Jesús
Pérez Soto
Si
yo fuera un libro, me gustaría que me regalaran un lector. Lo
llevaría conmigo de la vista y lo compartiría con otros libros.
Aceptaría que tuviera amigos y que me compartiera como el agua o la
risa. Me encantaría que me leyeran y releyeran una y mil veces.
Sería de agrado que me recomendaran y los lectores fueran corriendo
por mí y en la librería me obsequiaran a quien me quisiera. Me
apasionaría que dos chicos lectores se sentaran a tomarse un café y
leyeran mis poemas, los que más le gustaron y conversaran
animosamente, así ninguno me mire porque están embelesados: él,
embrujado en sus ojos; ella, en sus torpes palabras.
No
me molestaría ser motivo de una próxima cita entre enamorados o
entre el joven que aspira ser escritor y su maestro. Oírlos hablar
acerca de mí mientras el vino se mezcla en la sangre y el discurso
de él, el maestro, se va añejando, poco a poco en su experiencia,
hasta aflorar en palabras sencillas, claras y amenas y él, el
aprendiz, se va embriagando lentamente, letra a letra, hasta llenarse
de ensueños y ebrio de historias cae en la mesa, consumido por el
lenguaje.
Si
me ponen en una biblioteca junto a otros libros me sentiría bien,
pero agradecería profundamente que me miraran, me acariciaran, me
alzaran y por supuesto me releyeran una vez más. Disfrutaría mucho
sentirme vivo, es decir, útil y no me molestaría que me subrayaran
si eso le sirve a mi lector, puesto que es mío y mi deseo es hacerlo
feliz. Me haría inmensamente bien que mi lector hablara conmigo y me
contara lo que le inspiro y si me hablara de otro libro lo entendería
porque solo los libros podríamos amar y compartir a un mismo lector
como el mundo comparte el mismo sol todos los santos días.
Cariñosamente
iría en el morral del niño a su escuela, lo haría reír cuando me
leyera y si quisiera, por una de esas travesuras de chiquillo,
arrancarme una página para mandarme a volar en forma de avión, le
hablaría con la voz de uno de los personajes que llevo dentro; si se
asusta, ¡no importa! mi trabajo es meterme en el subconsciente de mi
lector y cambiarlo de bueno para mejor, de mejor para excelente y de
excelente para extraordinario.
Si
yo fuera un libro, claro que me asustaría el fuego, el agua, el
polvo y el olvido. Anhelaría estar visible, presentable, listo para
saltar a los ojos de mi lector, entrar por su vista, regarme en sus
oídos, expandirme en su tacto, degustar sus labios con mis letras,
sentir su corazón con mis metáforas, llegar a su alma con mis
imágenes.
Si
lo fuera, quisiera estar en tantas partes, tantos países, pasar por
muchas manos, por millones de vistas, llegar a miles de almas,
compartirme en el mundo; ¡atrapar al lector!, porque ¿quién lee a
quién? ¿el lector al libro o viceversa? ¿y si el lector descubre
que el libro es quien lo lee? y por eso es que dicen que se parece a
ellos, porque el libro le copia su forma de pensar, su manera de ver
y de sentir y mientras más lectores atrape un libro, mejor se hace,
más pensamientos tiene, distintas perspectivas; yo quiero ser así,
un libro que invierte su tiempo en sus lectores, que consume sus
páginas en los ojos de un niño, de un adulto, un anciano; que
viajan en mis cuentos y que al final del viaje regresan como nuevos y
de nuevo comienzan.
Todo
eso yo quisiera, pero soy un lector y no sé si mis libros quisieran
que yo, fuera igualito a ellos, aunque no sería extraño, porque al
final de cuentas ya me parezco a todos, ya todos me han leído y no
sé si querrán leerme una vez más.
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