lunes, 26 de marzo de 2018

Si yo fuera un libro



Jesús Pérez Soto

Si yo fuera un libro, me gustaría que me regalaran un lector. Lo llevaría conmigo de la vista y lo compartiría con otros libros. Aceptaría que tuviera amigos y que me compartiera como el agua o la risa. Me encantaría que me leyeran y releyeran una y mil veces. Sería de agrado que me recomendaran y los lectores fueran corriendo por mí y en la librería me obsequiaran a quien me quisiera. Me apasionaría que dos chicos lectores se sentaran a tomarse un café y leyeran mis poemas, los que más le gustaron y conversaran animosamente, así ninguno me mire porque están embelesados: él, embrujado en sus ojos; ella, en sus torpes palabras.

No me molestaría ser motivo de una próxima cita entre enamorados o entre el joven que aspira ser escritor y su maestro. Oírlos hablar acerca de mí mientras el vino se mezcla en la sangre y el discurso de él, el maestro, se va añejando, poco a poco en su experiencia, hasta aflorar en palabras sencillas, claras y amenas y él, el aprendiz, se va embriagando lentamente, letra a letra, hasta llenarse de ensueños y ebrio de historias cae en la mesa, consumido por el lenguaje. 

 
Si me ponen en una biblioteca junto a otros libros me sentiría bien, pero agradecería profundamente que me miraran, me acariciaran, me alzaran y por supuesto me releyeran una vez más. Disfrutaría mucho sentirme vivo, es decir, útil y no me molestaría que me subrayaran si eso le sirve a mi lector, puesto que es mío y mi deseo es hacerlo feliz. Me haría inmensamente bien que mi lector hablara conmigo y me contara lo que le inspiro y si me hablara de otro libro lo entendería porque solo los libros podríamos amar y compartir a un mismo lector como el mundo comparte el mismo sol todos los santos días. 
 
Cariñosamente iría en el morral del niño a su escuela, lo haría reír cuando me leyera y si quisiera, por una de esas travesuras de chiquillo, arrancarme una página para mandarme a volar en forma de avión, le hablaría con la voz de uno de los personajes que llevo dentro; si se asusta, ¡no importa! mi trabajo es meterme en el subconsciente de mi lector y cambiarlo de bueno para mejor, de mejor para excelente y de excelente para extraordinario. 
 
Si yo fuera un libro, claro que me asustaría el fuego, el agua, el polvo y el olvido. Anhelaría estar visible, presentable, listo para saltar a los ojos de mi lector, entrar por su vista, regarme en sus oídos, expandirme en su tacto, degustar sus labios con mis letras, sentir su corazón con mis metáforas, llegar a su alma con mis imágenes. 
 
Si lo fuera, quisiera estar en tantas partes, tantos países, pasar por muchas manos, por millones de vistas, llegar a miles de almas, compartirme en el mundo; ¡atrapar al lector!, porque ¿quién lee a quién? ¿el lector al libro o viceversa? ¿y si el lector descubre que el libro es quien lo lee? y por eso es que dicen que se parece a ellos, porque el libro le copia su forma de pensar, su manera de ver y de sentir y mientras más lectores atrape un libro, mejor se hace, más pensamientos tiene, distintas perspectivas; yo quiero ser así, un libro que invierte su tiempo en sus lectores, que consume sus páginas en los ojos de un niño, de un adulto, un anciano; que viajan en mis cuentos y que al final del viaje regresan como nuevos y de nuevo comienzan. 
 
Todo eso yo quisiera, pero soy un lector y no sé si mis libros quisieran que yo, fuera igualito a ellos, aunque no sería extraño, porque al final de cuentas ya me parezco a todos, ya todos me han leído y no sé si querrán leerme una vez más.

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