lunes, 20 de febrero de 2017

El libro para niños y niñas

José Gregorio González Márquez

El libro ha representado por siglos el vehículo dilecto para trasmitir información, conocimientos y placer. La lectura de un libro cuando se realiza con amor, abre las puertas del inmenso firmamento de la imaginación. El lector agarra un libro para adentrarse en mundos desconocidos. Desde la incertidumbre camina  por sus laberintos para descifrar la magia que el escritor ha escondido en sus páginas. Cada hoja es auscultada con el goce de quien descubre vida en un territorio inhóspito, o escucha por primera vez el latido de la existencia.

Han existido muchos formatos del libro. En la antigua Mesopotamia se utilizaron primitivas tablillas hechas de arcilla para resguardar el conocimiento. Luego el papiro egipcio revoluciona la forma del libro. Con esta técnica se logra la elaboración de un rollo que facilita más su lectura. Pero, con la aparición del códice comienza a forjarse la visión del libro tal como lo conocemos en la actualidad.


El pergamino con que se realizaban los códices, permitió al hombre doblarlo en diversos tamaños para darle forma y manejo a los cuadernos que se fabricaron en la época. Con la aparición del papel  se tecnifica la edición de libros. Hasta hoy no ha sido sustituido aun cuando hay quienes apuntan a las ediciones digitales como futuro del libro.

En su ensayo Exlibris Juan Carlos Santaella comienza por afirmar que “Toda reflexión sobre el libro comienza por ser, de alguna manera una reflexión sobre la memoria y también sobre el olvido. Quisiéramos imaginar que en el libro se prolonga infinitamente toda la memoria cautiva y seductora de aquel ser que lee y de aquel sujeto que escribe.” El libro atesora toda palabra que se perpetúa más allá del tiempo y el espacio. La palabra lucha por milenios para permanecer inalterable en su esencia. La piedra, el papiro, el pergamino, el papel y los soportes digitales son los garantes de mantener en vigencia el mensaje trasmitido por la grafía. La palabra oral y la palabra escrita confluyen, se hacen una sola para afianzar la literatura. Santaella expone: “La palabra es el secreto aliento compartido por todos. Su pavor depende de su misterio, su esencia depende de la figuración sagrada que ella imprime a la vida. A palabra se solaza en el misterio y de este último tal vez brota el libro, que lo contiene.”

Federico García Lorca, poeta y dramaturgo español, amaba tanto los libros que decía no poseer ninguno porque todos los que compraba los regalaba. Una manera bondadosa de promocionarlo y acercar el libro a quien deseara leerlo.  García Lorca siempre manifestó que el libro era un instrumento social. La sociedad no se deja esclavizar si lee; el hombre disfruta la libertad con la lectura.  En Medio pan y un libro manifiesta: “No solo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que el pueblo pide a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan”.

El libro cumple un servicio; refleja en sus páginas los avatares del mundo. Representa libertad, lucha intestina contra toda forma de dominación. El esplendor del libro jamás es opacado por gobiernos ni religiones. Sobrevive a quemas, destrucciones y censura. Ejemplos sobran. Cuando los momios censuran es porque temen al poder del libro. Para muchos el libro es un objeto sagrado pues en él está contenida la historia de la humanidad. No es un fetiche para mirarlo, hojearlo y adorarlo. Es un instrumento de liberación física y mental. Aunque se han escrito muchos libros encomendados por quienes buscan esclavizar la humanidad, estos terminan favoreciendo al hombre porque son testigos de la miseria humana y pueden estudiarse para sentar precedentes de la maldad de algunos.

El libro establece una simbiosis entre escritor y lector. Quien lo escribe imagina. Quien lee imagina todo lo escrito y le da una visión personal. Un mismo libro puede causar infinitas sensaciones, miles de imágenes mentales en cada lector. La lectura es entonces un acto de vida, un proceso que interioriza las imágenes literarias para iluminar universos íntimos donde  subyace la palabra. Harold Bloom asume que “la lectura es una praxis personal, más que una empresa educativa. El modo en que leemos hoy, cuando estamos solos con nosotros mismos, guarda una continuidad considerable con el pasado, aunque se realice en una biblioteca universitaria.”

El auge del libro infantil puede situarse en el siglo XX. Las características primigenias de estos textos se mueven en el campo de la pedagogía y la moral. Se publicaban entonces libros para enseñar valores, algunos silabarios para aprender a leer y libros de textos para la trasmisión de conocimientos. Inmersos en ellos, escalas de valores que se pretendían enseñar con cuentos y fábulas para consumo de los niños.

Siglos de educación rígidas para quienes tenían acceso a las aulas de clase. Una minoría que tenía la oportunidad de acercarse a las letras bajo la égida de la imposición y la obediencia desmedida. No es de extrañar entonces que los libros publicados solo buscaban sostener los cánones de una sociedad cerrada, pacata y conservadora.

La influencia religiosa marcaba los pasos de niños y niñas por la escuela. Muchos temas no eran considerados aptos para ser leídos y discutidos en la institución educativa y menos en los hogares. Con una sociedad que censuraba conductas y a otras consideraba aberradas, poco puede esperarse de los escritores que temían enfrentarse al poder político o religioso. La inocencia era concebida entonces como un valor que se cuidaba de cualquier forma de corrosión.  Por razones como esta, poco espacio se dedicaba a los libros para niños. Indudablemente los  temas que se trataban eran aprobados por las autoridades bajo consideraciones religiosas. Hoy han quedado atrás tantas majaderías y restricciones.

  Algunas de las características de los libros escritos para niños y niñas:

ñ  La temática debe ser tratada con entera libertad. La censura se quedó en el pasado y por lo tanto, no cabe en el trabajo del escritor para niños.
ñ  Los libros para niños no pueden escribirse por encargo. Cuando el autor responde solo a intereses editoriales tiene asegurado su fracaso.
ñ  El ánimo pedagógico y moralizante no son temas para el trabajo de un libro para niños. Los libros infantiles no se conciben para educar.
ñ  El uso de ilustraciones debe ser equilibrado. Sobrecargarlos roba interés por el texto escrito.
ñ  Los álbumes ilustrados son concebidos para los más pequeños. En ellos predominan las ilustraciones sobre los textos. El niño lee las ilustraciones y construye el texto.
ñ  Los libros infantiles escritos con lenguaje sencillo y sin rebuscamiento son apreciados. La estupidez no tiene cabida en el mundo del niño.
ñ  Aun cuando se trabaje la fantasía no debe mentirse al niño. Cuando el autor inventa un entorno, exagera en las acciones y crea personajes inverosímiles proyecta un universo que es visitado por el niño. Por lo tanto no le miente pues da cabida imaginación.
ñ  Los textos llenos de colorido y magia atrapan al lector. A partir del gusto que generan despiertan su sensibilidad.
ñ  El trabajo del lenguaje es importante en los libros infantiles. Expresiones con sentido, oraciones consolidadas y la recreación de acciones fomentan el gusto lector.
ñ  El cuidado en la elaboración del libro es fundamental. Para atrapar al lector se trabaja en función del gusto y los intereses del niño o niña.
ñ  El tratamiento de los temas tiene que abordar la madurez del niño; por lo tanto, es imperante desechar todo elemento que suponga disminuir su intelecto.

Referencias Bibliográficas

Bloom, H. (2002). Cómo leer y por qué. Barcelona. España: Anagrama.
García Lorca, F. (2014). Medio pan y un libro/ Teoría y juego del duende. Caracas; Fundación Editorial el perro y la rana

Santaella, J. (1999), El huerto secreto. Caracas: Monte Avila Editores Latinoamericana.

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