Carlos Yusti
Pintura de Francine Van Hove |
Uno de mis libros predilectos, y que llevo siempre en mis mudanzas/andanzas domésticas, es el Índice de libros prohibidos. El ejemplar que poseo está en latín y fue un obsequio de mi amigo y profesor de castellano y literatura Humberto González. Lo tengo entre mis libros preferidos por la sencilla razón de ser una advertencia sobre la estupidez humana, de ese razonamiento intolerante y de ese espíritu censor que emana siempre de cualquier estamento de poder sea religioso o político.
Esa idea de que algunos libros son peligrosos y pueden torcer la mente de los individuos siempre me ha parecido un chiste pésimo, pero que algunos se toman con una irracional vehemencia; provocando no sólo la quema de algunos libros, sino la persecución, el boicot y (a veces) el asesinato de los autores de dichos libros.
Hace algunos años en Alemania se desató la polémica debido a que una editorial había decidido reimprimir Mi lucha, ese exaltado manifiesto que mezcla resentimiento, algunas ideas y brochazos
autobiográficos, escrito por Adolf Hitler, y que se encuentra prohibido en el país desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
No obstante el libro que inspiró de manera contundente al nazismo no fue ese, sino una obra clásica escrita por Tácito titulada Sobre el origen y territorio de los germanos, conocido también comoGermania. Con menos de treinta páginas el libro no es un tratado político, sino étnico-geográfico, escrito a finales del siglo I. Cornelio Tácito (c. 55-120), aparte de sus cargos políticos, fue un aquilatado historiador.
Los nazis encontraron en la obra un respaldo a sus motivaciones y a esa creencia de la superioridad de la raza, y al parecer fragmentos del texto fueron utilizados para avalar las leyes raciales y segregacionistas de Núremberg. Himmler estaba subyugado con el escrito y en 1943 comisionó una patrulla especial de las SS para que se trasladaran hasta Italia y obtuvieran el más antiguo manuscrito que se conserva del libro de Tácito, el Codex Aesinas.
Jacinto Antón, en un reportaje sobre el libro, escribe: “Era, claro, la que hacían los nazis de la Germania, una lectura sesgada. El historiador romano no se refería en su librito a los supuestos antepasados ejemplares de los alemanes modernos. El concepto germanos no aludía a un pueblo homogéneo, indígena y puro, susceptible de continuidad étnica, sino a una amalgama de tribus de identidad y destino incierto pululando en las nieblas del pasado. Había además observaciones poco agradables de Tácito sobre los germanos y su patria. Esas simplemente eran ignoradas. Por ejemplo, considera Tácito que como sitio para vivir, Germania es un asco; señala que los germanos practican los sacrificios humanos (esto a los nazis, curiosamente, les molestaba mucho, aunque ellos se entregaran con fruición al Holocausto); que cuando no guerrean pasan la mayor parte del tiempo sin ocuparse de nada, entregados al sueño y la comida; que crecen desnudos y sucios, que beben y riñen entre ellos continuamente. Llega a decir de una de sus tribus, los catos, que ‘para lo que son los germanos tienen mucha capacidad de raciocinio’. Nada de esto impidió que el pobre Tácito, el gran Tácito, pasara a formar parte del discurso autolegitimador de los nazis”.
Este ejemplo permite puntualizar que los libros no son peligrosos; más bien la lectura, casi siempre sesgada, que la gente realiza de esos libros, y esa manía de llevarlos a la realidad como hizo el pobre don Quijote con los libros de caballería, es lo que desencadena los malentendidos.
Otros ejemplos más recientes podrían encontrarse en los libros de Herbert Marcuse, los cuales siempre han sido señalados como la base de las revueltas estudiantiles de mayo del 68, y ahora, a la vuelta de la esquina, el librito, que tiene más de panfleto político que de obra ideológica profunda, de apenas 32 páginas, titulado Indignezvous! (¡Indignaos!), escrito por un viejito de 93 años llamado Stéphane Hessel, que ha desencadenado la movilización de miles jóvenes tanto en Europa como en Estados Unidos. Belén Altuna escribe: “¿Cómo dar forma a la frustración, contra qué, contra quién indignarse, cómo ir a la raíz de las injusticias sociales? El discurso ideológico de la izquierda está más desnortado que nunca y muchos ciudadanos no saben qué hacer con su indignación. Es comprensible por ello que encuentren un modelo y una figura de autoridad en Hessel; de hecho, la fuerza y el empuje de su texto provienen en gran medida de la biografía de su autor. De origen judío, participante activo de la Resistencia francesa, es torturado y enviado a Buchenwald, de donde consigue salvarse por los pelos. De Gaulle le envía después a la ONU, donde forma parte del grupo de elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Desarrolla a continuación la carrera diplomática, colaborando entre otras batallas en la descolonización, etcétera”.
La peligrosidad que tienen algunos libros se la otorga al final cierto tipo de lectores que asumen con una ceguera proverbial que la literatura de alguna manera arregla los entuertos de la realidad circundante. Por eso no es casual que Alberto Manguel los haya categorizado como los lectores autoritarios, los cuales tratan de escamotear que la gente aprenda a leer, los lectores fanáticos que deciden por la fuerza qué se debe leer, los lectores estoicos que no ven en la lectura un placer, sino una trascripción fidedigna de los hechos, prescindiendo de los vuelos de la imaginación, y están esos lectores que reinterpretan a conveniencia algunos libros para favorecer sus causas y justificar sus posiciones autocráticas.
La arbitrariedad de algunos lectores puede ocasionar a veces muchos malentendidos con respecto a determinados libros. En mi caso tengo el Índice de libros prohibidos como un amuleto, como un recordatorio de que vivimos en un mundo prejuicioso que busca prohibir para que la oscuridad reine y luego iluminar el camino quemando libros. Los prejuicios son un engranaje que no se detiene a pesar de los avances. Ayer era menester prohibir libros, hoy quizá sea el Internet, las redes sociales, etc. La peligrosidad está en censurar y prohibir, y no en los libros.
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