, las mariposas, las marmotas, el mar. La libertad.

Las letras, diminutas formas de vida, se van concatenando en una simbiosis fundamental para formar palabras, oraciones y textos que contienen la sabiduría ancestral. Un libro que contenga todas las letras del abecedario posee también en su ser íntimo, el universo en su plenitud.

Andar entre libros es probablemente una aventura inigualable. Quien estima estos objetos sagrados, nunca dejará de hojearlos para embeberse de su contenido. Aguas azules, efectos multicolores que calman la sed perenne de quienes abrevan en las páginas trajinadas de un libro.

No existen condiciones ni obstáculos para acercarse a la lectura. Aunque no siempre fue así, la humanidad ha aprovechado muchos espacios y tiempos para  descifrar los mensajes que comunican poemas y cuentos. Los mitos y leyendas devienen en leitmotiv de la historia humana. En sus entrañas están contenidos los acontecimientos primigenios del orbe terrestre; pero también, la evolución de las sociedades hasta nuestros días.

Las palabras siguen diversos caminos. Los autores escriben siempre para lectores anónimos. Esos mismos que visitan librerías, bibliotecas o compran a libreros textos usados. Son también los que acceden a la red para bajar contenidos digitales y libros en diversos formatos. Son los que leen y se perciben como dueños de una incalculable herencia.

Andar entre libros aleja del ocio y la intriga; del pesimismo y la desgracia.  Nos acerca al lugar de la escritura, al templo donde la imaginación y la fantasía cuecen relatos maravillosos para el disfrute lector. Un escritor cifra sus esperanzas en las hojas bañadas por ríos de tinta; en las imágenes que construye para comunicar belleza y agonía; incertidumbres y certezas; emociones y sentimientos; desamores y nostalgias. En definitiva, leemos para acercarnos a la poiesis, para vindicar los misterios de la Divinidad.

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