Jesús
Pérez Soto
Si
yo fuera un libro, me gustaría que me regalaran un lector. Lo
llevaría conmigo de la vista y lo compartiría con otros libros.
Aceptaría que tuviera amigos y que me compartiera como el agua o la
risa. Me encantaría que me leyeran y releyeran una y mil veces.
Sería de agrado que me recomendaran y los lectores fueran corriendo
por mí y en la librería me obsequiaran a quien me quisiera. Me
apasionaría que dos chicos lectores se sentaran a tomarse un café y
leyeran mis poemas, los que más le gustaron y conversaran
animosamente, así ninguno me mire porque están embelesados: él,
embrujado en sus ojos; ella, en sus torpes palabras.
No
me molestaría ser motivo de una próxima cita entre enamorados o
entre el joven que aspira ser escritor y su maestro. Oírlos hablar
acerca de mí mientras el vino se mezcla en la sangre y el discurso
de él, el maestro, se va añejando, poco a poco en su experiencia,
hasta aflorar en palabras sencillas, claras y amenas y él, el
aprendiz, se va embriagando lentamente, letra a letra, hasta llenarse
de ensueños y ebrio de historias cae en la mesa, consumido por el
lenguaje.