domingo, 5 de marzo de 2017

Casa de pájaro, novela del escritor Radamés Laerte Giménez

Yony G. Osorio G
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                                                                    “El pájaro acompaña desde su vuelo al niño, vestido de abandono”.
                                                                                                 (Pálmenes Yarza, 2006,  Antología poética: 110).

            “Estar más solitario que una sombra en una casa abandonada. Buscar el regazo en ese momento extremo cuando todo se va…encontrarse con ese miedo que siempre se ha querido negar. Abandonado. Abandonado”                                                        
                                                                                         (Radamés Laerte Giménez, Casa de pájaro, 2016: 52).




Radamés Laerte Giménez

El pájaro que mira hacia lo lejos trastorna la quietud del pupitre

En esta obra, Casa de pájaro (2016), editada por la Fundación Editorial Casa de las Letras Andrés Bello, con la que Radamés Laerte Giménez obtuvo el “Premio de Narrativa Salvador Garmendia 2014”, intuimos que nuestra mirada también se entrecruza tal vez con un disgregado personaje que se supone sentado en un pupitre. Este protagonista llamado  Edgar Alejandro, se nos muestra en un escenario como un ser absorto, retraído, distraído y  extraviado. Sustenta su lenguaje en actitud evasiva, vacilante y, a veces, se encuentra sumergido en la morada de la ensoñación. Podemos apreciar ambas situaciones en estos fragmentos seleccionados de un diálogo directo entre él y sus padres que escenifican típicas disputas:


                “– ¿Tú me estás oyendo, Edgar?
                -Papá: ¿me vas a comprar la moto?
                Virulita. Negra y cromada.
                -¡Ya basta con eso, basta! ¿Cuál moto del carajo? ¿Qué es lo que tienes en la cabeza? ¡Te hablo y te hablo y es como si hablara a la pared! ¡Mírame cuando te hablo! ¡Eso es culpa tuya! ¡Tú lo tienes así!”
              -¡Ah, no! ¡Conmigo no la vas a agarrar! ¡Yo soy la que ando todos los días detrás de él! ¡Es mejor que te vayas poniendo los pantalones y veas qué es lo que vas a hacer!
                -¡Te lo dije, mejor es internarlo! A ver si se le quita todo eso que tiene en la cabeza.
                ……………………………………………………………………………………………………
              “-Mamá ¿cuándo me  vas a preparar pasticho?
              -Pero… ¿qué es lo que te pasa, muchacho?
              -¡Levántate y te vas a tu alcoba!”
              ………………………………………………….
              -¡A tu alcoba! ¡Y no salgas hasta que me haya ido al trabajo!
              -¿Ves lo que te ganas por irrespetuoso? ¡Obedece a tu papá!              (Ibídem: 22-23).

La creación de un ambiente de tal naturaleza presume una especie de pretexto o artificio verbal a fin de lograr subjetivamente el desdoblamiento del ser despertando en la pantalla del televisor como internándose después en los libros del abuelo Zárraga. Este hecho se constituye en un deslumbramiento en tanto se va asomando la identidad con esa voz interior  cimentándose en la medida que re-encarnará en ese nuevo ser refundándose:

            “¡Una voz! Un señor conocido. Ha estado en casa, parece. Se ve como alguien conocido ¿cómo quién? Como una alucinación. Habla con una voz conocida. Se parece a papá. Un papá mayor. (…)   Es el rostro en el retrato. La cara en el libro. La cara de papá. La cara en el espejo. Como una    alucinación. La entrevistadora lo llama Rafael Zárraga. Es como si el televisor le hablara a uno. La mujer (…) le hace las preguntas y él responde moviendo las manos como hacen los Zárraga (…)”.   (R. Giménez: 30).

Tal manifestación de afirmación y afinidad, igualmente avivan el recuerdo de ese alguien que sentado se recrea en el residuo de un instante paradisíaco. El que es recobrado solamente mediante la vitalidad de la palabra y que lo traslada hacia los confines de la memoria en donde se rehace esa voz recóndita. Ella, removiéndose en la espesura del letargo desde la mirada trascendida una y otra vez pero palpitante.

            “Si se mira hacia el ventanal los ojos se llenan de ese verde vegetal que ahoga el paisaje. (…)  Espesor de hojas que provoca somnolencia verde”. “Mirando nuevamente el mangal infértil desde este salón de verdes somnolencias se accede a la certeza de que andamos haciendo circuito en un   espacio cercado, tramposo”. “Mirando hacia el ventanal los ojos se llenan de un verde vegetal que  ahoga los ruidos”. (Ibídem: 9, 117, 127).

Pudiéramos preguntarnos sin atinar en la respuesta lo siguiente: ¿De qué manera se puede percibir o mirar el posible mundo si en silencio y soledad se presume, presiente y anticipa como existencia y el ser se configura en lo venidero? ¿Cómo, tomando en cuenta el pretexto de una mirada iniciática, re-novadora y prístina, se comienza el despertar ante el mundo, las cosas y los seres? ¿Será desde la perspectiva de una mirada multiplicada como acontece al ser de esa mirada triangulada, que han de mirarse las cosas y demás entes conformadores de ese mundo ficcional? Da la impresión de que esta ocasión propone las claves de una lectura para re-evaluar desde la subjetividad las cosas que se han visto. A pesar de tal incertidumbre, la resonancia re-encarna e invita a reavivar el espacio del silencio: “Como esta voz que siempre te ha hablado y que tú no te oías. Dejarte oírme es liberarte desde adentro, destrancar la puerta que veda el último pasillo de tus interioridades. Esta tu voz que soy te llega y te toca en este momento de todos tus silencios” (Ibídem: 83).  

Ahora bien, el tiempo-espacio que se desteje en aquel refugio de la infancia perdida, evocada desde ese aparente pupitre flotante, se torna diván donde un mango crece en la distancia. Desde allí se traza el viaje interior más allá de los barrotes de esas ventanas, libre de cualquier obstáculo que interrumpa al soñador en el esplendor de la palabra. De este modo, se re-ordena un discurso que se torna toda una aventura alucinante y cuyo resultado permite re-descubrir una voz. Se propone un espacio que permite el encuentro con el otro y se expresa un testimonio de una vida literaria. Al mismo tiempo, se tributa un homenaje al escritor yaracuyano Rafael Zárraga escribiéndose un libro que nos abre las alas a esa Casa de Pájaro en donde late un ave en proceso de transfiguración: Ésta desea emprender su propio vuelo, así como, tú joven lector, podrías intentar romper ese cascarón que te habita y que aguarda en su interior un volcán a punto de efervescencia:

            “Déjame hablarte muchacho, déjame ser la sonoridad de las palabras que persigues con los ojos, dame ese espacio libre en tu boca. Soy la voz de quien tú quieres escuchar, yo seré tu Zárraga que te  falta, si así lo quieres. Yo seré el ruido melodioso que te hará marcar los pasos definitivos. Yo seré el aire sonoro  que dibujará en el paisaje de tus fantasías la materialidad y la racionalidad y el colorido con que está constituido todo lo que existe.” (…) Y se podrá responder Yo soy Rafael Zárraga, o yo soy tu voz, o también, yo soy Edgar Alejandro, y hasta me llaman Unga unga: todas las respuestas serán válidas y todas serán inútiles”.  (Ibídem: 85, 127, 128).

Una vida rememorada de quien antaño fue un niño

Al seguir el decurso de esta memoria fragmentada sentada en ese pupitre desde donde palpita multiplicada una mirada iniciática y renovadora, pareciera toparse con una posibilidad más que permite re-evaluar desde la subjetividad las cosas evocadas, experiencias propias, y recordadas bajo el impacto de una lectura plena que fija el ayer del otro. En este sentido, tomemos en consideración trazos y registros de un lenguaje que a veces nos sitúa en la jerga de una aldea remota con la pretensión de re-inaugurar el estilo de cómo apresar en el pozo de las asociaciones libres, aunque sea captado mediante “la intuición de un instante” como lo plantea Gaston Bachelard, la vida rememorada de quien antaño fue un niño:

                “-¡Zárraga! ¡Preste atención que no es hora de dormir!
                -¡Güeje, Unga unga no duerme en casa!
                Será mejor echarse los ojos al bolsillo y dejar que la vigilia haga con uno lo que le venga en gana. Estar aquí es no estarse, es dejarse del ser, es abandonarse en algún punto de la no existencia, viendo cómo las horas se derriten contra las paredes lustrosas de este verde institucional. Ambicionar que todo haya pasado: esa es la estrategia. Vivirse por adelantado la placidez de la guarida que es la  alcoba”. (Ibídem: 10).

En torno al narrador-personaje, que narra desde la primera persona gramatical (Yo), se configura esa voz latente que funda un universo ficcional que parte de una realidad indeterminada, la del sueño/ensueño, donde se va gestando en soledad lo que antes era murmullo y ahora se constituye como una verdadera voz que se revela al pronunciar y reafirmarse ante el mundo: “…esta voz que siempre te ha hablado y que tú no te oías. Dejarte oírme es liberarte desde adentro, destrancar la puerta que veda el último pasillo de las interioridades” (Ibídem: 83). He allí la clave de un credo trascendente que tiene un sustrato en el abuelo como fuente generadora, inspiradora y alucinante: “Si se ha tenido un abuelo que habla desde los misterios de un libro, entonces hay que leerlo y creerlo.  Recogerle las letras y con ellas ubicarse en el mundo.” (Ibídem: 42).    

Pero recordemos que como seres temporo-espaciales habitamos un caos y un orden que nos sucede y que de ello tenemos conciencia. De allí que cuando mencionábamos eso de La intuición del instante era porque en esta propuesta el filósofo francés Gaston Bachelard dedica un estudio a la máquina del tiempo desde la perspectiva de Bergson y Roupnel. De hecho afirma que:

               “Para nosotros la conciencia del tiempo es siempre una conciencia de la utilización de los instantes, siempre activa, nunca pasiva; en resumen, la conciencia de nuestra duración es la conciencia de un   progreso de nuestro ser íntimo, por lo demás, aunque ese progreso sea afectivo, fingido o incluso simplemente soñado” (Bachelard: 49).

Ahora, si seguimos la trayectoria del personaje central de esta historia, Edgar Alejandro, notamos a un joven con aquella mirada inicial desconectada de cualquier proyecto previsible. A pesar de todos los avatares involucrados, por ejemplo, las dudas, las prohibiciones, contradicciones, incomprensiones, castigos y obligaciones, existe un refugio que le permite reconocerse y sentirse en la plenitud del deslumbramiento:

                “Estar aquí es no estarse, es dejarse del ser, es abandonarse en algún punto de la no existencia, viendo cómo las horas se derriten contra las paredes lustrosas de ese verde institucional”.  “Ya no se es niño, el momento…el instante…el salto desde la boca…/-Yo tengo la clave de los misterios. Desde las páginas de antiguos libros me rebelo con esta voz…” (Giménez: 10-125).

Además, se distingue el encuentro con la voz interior, el crecimiento y desarrollo de rasgos característicos de la personalidad tanto interna como externa (físico-psíquico). De tal manera, notaremos en ese cúmulo de instantes la configuración de un orden vivencial de esa evolución temporal de duración como progreso en el ser íntimo. Una ilustración más es cuando este personaje se regocija con el límite de la adolescencia: “Catorce que se viven en un instante filtrado por el pensamiento o por los sueños”. (Ibídem: 98).  
  
Una novela corta y de formación

Por ahora, el escritor Radamés Laerte Giménez, nos brinda un libro de pocas páginas (128 de contenido). Se trata de la novela corta y de formación Casa de pájaro que forma parte de una trilogía. En la primera (“Premio de Narrativa Salvador Garmendia 2014”) el protagonista arriba a los 14 años, la segunda, Campana de piedra, (“Premio de Narrativa Stefania  Mosca 2016) avanza el protagonista hacia los 17 y en la obra que cierra este ciclo cronológico, Crepúsculo de nubes, alcanza el personaje central los 21 años de edad, según confesión del autor. En este tipo de  novela, de acuerdo a la clasificación establecida por Silvia Adela Kohan en su obra Cómo se escribe una novela, se “Privilegia al protagonista juvenil en el desarrollo de su carácter. Ejemplo: Wilhelm Maister, de Goëther.” (Kohan, 2003: 23).

En Casa de pájaro se explora el carácter en toda su conflictividad tanto externa como interiormente. Aquí, en medio de la etapa límite del desarrollo, por ejemplo, un compromiso institucional (tarea/asignación sobre una exposición de literatura local), le imprime dinamicidad a la historia. Circunstancia que intenta poner en tensión y a prueba la competencia, actitud y aptitud de un joven que a su vez rechaza desde su fuero interno en tono vacilante la insignificancia de tal imposición. Ésta inducida de acuerdo a los preceptos con los que se maneja la burocracia e hipócrita institucionalidad del desamor. Reacción generada, quizás, a partir de una visión distorsionada para el desarrollo de una sensibilidad estética que permita la mirada del mundo mediante el libro, la lectura creadora y liberadora. Mientras tanto, el protagonista con el control en su mano se pregunta: ¿Era literatura local o literatura cocoroteña? ¿Qué es eso? Se lo habrá dicho a algunos nada más, no todos escucharon. Esa profesora. Lengua de dragón”. Un canal y luego otro. Veinte, veinticinco, treinta. (Ibídem: 30). Pero notemos la irreverencia en estos breves actos de habla:

                “Nunca antes se ha tenido el temor por la asignación incumplida. Una nota menos es igual a un declive en el boletín. Una falta es igual a una citación”.
                …………………………………………………………………………………..
                “Van pasando uno a uno al paredón, sometidos a las burlas silenciadas que son también la expresión ahogada del miedo, porque al burlista le tocará luego ser burlado.” Expuestos ahí como cosa ridícula en el mundo, palabreando apenas lo que no se sabe y lo que no importa para nada a la pesada  institucionalidad”. (Ibídem: 118-119).
                ………………………………………………………………………………………..
                “… ¿qué es, a fin de cuentas, una exposición? Una liberación de naderías, lo que no se sabe, aunque        sí se sabe, puede ser…
                -Comience Zárraga.
                ¿Se podrá, al menos, intentar? ¿Y el fracaso? ¡Gran vaina!” (Ibídem: 124-125).

En atención a las formas de rebelarse o de cuestionamiento que pudieran apreciarse en la conformación de un tipo de personalidad, aprovechemos un instante para observar ese juego de las decisiones que se suscitan en las corrientes interiores del ser. De ellas emerge la libertad de comprender la responsabilidad, el poder de elegir, el querer ser o, al contario, posar la mirada atenta en torno a ese alguien que se supone ha de ser según ese afuera interpuesto de acuerdo con los patrones de comportamientos establecidos por la sociedad y sus instituciones. Pero para ello, sería interesante considerar algunos de los “rollos filosóficos”, que se plantea con su interlocutor, el filósofo español Fernando Savater en su Ética para Amador (1997). No obstante, primero, ilustremos el cuestionamiento ejercido por el joven en contra de los padres. El mismo ya supone una adquisición de criterios que le permite al protagonista de la novela poner en la balanza de la razón la siguiente hipótesis: “… los padres existen para gritar a sus hijos”. (Ibídem: 24). En consecuencia, de tal conjetura se deriva que: Padres=igual muerte de deseos, padres=vida más dura y que el mundo sin padres es una vida sin regaños, sin castigos, sin obligación, sin preguntas paternas difíciles. Y como respuesta, el protagonista se plantea algunas preguntas-solución: “Si al menos preguntaran: ¿cuál es el regalo que más te gusta? ¿Cuál es tu mejor hora del día? ¿Cuál es el peor profesor de tu clase? ¿Qué es lo mejor de asomarse bajo las faldas? (Ibídem: 24). Por otro lado, de esta situación se desprende una analogía que pudiéramos calificar como la de amo-esclavo-dependiente, si no es un equívoco, diríamos dialéctica del amo y el esclavo. A esto sumamos la insistencia paterna de considerar “el ser alguien en la vida” y, como contrapartida, las respuestas emitidas por el hijo en un diálogo indirecto cargado de ironía:

                 “No te encontramos. Siento como si no te reconociera, como si fueras un extraño en casa. Ubícate en quien eres. (…) Tienes que ser alguien en la vida. (…) Levanta cabeza. (…) Ubicarse. Ser alguien en  la vida. ¿Quién entiende eso? Ni el espejo dice quién es. Tal vez el nombre, el apellido. Ubicarse en el ser. En lo que se puede ser.  (Ibídem: 26).

Ahora, para un razonado criterio en el asunto de la Ética que ronda en la novela Casa de pájaro, incluimos esta afirmación de Fernando Savater como auxilio ante tales incertidumbres: “Ten confianza en ti mismo. En la inteligencia que te permitirá ser mejor de lo que ya eres y en el instinto de tu amor, que te abrirá a merecer la buena compañía”. (Savater: 15). Si hemos comprendido adecuadamente al filósofo, podríamos intuir que nos remite al poder que reside en la libertad para actuar firme y amorosamente con respecto a las grandes decisiones que se han de tomar, persuadidos de lo que conviene o no a los sujetos en medio de obligaciones, costumbres y caprichos con el fin de alcanzar una razonable convivencia. Mas el libre albedrío, finalmente, privaría delegado en el poder de la voluntad:

                 “…hay que dejarse de órdenes y costumbres, de premios y castigos, en una palabra de cuanto quiere dirigirte desde fuera, y que tienes que plantearte todo este asunto desde ti mismo, desde el fuero interno de tu voluntad. No le preguntes a nadie qué es lo que debes hacer con tu vida: pregúntatelo a ti mismo”. (…) De modo que mi “haz lo que quieras” no es más que una forma de decirte que tomes en serio el problema de tu libertad, lo de que nadie puede dispensarte de la responsabilidad creadora  de escoger tu camino”. (Ob. Cit.: 69-71).

Y para lograr ese “alguien que se aspira que sea”, reclamado por los padres y recibido de manera incomprensiva por ese aparente desatento receptor, se reitera sobre el sentido de la libertad de comprender esa responsabilidad como la capacidad para re-inventar, definir, transformarnos y crecer en el torbellino de la experiencia vivencial:

                 “Responsabilidad es saber que cada uno de mis actos me va construyendo, me va definiendo, me va inventando. Al elegir lo que quiero hacer voy transformando poco a poco. Todas mis decisiones  dejan huella en mí mismo antes de dejarla en el mundo que me rodea. Y claro, una vez empleada mi  libertad en irme haciendo un rostro ya no puedo quejarme o asustarme de lo que veo en el espejo cuando me miro…” (Ibídem: 117).

Por otro lado, y retomando aspectos en torno a la novela corta “La novela corta al igual que el cuento, se centra en un impacto principal” (Kohan: 15).  Podríamos asumirlo de este modo: “su esencia gira en torno a un impacto fundamental, más ágil y fluida, centrando al lector en su tema medular y portentosa precisión de los detalles, explicitados en torno al nudo principal”. Por ejemplo, si nos remitimos a la V parte de Casa de pájaro nos encontramos con la jornada titulada “Un mal sueño”. Allí se explota y despierta verdaderamente un recuerdo inolvidable que tortura incisivamente el alma dormida de la infancia y pone a flote todas sus debilidades u orfandades atendidas por sus infaltables padres del cuestionamiento y la resignación de las querencias. “Imagina ese olor que salía de allí, como a vinagre concentrado, como una mezcla rancia de orines, sudores y lágrimas…” (Giménez: 106). Pero es esta una obra de riquísima densidad que irrumpe en la novelística en el estado Yaracuy. Ella se asoma muy atrevidamente con plena seguridad de las cualidades literarias suficientes para ser tomada en cuenta en el ámbito nacional, puesto que fija el destino de una escritura de factura limpia, construida desde un lenguaje cuestionador, autorreflexivo, de candoroso olor a la vuelta perdida del mito del paraíso extraviado de la infancia. Es más, su visión está direccionada hacia la morada de lo onírico, para reinventar el estilo de cómo contar y descontar desde la instantaneidad todo lo aparentemente dormido en el lenguaje del olvido, porque como se deja fijado en la memoria escrita: “Todo está vivo en el recuerdo” (Ibídem: 107).                     

Hacia las aguas interiores del ser

             “Hay horas en que el sueño del poeta creador es tan profundo, tan natural, que sin darse cuenta recupera las imágenes de su carne infantil. Los atraviesa una fuerza y el lector, sin pensar en ello, participa de esta fuerza original, sin ver ya su origen. (Bachelard, 2003: 19-20).

He aquí cómo el ser se revela en su origen manifestándose desde las aguas cálidas e interiores por medio de un viaje que envuelve todo y lo mantiene flotando en la turbulencia de “Un mal sueño”. A través de estas aguas mineralizadas el recuerdo aflora con tal intensidad y recurrencia de imágenes odoríferas que va recreándose así una corriente en donde converge lo perturbador y placentero. Estas aguas son descritas de la siguiente manera: “-como a vinagre concentrado, una mezcla rancia de orines, sudores y lágrimas”- (Giménez: 106). Por un lado, es notoria la preocupación, cuidados y agitación de los padres, la vergüenza ante la desnudez cuando se tiene ya los catorce años, además de asociar esa incomodidad abyecta al “viejo y hediondo Eliodoro”. De allí que se desprenda esa recriminación ante lo desagradable:

             “Despertar en aguas tibias, ¡qué pendejo!, en qué pensaba?, ¡aguas del olvido! Ojalá pudiera olvidar esto. Pasando ahora por esta vergüenza: que mamá lo lleve a uno, desnudo y empapado, camino al baño. Que papá saque el colchón anegado en orines, como si se fuese todavía un carajito ¡qué pendejo! Si al menos hubiese despertado cuando se tenía la sensación, las ganas” (Ibídem: 105).

En segundo lugar, expreso se encuentra el sentimiento contario a lo inquietante, la placidez. Ésta fluye en las aguas claras que aguardan la fragancia de sábanas límpidas, azules y de barquitos:

                 “La mejor fórmula para los olvidos es esta: sábanas azulmente nuevas, con sus barquitos navegando sobre este colchón nuevo. (…) La cama con las sábanas limpias da la sensación de una tersura en la que no se había reparado antes”. El olor a lavanda limpia, la disposición precisa del uniforme con su  filo bien definido, piyama bien doblada en el ropero, lista para un nuevo uso: todo esto es bueno para matar los malos recuerdos. (Ibídem: 109).

 El despertar de ese sueño nos recuerda el retorno al paraíso perdido de la infancia. Es como una especie de viaje gravitacional en donde percibimos la imagen recobrada del agua, que es la morada cálida del líquido amniótico en donde naufraga aquella breve y diminuta vida. En el siguiente texto se enuncia esa experiencia de las aguas regeneradoras de la existencia que se recuerda desde el sueño, pero reconociendo la peculiaridad del soñador en  esas aguas, cuyo valor simbólico representa la fuerza vital y que podemos ubicar como “Agua de la infancia”, “Agua-recuerdo”. Bajo este principio se condensa esa materialidad, líquido que se agita en la memoria: “Me dejo despertar en estas aguas tibias. Esta experiencia conocida de las aguas, distinta a la experiencia del aire. Sobrellevado como en un vientre, acuático, protegido, sin esfuerzo. Voy a despertar en estas aguas tibias” (Ibídem: 101). Aunque ese despertar deviene en las aguas salinas profundas, ellas aguardan y trastornan desde esa materialidad el sueño de un ser sumergido en un colchón  enchumbado. Humedad que refleja el trasfondo de una humanidad palpitante. Pero para darle crédito a lo que venimos confirmando, acerquemos la mirada a la interpretación que nos sugiere Gaston Bachelard en cuanto a que detrás de esas aguas de la ensoñación existe un contenido latente, develado por él al constatar que: “Un charco contiene un universo. Un instante de sueño contiene un alma entera”. (Ibídem: 83).


Referencias:

Bachelard, G. (1987). La intuición del instante. Título original: L'Intuition de l'instant Gaston Bachelard, enero de 1987 Traducción: Jorge Ferreiro Editor original: boterwisk (v1.0) ePub base v2.0 www. lectulandia.com
______________. (2003). El agua y los sueños. México: Fondo de Cultural Económica.

Giménez, R. (2016). Casa de pájaro. Caracas-Venezuela: Fundación Casa Nacional de las Letras Andrés Bello.
Kohan, S. (2003). Cómo se escribe una novela. Barcelona-España: House Mondadori, S. A.

Savater, F. (1991). Ética para Amador. Barcelona-España: Editorial Ariel, S. A.

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