domingo, 5 de marzo de 2017

LA OBRA EN LA CIRCUNVALACIÓN NO. 5 POR 0,25, AGUARDA UN CÓCTEL PARA LA MEMORIA

                                                                                                                  Yony Osorio 

                “Los que aún estamos vivos y retrocedemos en el tiempo para armar la ruta que siguieron nuestros   pasos descubrimos que nos movemos en un ámbito donde las formas fantasmales abundan y las fachadas  son escombros y nos ubicamos en una trama casi parecida a la de Pedro Páramo en la obra   de Juan Rulfo”.
 (Leo Alfonso Villaparedes, 2016:11).

Leo Alfonso Villaparedes
La obra En la circunvalación no.5 por 0,25 (2016), del escritor, narrador, cronista, artista plástico y profesor jubilado, Leo Alfonso Villaparedes, nacido en la Victoria (1941), estado Aragua, aguarda en su trama el efecto disparador del recuerdo. Es como una especie de invitación a un cóctel para la memoria en donde se mezclan aquellos instantes que convocan al lector a una comunión del vivir mediante la palabra que intenta recobrar las huellas del hombre durante su paso por tiempo: es un trago verbal contra el olvido y nos brinda la posibilidad de reavivar lo transitado. Además, la obra y el autor de estas crónicas  de las que libaremos un sorbo de su néctar, fueron galardonados con El Premio de Literatura Stefanía Mosca 2015, libro editado por el Fondo Editorial Fundarte. Igualmente, en cuanto a la confrontación de sus trabajos obtiene el Premio de la V Bienal Nacional de Literatura Ramón Palomares, mención Crónica (2013), con el libro Visiones e imágenes subyacentes. La Victoria 1948-1958.


I

UNA MIRADA PANORÁMICA DESDE LA CIRCUNVALACIÓN DE LA MEMORIA

Cuando decidimos colocar los pies sobre el estribo de esta Circunvalación de la memoria conducida por este ilustre narrador aragüeño, se pudiera asumir la idea del viaje como un retorno de lo vivido que se ha anclado en los senderos de la nostalgia y vuelve a nosotros como palabra recuperada. De hecho, bajo el influjo del dios Cronos fluye en el paisaje humano una mirada que entreteje un manojo de sensaciones múltiples, cuyos trazos conforman un cuadro de pinceladas en donde se va reconstruyendo el alma que vibra en la cotidianidad caraqueña, bien sea ésta de los nacidos como de los provincianos que van llegando desde las diferentes partes del país. 

La ruta que abordaremos, En la Circunvalación N0. 5 por 0,25, suele identificarse de color verde limón claro y su sentido de dirección se asocia a la idea de circularidad: “Los colectivos le hacían honor a su denominación, pues era un viaje redondo por un amplio sector de la ciudad,…” (Ibídem: 33). ¡Y qué relativo contraste con respecto a las nuevas unidades de transporte masivo a precios accesibles y con aire acondicionado! Sin embargo, aquellos vehículos que contribuían con otro chorro de humo para los cielos de Caracas, y de acuerdo con el narrador: “Eran unos autobuses amplios a los que se accedía por un torniquete. La brisa fresca de Caracas ignoraba el aire acondicionado”. (Ibídem: 33). Por tanto, en la medida que vas disfrutando la hilvanación multiplicada de historias, lo anecdótico, ese chispazo impulsor, no deja de engancharte en el instante de esa añoranza. En consecuencia, es la coherencia el elemento fundamental que sutilmente condensa y atrapa lo efímero en la conjunción de los textos que nos relatan, entre tantas distancias, las ocurrencias y circunstancias que se suscitan en un ser que recuerda desde lo amoroso. Al mismo tiempo, cuenta la gracia, el sabor y regocijo, el humor y la fina ironía que se trasponen en la vida narrada desde esta Circunvalación No. 5 por 0,25. Allí encontraremos entre tantas cosas evocadas un sin número de quijotadas, fechorías, aconteceres en el terreno de de lo político-militar, la represión, semblanzas alusivas a Pérez Jiménez, Rómulo Betancourt, movimientos cívico-militares como el Carupanazo, el Barcelonazo y el Porteñazo. A nivel internacional no deja de referirse a la invasión de los marines en bahía de Cochinos, Cuba.  

Mas una visita en el tiempo nos detiene en las peripecias de personajes fuera de serie como La Curandera Prisca, experta en el mal de ojos, El gozón de oficio, que no resistía una aglomeración humana en un transporte público sin estar pegado a la retaguardia de una dama hermosa y bien dotada de protuberancias, hasta que fue pinchado en su honorífico miembro más delicado. Y según uno de los personajes afectados, esto nos dice: “Estoy cazando a ese desgraciado, ayer cuando me monté en el autobús que va para Catia, enseguida se ubicó detrás de mí y comenzó a recostarme el bulto...”  (Ibídem: 73-74). Imagínense, señores lectores, lo que vendría después, lo sabrán cuando viajen En la Circunvalación No. 5 por 0,25. A propósito, por aquí en San Felipe, estado Yaracuy, había un personaje con iguales características apodado El Turpial. De igual modo, en la circunstancialidad del vivir resurge una especie de Lázaro moderno que con su artimaña de mostrar una extremidad infectada, podrida en apariencia, intentaba sensibilizar a los ingenuos y con ello captaba su beneficio monetario. Pero tomemos un fragmento del relato que devela la travesura de ese personaje descrita del siguiente modo: “En un pequeño maletín de mano llevaba Merthiolate, un rollo de gasa, adhesivo, una botella de salsa de tomate, mayonesa y mostaza para crear un amarillo degradé del pus”. (Ibídem: 71). En este caso particular detallado con precisión, de pronto nos asalta la irónica concurrencia que nos golpea en el cotidiano transitar de nuestras experiencias. Al contrario, un paseo por la cinematografía Mexicana nos devolverá la cara del tiempo centrado en el espejo que refleja las miradas de un Pedro Infante, Jorge Negrete, María Félix y Mario Moreno Cantinflas, los que aún se prolongan mediante sus cantos, humor, amor y dramas representados en el escenario de la vida. 

Por otro lado, cuenta la experiencia gráfica del protagonista que parte de Grabados Nacionales, entre planchas, fotomecánica, la diagramación y el producto final, aunque un instante destella desde la infancia: “Entretanto, en Grabados Nacionales, la rutina continuaba enriqueciendo mi conocimiento en Artes Gráficas, afortunadamente me ayudó la experiencia que traía como tipógrafo de mi primer trabajo realizado cuando tenía 12 años de edad” (Ibídem: 51). Asimismo, la renovación de la esperanza, la sorpresa, el azar y los efectos de un plástico (Carnet) le permiten un pasaporte para la vida, pues su aventura en procura de estabilización laboral se concreta con un nuevo empleo: “…y me enganché en el Ministerio de Educación como office boy  (…) me gustaba la denominación del cargo y los 175 bolos que iba  a empezar a cobrar (…) por recoger la correspondencia en el apartado de Carmelitas y llevar y traer cosas entre los despachos” (Ibídem: 64). No sin olvidar sus otros malabarismos existenciales (incursión en grupos musicales, en la T.V. blanco y negro), sólo por conquistar un espacio en esa “Sucursal del cielo” hasta fusionar su vida con esa Beatriz de carne y hueso.

En nuestro empeño de prolongar este recorrido panorámico a través de las páginas del libro En la Circunvalación No. 5 por 0,25, ahora, el siguiente decir marabino ocupa el escenario: “Maracucho pendejo se muere chiquito”. En éste se refleja una suerte de habilidad que amerita la sobrevivencia en la “Gran Caracas”, como también recuerda la tradición del “Lazarillo”; pero tropicalizado, ya bien crecido y caracterizando con la sagacidad del humor venezolano a este par de personajes, “el quiropráctico Robinson Quintero y el Policía” que participan en esta microhistoria. Por consiguiente, es característico en el relato la vitalidad, plasticidad, gracia y fluidez, rasgos pertinentes que aguardan la maestría de quien sabe deleitar con la palabra. Así que no pasaríamos de estas líneas sin que dejemos una pequeña muestra de la intrepidez en un suceso de provinciano como este:

                      “-Sr. Agente, yo soy maracucho, tengo cinco días que llegué de mi tierra y aún no he conseguido          nada, me estoy muriendo de hambre, ¿voz me podéis llevar preso, tal vez allí, por lo menos comeré        por 72 horas?- y guardó silencio esperando respuesta.
                     -¿Voz sois maracucho? –le interrogó el policía de inmediato-, no te preocupéis hermano, yo                  también soy de allá.
                      En seguida lo hizo meterse a un restaurant cercano a la plaza y le recomendó comer hasta el                                 cansancio…
                     Dicho y hecho así lo hizo Robinson quien enfundado en su elegante vestimenta pidió lo suficiente hasta llenarse la panza, con postre incluido. Justo cuando se disponía a pedir  un pousse café llegó el policía maracucho…alegando que este era un peligroso delincuente que estaba siendo solicitado desde hace tiempo. Entre empujones y frases duras se lo llevó preso directo para la jefatura.
                     Como a cuatro cuadras del sitio y ya cuando estaban suficientemente lejos le quitó las esposas            diciéndole:
                    -Mira vos, paisano, no te aparezcáis más por estos lados y conseguite un empleo, que hay bastante” (Ibídem: 50-51).    

 Impregnados por aquellas bocanadas del recuerdo se transpira el momento que apenas se detiene en el tiempo  y que todavía se fija en el lugar de los bares, entre ellos: “…el bar Sol y sombra era refugio de poetas y bohemios”, el bar Canaima en donde se multiplicaban los sabores y su escanciador era Ricardo Carvajal, “el famoso Médico Asesino”; sus preparados costaban 10 bolívares” (…) Los sabores  eran de piña, parchita, coco, durazno y otros” (Ibídem. 77). Y otro bar destacado que reunía al talento vivo del llano, era el bar Crema. Allí se congregaban Ángel Custodio Loyola, Adilia Castillo, José Romero y Eneas Perdomo, entre otros. (Ibídem: 24-40).

Otros de los aspectos tocados En la circunvalación No. 5 por 0,25 tienen que ver con la importancia de las esquinas, calles y avenidas. Por ejemplo, la avenida San Martín fue escenario fundamental de una vuelta ciclística, se trataba de la “llegada de la carrera Maracaibo-Caracas y de la Buenos Aires-Caracas” (Ibídem: 17). La esquina de Santa Capilla está relacionada con un importante músico: “Don Vicente Emilio Sojo, nuestro ejemplar músico, llegaba puntual a la Escuela de Música que dirigía en la esquina de Santa Capilla”. El lugar donde maniobra el personaje Pata podrida quedaba en una esquina: “El camerino que utilizaba para despojarse de su teatral vestimenta estaba en la esquina ene la bar de Piñango”. (Ibídem: 71-73).

Rastreando las imágenes que se alojan en la memoria del sabor, olor y color la dulcería,  golosinas y la refresquería están servidas en la mesa para excitar las papilas gustativas disponiendo de un repertorio con sus respectivos valores, nombrándose ocasionalmente los expendidos, así que éstos están dispersos por todo el libro: “En la bodeguita del cerro un pan de leche costaba Bs. 0,25”, “La tableta de de chocolate Savoy Bs. 0,25”, “Las melcochas valían 2x Bs. 0,25”, “Los suspiros eran a locha”, “Gofios, roscas dulces a 0,25”, “Ocho torontos equivalían a 1bolívar” “La Green Spot tenía la boca grande y costaba 0,25”, “…Chicha A1(…) 0,25” (Ibídem:14, 15, 16, 17, 20, 32, 89). No estaría de más el recuerdo de establecimientos de alimentos, por ejemplo: “En el restaurant El Parral una reina pepiada costaba 1 bolívar y el vendedor de huevos sancochados los mostraba en un canasto, 0,25 cada uno”. Así tenemos que: “Ese hervido costaba 1,50 a las tres de la madrugada en el restaurant de los Hermanos Álvarez” (Ibídem: 73-77). En cuanto a las telas para el vestuario se extienden sobre las páginas el casimir, drill, kaki y el lino. Presentes están la moda, el clima, talentos musicales e intérpretes reconocidos como de resonancia mundial, Los Beatles.

En cuanto a las relaciones de los medios con el ser, la radio como antecedente noticioso que inaugura estas crónicas juega un rol importante. En su parrilla programática uno de sus contenidos, entre tantos, tiene que ver con la radionovela El derecho de nacer. Y destaco sólo esto porque mi madre era asidua radioescucha de la misma. Pero la coincidencia se extrema porque en mi infancia conocí a un radiotécnico de nombre Daniel Orozco a quien la municipalidad sanfelipeña le reconoció como personaje histórico, recientemente fallecido. En su local vi por dentro ese radio que describe Leo Alfonso Villaparedes: “Los radios de tubo con filamentos y placas de mica, tardaban en calentarse y tenían ojos mágicos…” (Ibídem: 12).

Una parada necesaria nos detiene en esta visión general porque el ojo del narrador se va agudizando y fija su foco en la infraestructura, destacándose la majestuosidad de la arquitectura de la ciudad: “Allí empezaba la avenida Bolívar. Todo este ámbito urbanístico de arquitectura moderna en un hermoso conjunto de edificios de apartamentos con grandes balcones y amplios corredores de grandes pilares, fue diseñado por Carlos Raúl Villanueva” (Ibídem: 17). No obstante, es muy distintiva la lucha que entablaron los médicos-investigadores-epidemiólogos contra la insalubridad (Mal de Chagas, Paludismo, erradicación de mosquitos y los posibles agentes sanadores, vacunas, DDT), entre ellos armaron su equipo: el Dr. Arnoldo Gabaldón, Jacinto Convit, Francisco Torrealba y el yaracuyano Félix Pifano. Aparte de sus cualidades como eminencias de las Ciencias de la Salud, en la historia, su presencia era revestida de lo anecdótico que, por cierto, le da calor a lo contado. Refiramos aunque sea una porción de esas dos anécdotas en torno al Dr. José Francisco Torrealba: “Para cumplir con el mandato se fue derechito a la tienda famosa Dovilla, de la época, y compró el traje exigido como requisito. Con el traje en una bolsa de papel se apareció en la puerta de la sala y fue la insistencia de su colega Pifano, quien lo convenció de ponérselo para entrar a la fiesta” (Ibídem: 21).

En estas páginas localizamos todavía algunos personajes singularísimos como El chichero, personaje digno de la oralidad que aparece con la variante de la picardía, pues ya no es la plancha dental sino las prendas robadas las que van a parar en el fondo de la vasija de chicha. Notorio es El mago Henry que posee poderes para la cura de la tristeza, tal vez con resonancia garcimarquiana. Los instrumentos musicales se reunen en una sola humanidad porque funge de como director El hombre Orquesta. Y un pequeño héroe venido de menos a más como su tío Guillermo, que pasó de la hazaña de andar en una bicicleta de reparto hasta hacerse campeón de velocidad en 1949. En fin, el concentrado entramado de acontecimientos que se recoge En la Circunvalación N0. 5 por 0,25 es tan considerable que dejamos hasta aquí esta brevísima mirada general, no sin cerrar al sorprendernos una simulación del otro Gregorio Samsa, un hombre pegado a un patín Winchester. Éste responde con una carga de irreverencia ante el miedo infundido en su contra por el castigo divino y el ministro aquí en la tierra, el inclemente cura, enterémonos del tamaño de la blasfemia:

 “…allí estaba puntual el hombre recostado, aguardando el milagro del Nazareno de San Pablo (…) Dizque un día renegó de Dios en la propia iglesia de Santa Teresa por tener las piernas y el fundillo pegados a un patín y luego de la blasfemia contra el creador, el cura que alcanzó a oírlo le dijo indignado:
     -Dios te va a castigar.
Y el hombre recortado y que le contestó:
     -Ay sí, gran vaina, me va a quitar el patín y los guantes, no joda, qué miedo”.  (Ibídem: 47).

Dejamos para el verdadero final de esta gira general dos hechos paradójicos y contrastantes que señala este autor, uno, en torno al venerado producto harina PAN, que cierto público nombra con gusto, orgullo y enfáticamente “PAN PAN”: “…aún no se conocía la harina PAN, se utilizaba masa de maíz pilado en molinillos marca Corona” ; dos, el otro enterrado en el olvido recuerda que: “Más tarde se descubriría que ese invento de la harina precocida era de Luis Caballero Mejías” (Ibídem: 49-93).

II

¡MÚSICA, MAESTRO!

                “En los lugares más insólitos una rocola de a cinco por un bolívar permitía hacer combinaciones para      alegrar el alma caraqueña”. (Ibídem: 30).

A través de estos viajes temporo-espaciales percibimos una buena dosis musical “para alegrar el alma caraqueña”, entrelazándose al compás del acontecer: compositores, intérpretes, canciones, letras, grupos, instrumentaciones y aparatos sonoros, emitiendo esos sonidos que despiertan en la añoranza de ese ayer girando en los rincones de una vieja rockola, cuando para esa época se escuchaba la canción preferida por tan sólo un bolívar: “En los lugares más insólitos una rocola de a cinco por un bolívar permitía hacer combinaciones para alegrar el alma caraqueña” (Ibídem: 30). Simultáneamente, en el relato, el barómetro de esa época se ajustaba a la moneda de 0,25, era la medida determinante que regía el patrón de valor cambiario en el curso de esa historia; claro está que la afirmación tan sólo obedece a que en estos contares es el signo de valor mayormente reiterado. ¡Vaya ironía, esa la del juego maquiavélico del signo monetario en este período¡  ¡Qué distinto si fuese comparado hoy en su acelerada picada en cuanto a poder adquisitivo se refiere! ¡Qué maravilla humana si fuera la fuerza del el amor la que desencadenara una tormenta de corazones, para el buen vivir de los hombres en este mundo que anochece!

Quién, a pesar de la tecnomúsica posterior y fuera del perímetro de la “Gran Caracas”, no ha escuchado los temas interpretados por la orquesta de Luis María Billo Frómeta, sobre todo en este vulnerable diciembre. De ello da cuenta el autor de estas crónicas cuando rememora aquella: “Caracas Vieja” en la voz de Rafa Galindo y la “Vaca Vieja” con Cheo García (…) y, por otro lado, Felipe Pirela lloraba con “Mi Puerto Cabello”. Sumados a este cóctel de sensaciones siguen fusionándose fragancias en sus contares a estados del clima y estaciones, como a hechizos del color manifiestos en la flora que descubre la visión y dimensión plástica que se le imprime a lo referido: “Cualquier melodía pegajosa junto a algún aroma en particular; un día lluvioso, un cielo claro y hasta el florecimiento de los árboles en mayo, podrían convertirse en puntos de referencias para la memoria”. (Ibídem: 30).

En otro orden de valores y notas musicales que seducen hasta la atmósfera desde donde se narran los acontecimientos limpiamente entrecruzados, se reseña un antecedente en el caso de Ray Pérez emparentado también a esa búsqueda común compartida con el protagonista, como es darse paso y alcanzar algunos logros que te permitan sobrevivir en una ciudad distinta a tu terruño. A propósito de este recuento valdría la pena asomar algo de la mitología griega que se conjuga con la fuerza, los efectos encantatorios y el éxtasis que produjo Orfeo en los dioses del inframundo cuando quería ver a su amada Eurídice. Y no dudamos en afirmar que también ese poder encantatorio es el hilo que unifica, recorre y dinamiza toda la geografía discursiva del libro En la circunvalación No.5 por 0,25. De modo que la cercanía con el otro y sus circunstancias va configurando el quehacer del autobiografiado y que, preferiblemente, consideramos escuchar desde su voz el templado ritmo que le imprime a la prosa:

             “No era yo solo el provinciano sorprendido de Caracas, allí en la misma pensión estaba el oriental Ray Pérez, quien posteriormente sería el Rey de la Salsa con su orquesta Los Dementes, este, recién  llegado de Anzoátegui hacía un trío con Enrique Atencio y Gonzalo Peña y se denominaba Trío Ambay. Todos los días ensayaban en un cuarto de la pensión, Mirtha Pérez daba sus primeros trinos con ellos”. (Ob.cit.: 37).
                “…debo mencionar también al maestro trompetista Marcos Martínez, músico de la Banda Municipal de Caracas, quien fuera mi vecino en el mencionado sector. Con su hijo Medardo llegamos tiempo después a conformar un combo de mata tigres para unos Carnavales; Lalo y su Combo tuvo una vida efímera pero aún suenan las trompetas en mis recuerdos” (Ibídem: 85).

III

AVIVAR EL RECUERDO ENTRE NOSOTROS

            “…te sorprenderás a la vez al creer que estás leyendo la obra aunque por un instante, sin darte   cuenta, estarías leyéndote a ti mismo, es decir, despertando en tu experiencia olvidada”.

Cuando dispongas aventurarte en la lectura del libro En la circunvalación No. 5 por 0,25 de Leo Alfonso Villaparedes, descubrirás y transpirarás, distinguido lector, las fragancias de la memoria con las que te vincularás para avivar el recuerdo entre nosotros. De la misma forma, te sorprenderás al creer que estás leyendo la obra aunque por un instante, sin darte cuenta, estarías leyéndote a ti mismo, es decir, despertando en tu experiencia olvidada. ¿Por qué tal confesión, te preguntarás? Primero, en verdad esa emoción creció en la librería del Sur, una vez que Radamés Laerte Giménez, premiado también en el Concurso de Narrativa Salvador Garmendia 2014 con su novela corta Casa de pájaro, retoma La circunvalación No. 5 por 0.25 y comienza a leer y comentar muy gratamente. Allí, para ese momento, estaban el fotógrafo y Coordinador de la Red de Arte, Ramón Caracas, la joven que atiende la librería, Oriana Guillory y un tal Yony Osorio; luego Jairo Brijaldo organizó y dispuso la mesa para la presentación del libro. En segundo lugar, con mucha pena confieso que cuando decidimos abordar nuestra apreciación y manifiesto entusiasmo por esta obra en el Museo “Carmelo Fernández” de San Felipe, estado Yaracuy, terminamos aterrizando en el lodo de nuestros recuerdos.

Ciertamente, En la circunvalación No. 5 por 0,25 la disposición de los temas, acontecimientos, sorpresivas circunstancias, precisión y la fascinante manera de armar tiempos dispares en donde gravita el ser, activa en los lectores los mecanismos contra el olvidado. Ilustremos una particular experiencia lectora tomando como referencia el capítulo “Ludopatía hípica”. En éste se encuentra el lector instalado en los costados del Hipódromo entre relinchos, carreras de caballos (5 y 6), jinetes, entrenadores, dueños de haras, intermediario, jugadores, los Formularios, la Gaceta Hípica y La Fusta, que recogen las estadísticas del quehacer en el hipismo. Estos elementos relacionados en el discurso nos remiten al ludópata, la adolescencia y al padre. No obstante, ese padre masajeado por la seducción publicitaria desde la caja que exacerba aún más la obsesión y fábrica de ilusiones, todos los sábados mandaba al desprevenido hijo a comprar un formulario con el firme propósito de sellar la suerte, si acaso el azar favorecía, las menguadas finanzas de la familia. He allí una de las conexiones que se establecen donde convergen las experiencias lectoras y vivenciales del otro con los otros. Pero dejemos que fluya ese sabor, saber, gracia, humor e ironía de la prosa que nos entrega este escritor en torno a este pasatiempo. El que deleitó/deleita e infundió vanas esperanzas como descontentos, guiños, aparente comodidad, facilismo, “cábalas”, “mentiras”, y la relación que aguarda este hecho con el protagonista en su experiencia gráfica en el proceso del diseño y producción de la guía (la Gaceta Hípica, La Fusta), que contenía el A B C del 5 y 6, en tanto, compartamos algunos fragmentos seleccionados:

             “La Gaceta y La Fusta costaban un bolívar cada una (…) Un bolívar el formulario y cuatro la sellada (…) apostar a los caballos tenía el doble juego de la ilusión y el desengaño en el jugador… Y en el azar nunca se sabe, cualquier día se le podía salir una rueda a la carreta y allí estaba uno muerto e’ la risa alimentando ilusiones. Pegar un 5 y 6 era un sueño anhelado, un carro, una casa, la escuela de los muchachos. Hubo muchos que creyéndose ganadores de una pelota e’ rial, botaron la casa por la ventana la misma noche después de las carreras y cuando fueron a cobrar al siguiente día salieron trasquilados. Algunos esperaban el revoltillo o las caraotas fritas en la casa con la radio           encendida por la información antes de que el sellado cerrara la máquina…(…) es que alrededor del  mencionado juego se confabularon las más increíbles logias de vivos que se aprovecharon de la ilusión (…) Inexplicablemente, cuando ganaba un burro sucedían esos hechos insólitos, aparecían cuadros  acertados y nunca se dijo –aunque era un secreto a voces- que el escrutinio era manipulable  y había banqueros que supuestamente tenían su caja chica en el mencionado juego”. (Ibídem: 53-        54).

Sobreviene alterno a este otro contexto la presencia de Florentino y el Diablo de Alberto Arvelo Torrealba y El Carrao de Palmarito, Juan de los Santos Contreras, circunscrito a las vivencias del protagonista. De igual forma, y va la segunda y singular experiencia, un padre rígido y trabajador del campo le llamaba la atención ese canto recio del llano. Y una vez más el agotado jefe de familia al tomar su reposo en su hogar ordenaba al hijo colocar el acetato en un viejo aparato, para que la voz inmensa inundara y así comenzara el contrapunteo retumbando en las paredes al conjugase en el canto el sentido del bien y el mal. No estaría demás transcribir esta estrofa de la “Porfía”, como un homenaje a ese padre ausente que como Juan de los Santos Contreras, usaba liquiliqui y sombrero Bolsalino pelo ‘e guama:

            “Florentino está silbando
                sones de añeja bravura
                y su diestra echa a volar
                ansias que pisa la zurda,
                cuando el indio pico de oro
                con su canto lo saluda”.

                                    (“La Porfía”, en Antología poética, 2004:143).

IV

UN PERFUME DE MUJER CRUZA LA TEXTURA DE ESTAS CRÓNICAS

                “…pero pienso que el objetivo primario de encontrar a aquella mujer mencionada al principio jugó un papel importante”. (Ibídem: 62-63).

Los rastros y el rostro de Cupido. Primeros flechazos

Dentro de la aromática de la memoria en que se inscriben estas crónicas no pasaba desapercibido el papel de Cupido tejiendo laboriosamente su invisible red de seda para el amor. Y es porque un perfume de mujer cruzaba la textura de estas crónicas. Desde luego, vale acentuar que en la hechura de este libro prima también un acto amoroso deslizándose entre las páginas, en virtud del afecto con el que nos atrapa la lectura. Pero si nos damos cuenta, Eros sigilosamente también va a revisitar y a ocupar las calles y esquinas de Caracas acompañando con su emanación a aquel héroe emprendiendo su viaje hacia la búsqueda de las quimeras: “Cualquier pretexto era bueno para venir a ella. Era bueno hasta para seguirle la pista a una mujer que pasó ante sus ojos allá en el pueblo” (Ob. Cit.: 25).
La estela de Cupido. Inocentes tanteos

La aparición del amor, por ende de la mujer, pero de una mujer que pareciera ser el hilo o guía inspiradora, no faltaba más al protagonista en el curso de las peripecias que tienen lugar en el mundo re-creado. Pero veamos cómo es que se va manifestando el poder de Eros –Cupido- y éste dejando su estela aromática presumiendo “inocentes” tentaciones que inicialmente se convierten en sondeos, para de esa manera ir creando la elevada atmósfera entre dos sujetos tejiéndose en el lenguaje como historia particular dentro de la historia general: “Entre una y otra escaramuza con Cupido, que lanzaba flechazos dispersos pero no lograba enganchar nada, alguno que otro aleteo y eran sólo sardinas pero ella estaba aguardándome y más tarde que temprano la hallaría y para esto es preciso encontrar otro trabajo”. (Ibídem: 63).

Cupido y sus efectos secundarios

Los efectos secundarios de Cupido se avienen a través de la música, y es mediante una serenata con la que se abre camino y ambienta el espacio para luego avanzar hacia un acercamiento más concreto a esa aspiración del sujeto amoroso. Sujeto amoroso al que se le viene siguiendo el rastro y que en un momento determinado pasó como un celaje ante los ojos de aquel hechizado corazón. Aún las irradiaciones de ese lenguaje secreto que se va edificando subyacen en la memoria. Así que se viene sumando a esa sintaxis amorosa los efectos, impactos y acciones para concentrarse: en una mirada lejana, el flechazo, apenas un aleteo, el interés, la búsqueda y un encuentro a medias.

                “Una serenata me llevó una madrugada hasta la segunda calle La Tropical en Los Robles de      Manicomio, a dos cuadras de la avenida Sucre. Allí vivía la mujer de la que hablo al principio de esta crónica”. Para variar, ella era de Caracas y su diferencia era notable allá en mi pueblo, algo me               impulsó a fijarla en mi mente, me gustó, fue breve su pasada por La Victoria pero había dejado su                 huella indeleble en mi alma” (Ibídem: 81).
                                            
Cupido encarnado, aferrado al encuentro

        Ahora cuando Cupido encuentra al sujeto flechado, herido y en estado de espera, no le queda más que aferrarse antes de que se pierda ese aroma. Impulso que lo llevó a la búsqueda, hacia ese encuentro con lo otro definido en el contexto de un lenguaje sutil, sintético y secreto, suscitándose entre los amantes bajo un código llamado “las figuras del amor” y “Los niveles amorosos”. En tal sentido, valdría la pena corroborar la presencia del lenguaje de los amantes apelando a dos autores: el escritor y ensayista venezolano Juan Carlos Santaella y el filósofo y ensayista español José Antonio Marina.

Por su parte, de lo expresado en el ensayo de Juan Carlos Santaella podemos relacionar algunos términos que se encuentran también en el filósofo cuando ambos abordan este fenómeno: “el laberinto sentimental” que denota y connota el amor.

   “Todo enamorado dispone de un discurso decisivamente amoroso. Podríamos perfectamente decir que el amor engendra, en toda su desmesura, una cantidad de códigos de los que se sirve y es servido a través de todo un recorrido imaginario donde circulan y tropiezan figuras que, lentamente, van armando el gran inventario de solicitudes, esperas, citas y ausencias que constituyen el domino secreto del amor. (…) Entre todos los discursos humanos, el del amor parece ser el único que se mantiene dentro de un marco absoluto de sencillez (…). ¿Qué otro sentido pueden tener ciertas figuras como los celos, la ausencia, la angustia, la espera y el yo te amo si su carácter depende completamente de un designio interminable? El enamorado habla por bocanadas de frases, reducidas muchas veces a breves palabras que sólo tienen la intención de afirmar un estado de ánimo muy peculiar” (Santaella, J., 1983; p-p.197-199-201-202).

En José Antonio Marina se observa que los sentimientos, por un lado: Son frutos de la memoria, de la realidad y de la anticipación. Están influidos por los recuerdos y a su vez organizan la memoria. (Laberinto sentimental, 1996: 204). Y con respecto a “Los niveles amorosos”, propone que:

                “Cada uno de los niveles amorosos que he señalado-el deseo, el dolor de ausencia, el gozo en la                 posesión, la afirmación de la experiencia ajena y la necesidad de su felicidad- pueden llamarse, sin       duda, amor, sabiendo que sólo el nivel último, que integra a los demás alcanza la totalidad de la              experiencia” (Marina, J., p. 188).

       En fin, como señalábamos al comienzo de estas líneas, el conjunto de ocurrencias y circunstancias como esta historia particular, son posibles debido a que ese ser que narra también recuerda desde lo amoroso. Tomemos en consideración, primero, el texto final donde toda una jornada amorosa termina sintetizándose en un monosílabo, un adverbio de afirmación que se espera con ansiedad: “Sí”. Pero si leemos este fragmento con atención notaremos palmariamente su relación con algunos de los códigos que señalaron los estudiosos mencionados anteriormente. En ellos: solicitudes, esperas, citas, la afirmación, el deseo, la duda, el gozo, el yo te amo.

                “La vida me seguía deslumbrando con mujeres hermosas…tenía varios frentes prendidos en candela      pero sólo uno me amarraba…La maestra de escuela que vivía en Los Robles allá en Manicomio casi       me dijo que sí y se convirtió en sí definitivo tiempo después de tanta insistencia. La aceptación me         volvió asiduo, la barriada se fue haciendo cómplice de mis querencias y me fue envolviendo en su              atmósfera. Por supuesto que tal decisión parecía descabellada para la novia, por cuanto yo no tenía        dónde caerme muerto, sólo tenía la etiqueta de office boy y 322 bolívares de sueldo” (Ibídem: 95)


Finalmente, decidimos dejar de pasear En la circunvalación No. 5 por 0,25, agradeciendo al autor de esta obra por el disfrute provocado en virtud de los aciertos en la configuración de ese entramado vigoroso y amoroso. Por comportarse su escritura como un disparador del recuerdo: un cóctel de la memoria, mezclan vibrante de aquellos instantes  del vivir recobrados por el hombre durante su paso por el tiempo. Aquí, en sus crónicas se revive la unificación de sensaciones múltiples donde cabe la posibilidad de vigorizar lo transitado. Donde se conjugan: el humor y la fina ironía, la vitalidad, plasticidad, gracia, sabor, saber y fluidez de acontecimientos limpiamente entrecruzando las fragancias de la memoria con las que los lectores se vincularán para intensificar el recuerdo entre nosotros; rasgos pertinentes que aguardan la maestría de quien sabe deleitar con la palabra. Así que celebro este trago verbal contra el olvido y comparto su hallazgo de esa Beatriz-María en “La Sucursal del Cielo”, reconstruida a través del hilo de plata de la escritura bajo el encantamiento del dios Eros, sin embargo: “Lo cierto es que esa Caracas existió y María aún está casada conmigo…” (Leo Alfonso Villaparedes: 97).                                                                                                                                                                                                                                    
Referencias Bibliográficas:
 Marina, J. (1996). “Jornada sexta: Crítica del mundo afectivo” y “Jornada quinta: un laberinto dentro del laberinto. El amor”. En: Laberinto sentimental. Barcelona-España: Anagrama pp. 188-204.

Santaella, J. (1983). Reescrituras. Caracas-Venezuela: Academia Nacional de la Historia. El libro menor. pp. 197, 199, 201, 202.
Torrealba, A. (2004). Antología poética. Caracas-Venezuela: Monte Ávila Editores. p. 143.
 Villaparedes, L. (2016). En la circunvalación No. 5 por 0,25. Caracas, Venezuela: Alcaldía de Caracas, Fondo Editorial Fundarte. 

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