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martes, 19 de agosto de 2014

La cifra y la ceniza, el poema




Eleazar León

Si un poeta escribe sobre la lluvia, su cuerpo cae y sus palabras, mana por dentro y se va lejos, goteando y solo, desmemoriado y lleno hasta el desbordamiento de sus propias aguas. Nada y nadie de afuera puede poblar el poema si antes no es huésped de una conciencia disponible, de un alguien, el poeta, que se sabe visitado por todo y residente de lo fugaz, como un paraje que se recorre y se abandona sin permanencia. Lo duradero es lo que pasa, ese intercambio entre el camino y el caminante, ambos en  ruta hacia un  lugar que ya conocen, aunque no puedan encontrarlo. La duración del poeta es la sucesión del poema en un tiempo y un espacio siempre futuro: para ser ahora, inmediatamente, tendría que saltar la distancia que el mundo mantiene para que nosotros seamos, para poder vivir diferenciados de él.
El poema es una reconciliación  entre extraños, entre viajeros que no se han visto antes y se saludan con aire consecuente, repitiendo los ritos de una ceremonia desconocida, dándose mensajes que nadie ha enviado y que ellos no podrán descifrar. El poeta no se resigna al país extranjero que es la vida, y en un alarde, con más alma que entendimiento, habla todas las lenguas,