Adioses
azules
Acaso
los adioses envueltos en fábulas azules nos despierten un día de
los sueños y estemos sentados en algún camino esperando la vuelta,
apartados de risas disolubles, en franca armonía con nuestras cosas,
desmitificando el instante impreciso cuando atravesamos el recuerdo y
tomados de la mano en el oscuro vuelo, depositamos la primera flor en
el vientre de la brisa.
Destino
inverso
Ella indescifrable, por las tardes apenas se anuncian los grillos con
su canto, se aparece en mi casa: Desnuda como si no existiera, con un
poco de luz entre sus dedos, casi como un río cuando se aleja.
Ella no tiene posibilidades para el olvido. En un tiempo que intuyo
muy lejano también vino a buscarme y sucumbió al encanto de mis
ojos.
Ella tiene una extraña costumbre de brindar conmigo. En mis noches
de hastío llega solitaria, silenciosa, con su rostro de prostituta
en celo se podría decir que es una muerte cualquiera, pero es lamía
y yo la amo también a mi manera.
Soledad
Es fácil desprenderse al infinito, navegar selvas oscuras
descendiendo hasta los redobles de campanas que presagian la
tormenta. Todo es sencillo, basta con romper un grano de arena y
remontarnos a los orígenes del sueño, el teatro cotidiano cuando
entrecruzas la puerta de la noche y me enseñas tu rostro de canción
difusa.
Ella
es algo así como un sueño
Ella me miraba desde más atrás de sus ojos con la simple curiosidad
de quien espera un tren después de haber atravesado el mar en la
sonrisa de un marino viejo. Estaba transparente, envuelta en un
impermeable rojo, encantando con sus formas la brisa erótica de los
amaneceres solos.
Ella indiferente señalaba el hueco infinito de su omóplato
izquierdo pendiendo de un retrato de Van Gohg.
En la parte anterior del mundo, contemplado por ella, un tren cargado
de muertos pendía de los dientes de un marino canoso que decíase
ser el más viejo soñador de la antártida.
Del
libro:
Del
lado allá del vuelo
Del
lado allá del canto
Del
lado allá del tiempo
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