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| Pintura de Joan MIró |
Hoy
recibí la carta del pájaro muerto.
Su
contenido estaba en blanco.
Quizá
su mirada ciega
no
supo que decir.
Quizá
soñó que volaba,
o
flotaba igual que su trino.
Quizá
su frágil cuerpo
previó
que mi mano
le
sostendría,
y
en la retina
grabaría
el brillo
de
sus plumas azules, amarillas...
En
este vacío aplastante
en
el mudo silencio,
yo
sola, corazón triste
vislumbré
la eternidad.
En
el suelo duro, frío,
con
el aire abrasador del desierto,
sentada
al lado del camino,
recibí
la carta del pájaro muerto.
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La
pequeña mira con grandes ojos lo que ocurre a su alrededor; sola, se
zambulle en la selva de concreto, en la vida bulliciosa, en la
batalla de la existencia. Dentro de poco su padre cumplirá cinco
años de haber partido; y yo, su madre, hace cuatro años, quedé
atrás en la distancia; quisiera fuera su lucha la mía; ¿ o lo fue?
¡No! ; ahora comprendo que ese espejo en el que descubrí mi
belleza, busca su propio reflejo: ¡Es libre!; la mujer mira con
grandes ojos lo que ocurre a su alrededor.
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A
esta edad no se peca,
el
temor no cohíbe.
Paseo
el jardín de la inocencia;
muerdo
manzanas, las disfruto...
La
locura habla a los ojos.
Confiada
me entrego,
balbuceo
verdades apenas comprensibles,
chispazos
desatados accidentalmente
liberan
el espíritu.
A
esta edad no se peca
¿Y
a que edad si?
¡el
miedo no pesa!
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A
Nohelita Molina
Fuimos
dos niñas
con
vestidos blancos,
cabellos
sueltos,
sandalias
domadas.
Tomadas
de la mano
corrimos
entre tierra suelta
y
piedras grices.
Buscamos
el comienzo del arco-iris;
entre
lágrimas, reímos,
al
descubrir la efímera desilusión.
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¿
Qué soñador de oscuridad
mueve
las sombras
y
permite los destellos de luz?
¿
Cómo en su grandeza
acalla
mi corazón?
¿Quién,
a través de lo efímero en mis manos
nos
sumerge en lo eterno
En
silencio fugaz
desaparecen
las
arenas del tiempo.
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Señor
Con
tu punta de plata
tocas
suavemente
el
ojo vertical de mi puerta.
Abres
lo incierto... ingresas al hogar.
Hoy
no salgamos
giremos
la cerradura al mundo;
clausura
el templo íntimo,
¡Sálvalo!
Bajo
siete llaves
volvamos
a pertenecernos
purifica
tus penas...
sana
mi espíritu.
Redimidos,
¡Mátame!
¡Resucítame!.
En
la noche temprana
mírame
casta
y
con tu llave de oro
desflórame
una vez más.
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Me
nombraste jardín de Dios
¿Por
qué me pierdo, si haces de mí tu pequeño jardín?
Separas
malezas,
cosechas
cereales,
naranjas,
aceitunas,
manzanas.
En
mis ojos abres soles,
eclipsas
lunas.
Mantienes
laberintos floridos,
manantiales
danzarines,
orquestas
aladas;
giras
las horas,
descansas;
susurras
silencios;
despiertas
al tigre,
lo
sosiegas.
Me
habitas.
Me
sostienes.
¿Por
qué me pierdo?
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