Galo
Guerrero-Jiménez
Se
aprende a hablar bien con gente que está en condiciones de
conversar; en este orden somos aprendices, al igual que cuando se
lee un libro y nos nace la idea de conversar con él, de
interrogarlo, de cuestionar ciertas ideas o de pensar a raudales
cuando se reflexiona sobre un tema determinado. Se trata, por lo
tanto, de una actividad enormemente productiva; pues, la conversación
y la lectura juegan un papel de interpretación, de validación, de
teatro y, sobre todo, de taller porque ahí se habla y se aporta con
ideas en torno a los diversos asuntos humanos que son evidentes tanto
en una conversación como en una lectura.
Se
es aprendiz cuando se conversa y cuando se lee; el conversador y el
lector se encuentran en un taller de la vida porque desde esa
condición están dispuestos no solo para aprender sino para
aportar mientras conversan y mientras leen. Como sostiene Aidan
Chambers: “Existe una correlación entre la riqueza del ambiente de
lectura en el que viven los lectores y la riqueza de su conversación
sobre lo que han leído” (2007, p. 14).
Pues,
así como se aporta en una conversación con todos los comentarios
que esa conversación sea capaz de producir, una actitud lectora nos
debe también motivar a conversar ya no solo con el texto que tengo a
mano o en un medio electrónico, sino en otros espacios y con las
personas con las que sea posible conversar sobre lo leído. Como
sostiene Steve Bicknell citado por Chambers: “Nosotros no sabemos
lo que pensamos sobre un libro hasta que hemos hablado de él”
(Ibid, p. 19).
Hablemos
del libro leído sin tapujos y sin ninguna reserva que no sea la de
la audacia para conversar, la de la naturalidad lectora para decir lo
que debo decir sin temor, tal como sucede en una conversación cuando
con el denominador común de la experiencia personal cada contertulio
habla y habla con gozo, quizá a veces con preocupación, con
cautela, con desenfado, tal vez, incluso, con desparpajo, pero
habla, y al hablar está manifestando su decir, su sentir, lo que le
gusta y lo que le disgusta.
En
este orden es como se debe proceder con la lectura. Hablo, converso
del libro o del tema leído con la mayor libertad que me sea posible,
sin ninguna cortapisa que no sea la de mi propio sentir. Cada lector
aporta con lo suyo, tal como en una conversación, por banal que sea,
cada cual aporta con lo suyo. Y la riqueza de ideas está en que “un
grupo diferente de lectores puede muy bien descubrir un énfasis
distinto en el significado. Como también puede ocurrir en el mismo
grupo si en otro momento vuelven a hablar del mismo libro. Los
significados de cualquier texto cambian de acuerdo al contexto de la
vida de los lectores y de sus necesidades en un momento determinado”
(Ibid, p. 23).
Cada
vida lectora es un mundo completo de ideales muy propios, muy suyos
de ese lector, sobre todo cuando la lectura es interiorizada, es
decir, debidamente reflexionada y, por lo tanto, comentada
libremente. Así tendría que ser el proceder en la educación
escolarizada: que “la lectura se convierta en un auténtico placer
al que los alumnos accedan sin imposiciones y de forma totalmente
autónoma” (Agüera, 2007, p. 12).
Libertad,
autonomía, placer e interiorización lectores son los que logran un
adecuado conversar sobre el texto. Lo dice muy bien Isabel Agüera:
“Elevar la lectura a nivel de placer, convencida de que no hay
mayor bien que aquel derivado de nuestras propias conclusiones, una
vez que hemos aprendido a entender y comprender mensajes escritos y
orales” (Ibid, p. 12), los cuales nos promueven a lo que la autora
en mención señala que debe encaminarse al alumno y niño lector a
“un tipo de lectura que los distancie, por un lado de los libros de
texto y por otro, de las típicas narraciones que suelen presentar
los libros de literatura infantil” (Ibid, p. 11), puesto que son
los causantes para que no se pueda arribar a ninguna conclusión, es
decir, a ese sabroso conversar que debe despertar el texto cuando es
asumido libre, autónoma y gustosamente.
Referencias
bibliográficas
Agüera,
I. (2007). La lectura a escena. Estrategias y dinámicas para
formar niños lectores. Madrid: Editorial CCS.
Chambers,
A. (2007). Dime. Traducción de Ana Tamarit Amieva. México,
D.F.: Fondo de Cultura Económica. Espacios para la lectura.
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