Yony G. Osorio G
.
“El
pájaro acompaña desde su vuelo al niño, vestido de abandono”.
(Pálmenes Yarza, 2006, Antología poética: 110).
“Estar más solitario que una sombra en una
casa abandonada. Buscar el regazo en ese momento extremo cuando todo se va…encontrarse con ese miedo que
siempre se ha querido negar. Abandonado. Abandonado”
(Radamés Laerte Giménez, Casa de pájaro, 2016: 52).
Radamés Laerte Giménez |
El pájaro
que mira hacia lo lejos trastorna la quietud del pupitre
En esta obra, Casa de pájaro (2016), editada
por la Fundación Editorial Casa de las Letras Andrés Bello, con la que Radamés
Laerte Giménez obtuvo el “Premio de Narrativa Salvador Garmendia 2014”, intuimos
que nuestra mirada también se entrecruza tal vez con un disgregado personaje que
se supone sentado en un pupitre. Este protagonista llamado Edgar Alejandro, se nos muestra en un
escenario como un ser absorto, retraído, distraído y extraviado. Sustenta su lenguaje en actitud evasiva,
vacilante y, a veces, se encuentra sumergido en la morada de la ensoñación.
Podemos apreciar ambas situaciones en estos fragmentos seleccionados de un
diálogo directo entre él y sus padres que escenifican típicas disputas:
“– ¿Tú me estás oyendo, Edgar?
-Papá: ¿me vas a comprar la
moto?
Virulita. Negra y cromada.
-¡Ya basta con eso, basta! ¿Cuál
moto del carajo? ¿Qué es lo que tienes en la cabeza? ¡Te hablo y te hablo y es como si hablara a la pared!
¡Mírame cuando te hablo! ¡Eso es culpa tuya! ¡Tú lo tienes así!”
-¡Ah, no! ¡Conmigo no la vas a
agarrar! ¡Yo soy la que ando todos los días detrás de él! ¡Es mejor que te vayas poniendo los
pantalones y veas qué es lo que vas a hacer!
-¡Te lo dije, mejor es
internarlo! A ver si se le quita todo eso que tiene en la cabeza.
……………………………………………………………………………………………………
“-Mamá ¿cuándo me vas a preparar pasticho?
-Pero… ¿qué es lo que te pasa,
muchacho?
-¡Levántate y te vas a tu
alcoba!”
………………………………………………….
-¡A tu alcoba! ¡Y no salgas hasta
que me haya ido al trabajo!
-¿Ves lo que te ganas por
irrespetuoso? ¡Obedece a tu papá! (Ibídem: 22-23).
La creación de un ambiente de tal
naturaleza presume una especie de pretexto o artificio verbal a fin de lograr subjetivamente
el desdoblamiento del ser despertando en la pantalla del televisor como internándose
después en los libros del abuelo Zárraga. Este hecho se constituye en un deslumbramiento
en tanto se va asomando la identidad con esa voz interior cimentándose en la medida que re-encarnará en ese
nuevo ser refundándose:
“¡Una voz! Un señor conocido. Ha estado en
casa, parece. Se ve como alguien conocido ¿cómo quién? Como una alucinación. Habla con una voz
conocida. Se parece a papá. Un papá mayor. (…) Es
el rostro en el retrato. La cara en el libro. La cara de papá. La cara en el
espejo. Como una alucinación. La
entrevistadora lo llama Rafael Zárraga. Es como si el televisor le hablara a
uno. La mujer (…) le hace las preguntas y
él responde moviendo las manos como hacen los Zárraga (…)”. (R. Giménez: 30).
Tal manifestación de afirmación y afinidad,
igualmente avivan el recuerdo de ese alguien que sentado se recrea en el residuo
de un instante paradisíaco. El que es recobrado solamente mediante la vitalidad
de la palabra y que lo traslada hacia los confines de la memoria en donde se rehace
esa voz recóndita. Ella, removiéndose en la espesura del letargo desde la
mirada trascendida una y otra vez pero palpitante.
“Si se mira hacia el ventanal los ojos se
llenan de ese verde vegetal que ahoga el paisaje. (…) Espesor de hojas que provoca somnolencia verde”. “Mirando
nuevamente el mangal infértil desde este
salón de verdes somnolencias se accede a la certeza de que andamos haciendo
circuito en un espacio cercado, tramposo”.
“Mirando hacia el ventanal los ojos se llenan de un verde vegetal que ahoga los ruidos”. (Ibídem: 9,
117, 127).
Pudiéramos preguntarnos sin atinar en la
respuesta lo siguiente: ¿De qué manera se puede percibir o mirar el posible
mundo si en silencio y soledad se presume, presiente y anticipa como existencia
y el ser se configura en lo venidero? ¿Cómo, tomando en cuenta el pretexto de
una mirada iniciática, re-novadora y prístina, se comienza el despertar ante el
mundo, las cosas y los seres? ¿Será desde la perspectiva de una mirada
multiplicada como acontece al ser de esa mirada triangulada, que han de mirarse
las cosas y demás entes conformadores de ese mundo ficcional? Da la impresión
de que esta ocasión propone las claves de una lectura para re-evaluar desde la
subjetividad las cosas que se han visto. A pesar de tal incertidumbre, la
resonancia re-encarna e invita a reavivar el espacio del silencio: “Como esta voz que siempre te ha hablado y
que tú no te oías. Dejarte oírme es
liberarte desde adentro, destrancar la puerta que veda el último pasillo de tus
interioridades. Esta tu voz que soy
te llega y te toca en este momento de todos tus silencios” (Ibídem: 83).
Ahora bien, el tiempo-espacio que se desteje
en aquel refugio de la infancia perdida, evocada desde ese aparente pupitre
flotante, se torna diván donde un mango crece en la distancia. Desde allí se
traza el viaje interior más allá de los barrotes de esas ventanas, libre de
cualquier obstáculo que interrumpa al soñador en el esplendor de la palabra. De
este modo, se re-ordena un discurso que se torna toda una aventura alucinante y
cuyo resultado permite re-descubrir una voz. Se propone un espacio que permite
el encuentro con el otro y se expresa un testimonio de una vida literaria. Al
mismo tiempo, se tributa un homenaje al escritor yaracuyano Rafael Zárraga escribiéndose
un libro que nos abre las alas a esa Casa de Pájaro en donde late un ave en
proceso de transfiguración: Ésta desea emprender su propio vuelo, así como, tú
joven lector, podrías intentar romper ese cascarón que te habita y que aguarda
en su interior un volcán a punto de efervescencia:
“Déjame hablarte muchacho, déjame ser la
sonoridad de las palabras que persigues con los ojos, dame ese espacio libre en tu boca. Soy la voz de quien
tú quieres escuchar, yo seré tu Zárraga que te falta,
si así lo quieres. Yo seré el ruido melodioso que te hará marcar los pasos
definitivos. Yo seré el aire sonoro que dibujará en el paisaje de tus fantasías
la materialidad y la racionalidad y el colorido con que está constituido todo lo que existe.” (…) Y
se podrá responder Yo soy Rafael Zárraga,
o yo soy
tu voz, o también, yo soy Edgar
Alejandro, y hasta me llaman Unga
unga: todas las respuestas serán
válidas y todas serán inútiles”. (Ibídem:
85, 127, 128).
Una vida rememorada de quien antaño fue un niño
Al seguir el decurso de esta memoria
fragmentada sentada en ese pupitre desde donde palpita multiplicada una mirada
iniciática y renovadora, pareciera toparse con una posibilidad más que permite
re-evaluar desde la subjetividad las cosas evocadas, experiencias propias, y
recordadas bajo el impacto de una lectura plena que fija el ayer del otro. En
este sentido, tomemos en consideración trazos y registros de un lenguaje que a
veces nos sitúa en la jerga de una aldea remota con la pretensión de re-inaugurar
el estilo de cómo apresar en el pozo de las asociaciones libres, aunque sea captado
mediante “la intuición de un instante” como
lo plantea Gaston Bachelard, la vida rememorada de quien antaño fue un niño:
“-¡Zárraga!
¡Preste atención que no es hora de dormir!
-¡Güeje,
Unga unga no duerme en casa!
Será
mejor echarse los ojos al bolsillo y dejar que la vigilia haga con uno lo que
le venga en gana. Estar aquí
es no estarse, es dejarse del ser, es abandonarse en algún punto de la no
existencia, viendo cómo las horas se derriten contra las paredes
lustrosas de este verde institucional. Ambicionar que todo
haya pasado: esa es la estrategia. Vivirse por adelantado la placidez de la
guarida que es la alcoba”. (Ibídem:
10).
En torno al narrador-personaje, que narra
desde la primera persona gramatical (Yo), se configura esa voz latente que
funda un universo ficcional que parte de una realidad indeterminada, la del
sueño/ensueño, donde se va gestando en soledad lo que antes era murmullo y
ahora se constituye como una verdadera voz que se revela al pronunciar y reafirmarse
ante el mundo: “…esta voz que siempre te
ha hablado y que tú no te oías. Dejarte oírme es liberarte desde adentro,
destrancar la puerta que veda el último pasillo de las interioridades”
(Ibídem: 83). He allí la clave de un credo trascendente que tiene un sustrato
en el abuelo como fuente generadora, inspiradora y alucinante: “Si se ha tenido un abuelo que habla desde
los misterios de un libro, entonces hay que leerlo y creerlo. Recogerle las letras y con ellas ubicarse en
el mundo.” (Ibídem: 42).
Pero recordemos que como seres
temporo-espaciales habitamos un caos y un orden que nos sucede y que de ello
tenemos conciencia. De allí que cuando mencionábamos eso de La intuición
del instante era porque en
esta propuesta el filósofo francés Gaston Bachelard dedica un estudio a la
máquina del tiempo desde la perspectiva de Bergson y Roupnel. De hecho afirma
que:
“Para nosotros la conciencia del tiempo es
siempre una conciencia de la utilización de los instantes, siempre activa, nunca pasiva; en
resumen, la conciencia de nuestra duración es la conciencia de un progreso de nuestro ser íntimo, por lo demás,
aunque ese progreso sea afectivo, fingido o incluso simplemente soñado” (Bachelard: 49).
Ahora, si seguimos la trayectoria del
personaje central de esta historia, Edgar Alejandro, notamos a un joven con
aquella mirada inicial desconectada de cualquier proyecto previsible. A pesar
de todos los avatares involucrados, por ejemplo, las dudas, las prohibiciones,
contradicciones, incomprensiones, castigos y obligaciones, existe un refugio que
le permite reconocerse y sentirse en la plenitud del deslumbramiento:
“Estar aquí es no estarse, es dejarse del
ser, es abandonarse en algún punto de la no existencia, viendo cómo las horas se derriten contra las paredes lustrosas de
ese verde institucional”. “Ya no se es niño, el momento…el instante…el salto
desde la boca…/-Yo tengo la clave de los misterios. Desde las páginas de antiguos libros me rebelo con esta voz…” (Giménez:
10-125).
Además, se distingue el encuentro con la
voz interior, el crecimiento y desarrollo de rasgos característicos de la
personalidad tanto interna como externa (físico-psíquico). De tal manera, notaremos
en ese cúmulo de instantes la configuración de un orden vivencial de esa
evolución temporal de duración como progreso en el ser íntimo. Una ilustración
más es cuando este personaje se regocija con el límite de la adolescencia: “Catorce que se viven en un instante
filtrado por el pensamiento o por los sueños”. (Ibídem: 98).
Una novela corta y de formación
Por ahora, el escritor Radamés Laerte
Giménez, nos brinda un libro de pocas páginas (128 de contenido). Se trata de la
novela corta y de formación Casa
de pájaro que forma parte de una trilogía. En la primera (“Premio de
Narrativa Salvador Garmendia 2014”) el protagonista arriba a los 14 años, la
segunda, Campana de piedra, (“Premio de Narrativa Stefania Mosca 2016) avanza el protagonista hacia los
17
y en la obra que cierra este ciclo cronológico, Crepúsculo de nubes, alcanza
el personaje central los 21 años de edad, según confesión del autor. En este
tipo de novela, de acuerdo a la
clasificación establecida por Silvia Adela Kohan en su obra Cómo se
escribe una novela, se “Privilegia
al protagonista juvenil en el desarrollo de su carácter. Ejemplo: Wilhelm
Maister, de Goëther.” (Kohan, 2003: 23).
En Casa de pájaro se explora el
carácter en toda su conflictividad tanto externa como interiormente. Aquí, en
medio de la etapa límite del desarrollo, por ejemplo, un compromiso institucional
(tarea/asignación sobre una exposición de literatura local), le imprime
dinamicidad a la historia. Circunstancia que intenta poner en tensión y a
prueba la competencia, actitud y aptitud de un joven que a su vez rechaza desde
su fuero interno en tono vacilante la insignificancia de tal imposición. Ésta inducida
de acuerdo a los preceptos con los que se maneja la burocracia e hipócrita
institucionalidad del desamor. Reacción generada, quizás, a partir de una visión
distorsionada para el desarrollo de una sensibilidad estética que permita la mirada
del mundo mediante el libro, la lectura creadora y liberadora. Mientras tanto,
el protagonista con el control en su mano se pregunta: ¿Era literatura local o literatura cocoroteña? ¿Qué es eso? Se lo habrá dicho a algunos nada más, no todos escucharon.
Esa profesora. Lengua de dragón”.
Un canal y luego otro. Veinte, veinticinco, treinta. (Ibídem:
30). Pero notemos la irreverencia en estos breves actos de habla:
“Nunca antes se ha tenido el
temor por la asignación incumplida. Una nota menos es igual a un declive en el boletín. Una falta
es igual a una citación”.
…………………………………………………………………………………..
“Van pasando uno a uno al
paredón, sometidos a las burlas silenciadas que son también la expresión ahogada
del miedo, porque al burlista le tocará luego ser burlado.” Expuestos ahí como
cosa ridícula en el mundo,
palabreando apenas lo que no se sabe y lo que no importa para nada a la pesada institucionalidad”. (Ibídem: 118-119).
………………………………………………………………………………………..
“… ¿qué es, a fin de cuentas,
una exposición? Una liberación de naderías, lo que no se sabe, aunque sí se sabe, puede ser…
-Comience Zárraga.
¿Se podrá, al menos, intentar?
¿Y el fracaso? ¡Gran vaina!” (Ibídem:
124-125).
En atención a las formas de rebelarse o de
cuestionamiento que pudieran apreciarse en la conformación de un tipo de
personalidad, aprovechemos un instante para observar ese juego de las
decisiones que se suscitan en las corrientes interiores del ser. De ellas
emerge la libertad de comprender la responsabilidad, el poder de elegir, el
querer ser o, al contario, posar la mirada atenta en torno a ese alguien que se
supone ha de ser según ese afuera interpuesto de acuerdo con los patrones de
comportamientos establecidos por la sociedad y sus instituciones. Pero para
ello, sería interesante considerar algunos de los “rollos filosóficos”, que se plantea con su interlocutor, el
filósofo español Fernando Savater en su Ética para Amador (1997). No
obstante, primero, ilustremos el cuestionamiento ejercido por el joven en
contra de los padres. El mismo ya supone una adquisición de criterios que le
permite al protagonista de la novela poner en la balanza de la razón la
siguiente hipótesis: “… los padres
existen para gritar a sus hijos”. (Ibídem: 24). En consecuencia, de tal conjetura
se deriva que: Padres=igual muerte de deseos, padres=vida más dura y que el
mundo sin padres es una vida sin regaños, sin castigos, sin obligación, sin
preguntas paternas difíciles. Y como respuesta, el protagonista se plantea
algunas preguntas-solución: “Si al menos
preguntaran: ¿cuál es el regalo que
más te gusta? ¿Cuál es tu mejor hora
del día? ¿Cuál es el peor profesor de tu clase? ¿Qué es lo mejor de asomarse
bajo las faldas? (Ibídem: 24). Por otro lado, de esta situación se
desprende una analogía que pudiéramos calificar como la de
amo-esclavo-dependiente, si no es un equívoco, diríamos dialéctica del amo y el
esclavo. A esto sumamos la insistencia paterna de considerar “el ser alguien en
la vida” y, como contrapartida, las respuestas emitidas por el hijo en un
diálogo indirecto cargado de ironía:
“No te encontramos. Siento como si no te reconociera,
como si fueras un extraño en casa. Ubícate en quien
eres. (…) Tienes que ser alguien en la vida. (…) Levanta cabeza. (…) Ubicarse.
Ser alguien en la vida. ¿Quién entiende
eso? Ni el espejo dice quién es. Tal vez el nombre, el apellido. Ubicarse en el ser. En lo que se puede ser. (Ibídem: 26).
Ahora, para un razonado criterio en el
asunto de la Ética que ronda en la novela Casa de pájaro, incluimos esta
afirmación de Fernando Savater como auxilio ante tales incertidumbres: “Ten confianza en ti mismo. En la inteligencia que te permitirá ser mejor de lo
que ya eres y en el instinto de tu amor, que te abrirá a merecer la buena
compañía”. (Savater: 15). Si hemos comprendido adecuadamente al filósofo,
podríamos intuir que nos remite al poder que reside en la libertad para actuar firme
y amorosamente con respecto a las grandes decisiones que se han de tomar, persuadidos
de lo que conviene o no a los sujetos en medio de obligaciones, costumbres y
caprichos con el fin de alcanzar una razonable convivencia. Mas el libre
albedrío, finalmente, privaría delegado en el poder de la voluntad:
“…hay que dejarse de órdenes y costumbres, de
premios y castigos, en una palabra de cuanto quiere dirigirte desde fuera, y que tienes que plantearte todo este
asunto desde ti mismo, desde el fuero interno
de tu voluntad. No le preguntes a nadie qué es lo que debes hacer con tu vida:
pregúntatelo a ti mismo”. (…) De
modo que mi “haz lo que quieras” no es más que una forma de decirte que tomes en serio el problema de tu libertad, lo de
que nadie puede dispensarte de la responsabilidad creadora de escoger tu camino”. (Ob. Cit.:
69-71).
Y para lograr ese “alguien que se aspira que sea”, reclamado por los padres y recibido
de manera incomprensiva por ese aparente desatento receptor, se reitera sobre el
sentido de la libertad de comprender esa responsabilidad como la capacidad para
re-inventar, definir, transformarnos y crecer en el torbellino de la
experiencia vivencial:
“Responsabilidad es saber que cada uno de mis
actos me va construyendo, me va definiendo, me va inventando. Al elegir
lo que quiero hacer voy transformando
poco a poco. Todas mis decisiones dejan
huella en mí mismo antes de dejarla en el mundo que me rodea. Y claro, una vez
empleada mi libertad en irme haciendo
un rostro ya no puedo quejarme o asustarme de lo que veo en el espejo cuando me miro…” (Ibídem: 117).
Por otro lado, y retomando aspectos en
torno a la novela corta “La novela corta
al igual que el cuento, se centra en un impacto principal” (Kohan:
15). Podríamos asumirlo de este modo: “su
esencia gira en torno a un impacto fundamental, más ágil y fluida, centrando al
lector en su tema medular y portentosa precisión de los detalles, explicitados
en torno al nudo principal”. Por ejemplo, si nos remitimos a la V parte de Casa
de pájaro nos encontramos con la jornada titulada “Un mal sueño”. Allí se
explota y despierta verdaderamente un recuerdo inolvidable que tortura
incisivamente el alma dormida de la infancia y pone a flote todas sus
debilidades u orfandades atendidas por sus infaltables padres del
cuestionamiento y la resignación de las querencias. “Imagina ese olor que salía de allí, como a vinagre concentrado, como
una mezcla rancia de orines, sudores y lágrimas…” (Giménez: 106). Pero es esta
una obra de riquísima densidad que irrumpe en la novelística en el estado
Yaracuy. Ella se asoma muy atrevidamente con plena seguridad de las cualidades
literarias suficientes para ser tomada en cuenta en el ámbito nacional, puesto que
fija el destino de una escritura de factura limpia, construida desde un
lenguaje cuestionador, autorreflexivo, de candoroso olor a la vuelta perdida
del mito del paraíso extraviado de la infancia. Es más, su visión está
direccionada hacia la morada de lo onírico, para reinventar el estilo de cómo
contar y descontar desde la instantaneidad todo lo aparentemente dormido en el lenguaje
del olvido, porque como se deja fijado en la memoria escrita: “Todo está vivo en el recuerdo” (Ibídem:
107).
Hacia las aguas interiores del ser
“Hay
horas en que el sueño del poeta creador es tan profundo, tan natural, que sin
darse cuenta recupera las
imágenes de su carne infantil. Los atraviesa una fuerza y el lector, sin pensar en ello, participa de esta fuerza original, sin ver ya su
origen. (Bachelard, 2003: 19-20).
He aquí cómo el ser se revela en su origen manifestándose
desde las aguas cálidas e interiores por medio de un viaje que envuelve todo y lo
mantiene flotando en la turbulencia de “Un mal sueño”. A través de estas aguas
mineralizadas el recuerdo aflora con tal intensidad y recurrencia de imágenes
odoríferas que va recreándose así una corriente en donde converge lo
perturbador y placentero. Estas aguas son descritas de la siguiente manera: “-como a vinagre concentrado, una mezcla
rancia de orines, sudores y lágrimas”- (Giménez: 106). Por un lado, es
notoria la preocupación, cuidados y agitación de los padres, la vergüenza ante
la desnudez cuando se tiene ya los catorce años, además de asociar esa
incomodidad abyecta al “viejo y hediondo Eliodoro”. De allí que se desprenda esa
recriminación ante lo desagradable:
“Despertar en aguas tibias, ¡qué pendejo!, en
qué pensaba?, ¡aguas del olvido! Ojalá
pudiera olvidar esto. Pasando
ahora por esta vergüenza: que mamá lo lleve a uno,
desnudo y empapado, camino al baño.
Que papá saque el colchón anegado en orines, como si se fuese todavía un
carajito ¡qué pendejo! Si al menos
hubiese despertado cuando se tenía la sensación, las ganas” (Ibídem: 105).
En segundo lugar, expreso se encuentra el
sentimiento contario a lo inquietante, la placidez. Ésta fluye en las aguas
claras que aguardan la fragancia de sábanas límpidas, azules y de barquitos:
“La mejor fórmula para los olvidos es esta:
sábanas azulmente nuevas, con sus barquitos navegando sobre
este colchón nuevo. (…) La cama con las sábanas limpias da la sensación de una
tersura en la que no se había reparado antes”. El olor a lavanda limpia, la
disposición precisa del uniforme con su filo
bien definido, piyama bien doblada en el ropero, lista para un nuevo uso: todo
esto es bueno para matar los
malos recuerdos. (Ibídem: 109).
El despertar
de ese sueño nos recuerda el retorno al paraíso perdido de la infancia. Es como
una especie de viaje gravitacional en donde percibimos la imagen recobrada del agua,
que es la morada cálida del líquido amniótico en donde naufraga aquella breve y
diminuta vida. En el siguiente texto se enuncia esa experiencia de las aguas
regeneradoras de la existencia que se recuerda desde el sueño, pero reconociendo
la peculiaridad del soñador en esas
aguas, cuyo valor simbólico representa la fuerza vital y que podemos ubicar
como “Agua de la infancia”, “Agua-recuerdo”. Bajo este principio se condensa esa
materialidad, líquido que se agita en la memoria: “Me dejo despertar en estas aguas tibias. Esta experiencia conocida de
las aguas, distinta a la experiencia del aire. Sobrellevado como en un vientre,
acuático, protegido, sin esfuerzo. Voy a despertar en estas aguas tibias”
(Ibídem: 101). Aunque ese despertar deviene en las aguas salinas profundas,
ellas aguardan y trastornan desde esa materialidad el sueño de un ser sumergido
en un colchón enchumbado. Humedad que
refleja el trasfondo de una humanidad palpitante. Pero para darle crédito a lo
que venimos confirmando, acerquemos la mirada a la interpretación que nos
sugiere Gaston Bachelard en cuanto a que detrás de esas aguas de la ensoñación
existe un contenido latente, develado por él al constatar que: “Un charco contiene un universo. Un instante
de sueño contiene un alma entera”. (Ibídem: 83).
Referencias:
Bachelard, G. (1987). La intuición del instante.
Título original: L'Intuition de l'instant Gaston Bachelard, enero de 1987
Traducción: Jorge Ferreiro Editor original: boterwisk (v1.0) ePub base v2.0 www.
lectulandia.com
______________. (2003). El
agua y los sueños. México: Fondo de Cultural Económica.
Giménez, R. (2016). Casa de pájaro.
Caracas-Venezuela: Fundación Casa Nacional de las Letras Andrés Bello.
Kohan, S. (2003). Cómo se escribe una novela.
Barcelona-España: House Mondadori, S. A.
Savater, F. (1991). Ética para Amador.
Barcelona-España: Editorial Ariel, S. A.
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