Morita Carrillo
Niña leyendo. Iman Maleki |
La literatura es parte esencial del
arte al servicio del niño. Ofrece un campo vastísimo para cultivar el sentido
estético. Para nuestros propósitos de exposición breve, la consideramos de
inmediato en su gran división de Poesía y Prosa. A la primera forma expresiva
nos vamos a referir a continuación, asignándole concretamente el papel
principalísimo que desempeña con respecto a la formación estética.
Poesía y Educación Estética
No cabe duda de la profunda virtud
docente de las artes. Y que de ellas, la poesía es la que tiene un parentesco
más cercano con las almas infantiles: lleva al a encontrarse dentro de sí mismo
y hacer uso de sus recursos totales de imaginación, de sensibilidad, de
afectividad; es capaz, en fin, de guiarlo hasta el libre desarrollo de sus
facultades creadoras, por su gran poder de emulación. Mucho se ha insistido
sobre la gran capacidad receptiva de los niños, como también es bien sabido que
todo contacto con la belleza es por sí mismo fértil. Lo será entonces
mayormente si los destinatarios son
niños, seres dueños de un mundo interior
libre, desprovisto de juicios convencionales; poseedores de la sinceridad ideal
para la interpretación pura. He aquí el terreno más propicio. El pensamiento
literario adecuado, la bella imagen, pueden dar rienda suelta a una imaginación
creadora de doble juego: el que conlleva el goce estético inmediato y el que
como sedimento maravilloso irá a incorporarse al futuro desenvolvimiento.
¿Ha sabido aprovecharse la escuela de las
inagotables posibilidades de la poesía?
Con todas las virtudes que se le
enumeran, a pesar de estar reconocida por los especialistas como la forma más
viva y emocional del lenguaje, la poesía
no ha entrado en la escuela por la puerta grande. Los programas
escolares en este sentido le reconocen al niño el derecho a la belleza, pero
esto no pasa de ser un reconocimiento teórico, motivo por el cual la escuela no
ha logrado superar el plano de la pobreza literaria. A la poesía, la auténtica,
la adecuada, le corresponde un ancho sitio en el ámbito de las aulas, pero aún
espera, relegada a un plano muy secundario. Sin lugar a dudas, la poesía es uno
de los más valiosos auxiliares de la educación estética. La emoción
comunicativa del verso habla a la necesidad expresiva del pequeño oyente,
traduciendo en él íntimo deseo de expresarse bellamente. Recordemos que el niño piensa en imágenes, y que si no
alcanza a expresar lo que siente, es simplemente por pobreza de lenguaje.
Venimos viendo a través de lo expuesto
cómo interviene la poesía en la formación del educando. Recapitulemos:
1) Despierta profundas sugerencias en el
alma del niño.
2) Señala las vías para el goce estético.
3) Enriquece el caudal de imágenes del
juego de su pensamiento.
4) Refina su gusto y ayuda a estructurar
su personalidad.
5) Le estimula para que se exprese
bellamente, o sea que le incita a crear.
6) Le ayuda a descubrir, casi sin tener
conciencia de lo que hace, que él siente poéticamente.
7) Deja en el inconsciente una
sedimentación maravillosa que se incorporará al futuro desenvolvimiento.
8) No estando al servicio de los interese
inmediatos, crea una especie de conducta subjetiva, llamada a salvaguardar sus
intereses espirituales.
Y todo esto es muy importante.
Tengamos presente lo que nos dice el eminente psicopedagogo M Debesse: “No es
una inteligencia ni un carácter lo que formamos es un niño lo que
cultivamos...”
¿Interesa o no que los niños entiendan a cabalidad
la poesía?
Muchacha leyendo. Ilya Repin |
Materia de muy hermosas
reflexiones es la telegrafía poética de la infancia.
Esas manifestaciones mágicas-breves,
salidas de un impulso sin ideas preconcebidas, son la experimentación de un
deseo involuntario de participación en la belleza y dan la medida exacta de la
aptitud del niño para sentir la poesía. No entenderla a cabalidad. Ha sido
repetido hasta la saciedad que no es indispensable a alcanzar de momento las
significaciones, porque la poesía más que a la inteligencia va dirigida a la
sensibilidad, por tanto no ha de ser medida con la vara del razonamiento. Al
respecto dice Dora Pastoriza Etchebarne: “No interesa que el niño entienda la
poesía en su significado exacto. La poesía es palabra y es música y como tal va
dirigida, ante todo, al oído, camino forzoso para tocar la sensibilidad...” Y
agrega más adelante: “Si el niño escucha algo bello que lo emocione, puede sin
comprenderlo imaginar bellamente, crear poéticamente su mundo. ¿Y qué más
podríamos pedir?”
Tanto se discute sobre este asunto sin
conseguir ganar para los niños el derecho que desde siempre nos asignamos los
adultos: el de gozar de la emoción que depara la poesía, el de sentirla, sin
que nadie nos obligue a estropear el goce estético con el frío razonamiento,
con el encasillamiento de la comprensión total. La de esta injusticia: para
ellos, demasiada severidad; para nosotros, demasiada indulgencia.
Referido a la poesía encontramos el
siguiente concepto de Juan Ramón Jiménez: “En casos especiales, nada importa
que el niño no lo entienda, no lo comprenda todo. Basta que se tome del
sentimiento profundo, que se contagie del acento, como se llena de la frescura
del agua corriente”.
La poesía ilumina los enigmas del
subconsciente, vigoriza la imaginación: ennoblece, por cuanto aparta de lo
burdo, de lo chabacano; proporciona el
punto de partida hacia el gesto evocador..., o simplemente satisface las ansias
infantiles de ternura juguetona. ¿No es suficiente?
Hogar y Escuela en íntima colaboración hacia la
formación de los espíritus
Lástima grande que el criterio adulto
gravite casi siempre con rígidas imposiciones sobre la infancia, apagándole sus
fulgores naturales. Por un lado la escuela, barco anclado frecuentemente en un
mar de severas disciplinas y capitaneado no pocas veces por maestros carentes
de sensibilidad, mata la emoción que da vida y sentido mágico a los universos
infantiles. “Por ello es muy importante --- dice Manuel M. Cerna --- que el
maestro aspire a la belleza, en un mundo en que los valores estéticos se
deforman...”
Pero es que no sólo ha de ser la
escuela, los maestros. Es el hogar. Son las personas que tienen el privilegio
de establecer las primeras relaciones sensibles con los pequeños, quienes
pueden adelantar la hora de la belleza en los relojes de la infancia, haciendo
accesibles a la mentalidad de los pequeñines: luz, música, color, formas; a
través de canciones de cuna, rondas o simplemente cancioncillas sin sentido e
ingenuos ritornelos. Si el niño no comprende, de cualquier modo su sensibilidad
será mecida suavemente por el encantamiento de la musicalidad, del ritmo, de la
visión de conjunto; lejana, subjetiva. Porque
como dice M.Debesse: “Ver en la formación del espíritu un asunto
puramente escolar sería un error peligroso. No hay dos campos separados: la
escuela, campo reservado al instructor y al pedagogo, y la vida extraescolar,
librada a otros educadores.” Aparejados, pues, padres y maestros en la labor
común desde la iniciación y al nivel de todas las edades. “Que el de más edad
----- recomienda Edmond Michaud -----
sepa esperar, comprender y elegir; que camine junto al menor compartiendo con
éste no sólo el polvo del camino, sino también el pan del espíritu.” Por tanto,
acerquemos como caracol mágico al oído de los niños, el verso de la honda
sugerencia, del poder evocador, de la bella metáfora... Y ellos escucharán en
él un mar de poesía que mece confusamente sus propias imágenes de adivinaciones
estremecidas. No es dado encontrar más anchos espacios nutricios para las almas
infantiles.
1969
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