Julio Bolívar
NIcanor Parra. Foto Claudio Pérez |
Veo el rostro de
Nicanor Parra en una foto en color usada para un reportaje de una página
cultural digital. El texto es de una cronista que siempre me ha sonado feroz,
Leila Guerrero, sobre una visita que hizo a la casa del poeta. Por pura
casualidad la celebrada cronista pasa por Caracas. Sorprendido, la escucho en
radio, tiene una sabiduría no común en nuestros escritores, conoce sus límites,
además tiene la voz dulce de las mujeres firmes.
Regreso a Parra,
su rostro es delgado y algo parecido a una colina de donde bajan quebradas que
marcan surcos, pocas arrugas. Parece el rostro de un hombre delgado y fibroso.
Es una foto de hace tres años. Sospecho que no se arrugará más. Este año cumplió 100
años (otra fecha redonda más) y no creo que haya agregado una arruga más a su
rostro. Su cabellera va hacia un lado
como si pasara un fuerte viento sobre él hacia la izquierda. Como si en
su cabeza estallaran explosivos todos
los días. Se nota que se peina con las manos. Sus cejas son como dos
rectángulos descuidados, o mal dibujados, no tienen canas, a diferencia de su cabello blanquísimo como
la nieve. Las bolsas arrugadas que caen de sus ojos lanzan un mensaje: no
duerme
o duerme poco. Mirada serena y gesto burlón en sus labios. Parece un italiano del sur. Su rostro está mal afeitado, con cañones que crecen sin apuro y en desorden. Es como si se hubiera afeitado sin espejo. Su barba se sospecha negra, entrecana. Nunca se ha hecho tratamientos faciales. De ojos negros, nariz gruesa y decidida. Recuerda a esos pescadores del norte español, con sus medianas y gruesas patillas, mira directo al ojo de la cámara. Se burla, sin duda se burla de apurado fotógrafo, que no sabe cómo huir de esa mirada de piedra que sabe que va a morir.
o duerme poco. Mirada serena y gesto burlón en sus labios. Parece un italiano del sur. Su rostro está mal afeitado, con cañones que crecen sin apuro y en desorden. Es como si se hubiera afeitado sin espejo. Su barba se sospecha negra, entrecana. Nunca se ha hecho tratamientos faciales. De ojos negros, nariz gruesa y decidida. Recuerda a esos pescadores del norte español, con sus medianas y gruesas patillas, mira directo al ojo de la cámara. Se burla, sin duda se burla de apurado fotógrafo, que no sabe cómo huir de esa mirada de piedra que sabe que va a morir.
Lo que intuyó
Bolaños sobre Parra parece cierto, escribía para el futuro.
Observo otra foto
del poeta chileno, algo más joven, el
pelo es más oscuro, pero siempre en ventolera, despeinado, es el mismo rostro
que ahora trato de descifrar. Por alguna razón desconocida me recuerda a Pier
Paolo Pasolini. Puede que sea ese rostro dibujado a mano con rasgos gruesos,
tosco, rudo, como un estibador de puerto. Parece todo eso. Un hombre simple que
escribió lo que íbamos a leer. Parra es la demostración de lo residual que son
las vanguardias, su Ecopoema lo
afirma en su contemporaneidad: ataca al capitalismo y su condena por los
crímenes ecológico (sobre lo que no hay dudas) y lo que el llamaba cómicamente
el “burrocratismo” del socialismo que lo hacía peor.
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