José Gregorio González Márquez
El
libro ha representado por siglos el vehículo dilecto para trasmitir
información, conocimientos y placer. La lectura de un libro cuando se realiza
con amor, abre las puertas del inmenso firmamento de la imaginación. El lector
agarra un libro para adentrarse en mundos desconocidos. Desde la incertidumbre
camina por sus laberintos para descifrar
la magia que el escritor ha escondido en sus páginas. Cada hoja es auscultada con
el goce de quien descubre vida en un territorio inhóspito, o escucha por primera
vez el latido de la existencia.
Han
existido muchos formatos del libro. En la antigua Mesopotamia se utilizaron
primitivas tablillas hechas de arcilla para resguardar el conocimiento. Luego
el papiro egipcio revoluciona la forma del libro. Con esta técnica se logra la
elaboración de un rollo que facilita más su lectura. Pero, con la aparición del
códice comienza a forjarse la visión del libro tal como lo conocemos en la
actualidad.
El
pergamino con que se realizaban los códices, permitió al hombre doblarlo en
diversos tamaños para darle forma y manejo a los cuadernos que se fabricaron en
la época. Con la aparición del papel se
tecnifica la edición de libros. Hasta hoy no ha sido sustituido aun cuando hay
quienes apuntan a las ediciones digitales como futuro del libro.
En
su ensayo Exlibris Juan Carlos Santaella comienza por afirmar que “Toda reflexión sobre el libro comienza por
ser, de alguna manera una reflexión sobre la memoria y también sobre el olvido.
Quisiéramos imaginar que en el libro se prolonga infinitamente toda la memoria
cautiva y seductora de aquel ser que lee y de aquel sujeto que escribe.” El
libro atesora toda palabra que se perpetúa más allá del tiempo y el espacio. La
palabra lucha por milenios para permanecer inalterable en su esencia. La
piedra, el papiro, el pergamino, el papel y los soportes digitales son los
garantes de mantener en vigencia el mensaje trasmitido por la grafía. La
palabra oral y la palabra escrita confluyen, se hacen una sola para afianzar la
literatura. Santaella expone: “La palabra
es el secreto aliento compartido por todos. Su pavor depende de su misterio, su
esencia depende de la figuración sagrada que ella imprime a la vida. A palabra
se solaza en el misterio y de este último tal vez brota el libro, que lo
contiene.”
Federico
García Lorca, poeta y dramaturgo español, amaba tanto los libros que decía no
poseer ninguno porque todos los que compraba los regalaba. Una manera bondadosa
de promocionarlo y acercar el libro a quien deseara leerlo. García Lorca siempre manifestó que el libro
era un instrumento social. La sociedad no se deja esclavizar si lee; el hombre
disfruta la libertad con la lectura. En Medio pan y un libro manifiesta: “No solo de pan vive el hombre. Yo, si
tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que
pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que
solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las
reivindicaciones culturales que es lo que el pueblo pide a gritos. Bien está que
todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan”.
El
libro cumple un servicio; refleja en sus páginas los avatares del mundo.
Representa libertad, lucha intestina contra toda forma de dominación. El
esplendor del libro jamás es opacado por gobiernos ni religiones. Sobrevive a
quemas, destrucciones y censura. Ejemplos sobran. Cuando los momios censuran es
porque temen al poder del libro. Para muchos el libro es un objeto sagrado pues
en él está contenida la historia de la humanidad. No es un fetiche para
mirarlo, hojearlo y adorarlo. Es un instrumento de liberación física y mental.
Aunque se han escrito muchos libros encomendados por quienes buscan esclavizar
la humanidad, estos terminan favoreciendo al hombre porque son testigos de la
miseria humana y pueden estudiarse para sentar precedentes de la maldad de
algunos.
El
libro establece una simbiosis entre escritor y lector. Quien lo escribe
imagina. Quien lee imagina todo lo escrito y le da una visión personal. Un
mismo libro puede causar infinitas sensaciones, miles de imágenes mentales en
cada lector. La lectura es entonces un acto de vida, un proceso que interioriza
las imágenes literarias para iluminar universos íntimos donde subyace la palabra. Harold Bloom asume que “la lectura es una praxis personal, más que
una empresa educativa. El modo en que leemos hoy, cuando estamos solos con
nosotros mismos, guarda una continuidad considerable con el pasado, aunque se
realice en una biblioteca universitaria.”
El
auge del libro infantil puede situarse en el siglo XX. Las características
primigenias de estos textos se mueven en el campo de la pedagogía y la moral.
Se publicaban entonces libros para enseñar valores, algunos silabarios para
aprender a leer y libros de textos para la trasmisión de conocimientos.
Inmersos en ellos, escalas de valores que se pretendían enseñar con cuentos y
fábulas para consumo de los niños.
Siglos
de educación rígidas para quienes tenían acceso a las aulas de clase. Una
minoría que tenía la oportunidad de acercarse a las letras bajo la égida de la
imposición y la obediencia desmedida. No es de extrañar entonces que los libros
publicados solo buscaban sostener los cánones de una sociedad cerrada, pacata y
conservadora.
La
influencia religiosa marcaba los pasos de niños y niñas por la escuela. Muchos
temas no eran considerados aptos para ser leídos y discutidos en la institución
educativa y menos en los hogares. Con una sociedad que censuraba conductas y a otras
consideraba aberradas, poco puede esperarse de los escritores que temían
enfrentarse al poder político o religioso. La inocencia era concebida entonces
como un valor que se cuidaba de cualquier forma de corrosión. Por razones como esta, poco espacio se
dedicaba a los libros para niños. Indudablemente los temas que se trataban eran aprobados por las
autoridades bajo consideraciones religiosas. Hoy han quedado atrás tantas
majaderías y restricciones.
Algunas
de las características de los libros escritos para niños y niñas:
ñ La
temática debe ser tratada con entera libertad. La censura se quedó en el pasado
y por lo tanto, no cabe en el trabajo del escritor para niños.
ñ Los
libros para niños no pueden escribirse por encargo. Cuando el autor responde
solo a intereses editoriales tiene asegurado su fracaso.
ñ El
ánimo pedagógico y moralizante no son temas para el trabajo de un libro para
niños. Los libros infantiles no se conciben para educar.
ñ El
uso de ilustraciones debe ser equilibrado. Sobrecargarlos roba interés por el
texto escrito.
ñ Los
álbumes ilustrados son concebidos para los más pequeños. En ellos predominan
las ilustraciones sobre los textos. El niño lee las ilustraciones y construye
el texto.
ñ Los
libros infantiles escritos con lenguaje sencillo y sin rebuscamiento son
apreciados. La estupidez no tiene cabida en el mundo del niño.
ñ Aun
cuando se trabaje la fantasía no debe mentirse al niño. Cuando el autor inventa
un entorno, exagera en las acciones y crea personajes inverosímiles proyecta un
universo que es visitado por el niño. Por lo tanto no le miente pues da cabida
imaginación.
ñ Los
textos llenos de colorido y magia atrapan al lector. A partir del gusto que
generan despiertan su sensibilidad.
ñ El
trabajo del lenguaje es importante en los libros infantiles. Expresiones con
sentido, oraciones consolidadas y la recreación de acciones fomentan el gusto
lector.
ñ El
cuidado en la elaboración del libro es fundamental. Para atrapar al lector se
trabaja en función del gusto y los intereses del niño o niña.
ñ El tratamiento de los temas tiene que
abordar la madurez del niño; por lo tanto, es imperante desechar todo elemento
que suponga disminuir su intelecto.
Referencias Bibliográficas
Bloom,
H. (2002). Cómo leer y por qué. Barcelona. España: Anagrama.
García
Lorca, F. (2014). Medio pan y un libro/
Teoría y juego del duende. Caracas; Fundación Editorial el perro y la rana
Santaella,
J. (1999), El huerto secreto. Caracas: Monte Avila Editores
Latinoamericana.
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