Galo Guerrero-Jiménez
JacobLlawrence. La biblioteca |
La mejor manera de construir
significados radica en la forma cómo nos relacionamos con el otro. En el caso
de la lectura, cuando el padre de familia o el profesor se convierten en
mediadores, el niño y el joven aprenden a relacionarse con el texto, no solo
para conocer lo que él dice, es decir, para comprenderlo literalmente sino,
esencialmente, para trabajar en la comprensión inferencial. El lector de edad
escolarizada casi nunca recibe una mediación adecuada para que aprenda a
inferir, a interpretar, a sacar conclusiones, a elaborar preguntas, a plantear
hipótesis o suposiciones que le permitan llegar a entender lo que el texto no
lo dice expresamente. El lector debe saber que casi todos los textos callan o
guardan entre líneas información que debe aprender a descubrirla para que pueda
llegar a una auténtica interpretación.
En este sentido, hay diferencias muy
marcadas entre un lector de educación básica y de bachillerato con el lector
universitario. Y esto se debe a que los procesos de enseñanza-aprendizaje en
cada nivel educativo tienen pautas específicas para adentrarse en el mundo de
la lectura. Estas pautas son las que deben ser revisadas para que el lector de
todos los niveles educativos no se quede solo en el mero cumplimiento de una
tarea escolar a partir de la incipiente comprensión que logra adquirir de un
texto determinado.
Es verdad que en la educación básica y
secundaria se trabaja con textos instruccionales y en la universidad con textos
académicos. El niño y el joven de la educación escolarizada lo que hace es
recibir instrucciones de lectura que constan en los mismos textos y las
desarrolla sin más argumentos que el mero cumplimiento. Son textos, por lo
regular, que no están diseñados para que el lector aprenda a pensar con rigor,
a cuestionar, a reflexionar, es decir a preguntarse para qué debe leer, por qué
debe leer esos temas y bajo qué
circunstancias debe aprender a interpretar ese texto.
Los textos instruccionales, como es
lógico, son de carácter pedagógico e incluso comercial, mientras que en la
educación superior se enmarcan en procesos de análisis e investigación. Aquí,
como vemos, aparecen dos grandes dimensiones de lectura que deben ser
debidamente canalizadas por el mediador para que cada estudiante pueda extraer
el mejor provecho lector para su formación personal y profesional, luego.
Como sostienen Cisneros, Olave y Rojas
(2013): “Los libros de texto en la educación básica poseen lecturas cortas
orientadas a ejemplificar o apoyar un concepto, se componen de microrrelatos, fragmentos,
noticias o artículos de poca extensión; mientras que en la educación superior
se necesita leer capítulos o libros completos que den una visión global del
tema y faciliten la comprensión del texto teórico, del concepto y de la obra;
en la universidad, se necesita buscar la construcción de herramientas teóricas
que apoyen la labor investigativa y la puesta en marcha
de procesos de pensamiento encaminados a la recepción crítica del conocimiento”
(p. 11).
En este sentido, si los procesos
lectores se canalizan bien, es decir, con “el predominio del texto narrativo en
la educación básica, y el texto explicativo y argumentativo en la educación
superior (…) se inscriben en el contexto académico, en tanto que se busca la
construcción y asimilación de saberes; sin embargo, el carácter de los textos
escolares se relaciona con lo instruccional, se orienta específicamente a un
ejercicio práctico que afianza conceptos. En la educación superior, los textos
pasan de ser instruccionales para adquirir un carácter científico, porque
buscan la inserción a una comunidad con conocimientos específicos” (ibid, p.
11).
Referencias bibliográficas
Cisneros
M., Olave, G. y Rojas, I. (2013). Alfabetización
académica y lectura inferencial. Bogotá: Ecoe Ediciones.
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