Beatriz
Mendoza Sagarzazu
En la actualidad, ya nadie pretende
definir qué es la poesía. El mundo de hoy controversial y
cuestionador ha terminado con la aceptación de verdades absolutas y
es poco dado a las definiciones: Las palabras cuando de definir se
trata, se refieren más a sugerencias que a realidades, ya sean estas
esenciales o vivenciales. Más aun, si de poesía se trata, materia
incorpórea, tan inasible como la palabra misma, su elemento óseo,
sostenedor de su ser y existir. Sin embargo, con o sin definiciones,
la poesía es. Con detractores, en lucha desigual contra un
materialismo imperante y creciente, a pesar de un sistema de vida que
parece reducir su tiempo, y del facilismo que brindan los medios
audio-visuales, nadie puede negar la existencia de la poesía, una de
las pocas verdades que siguen siendo evidentes por sí mismas. Y aun
cuando no pueda encerrarse en los estrechos límites de una
definición, su materia, quizás como ninguna otra, porque de por sí
es cambiante, persiste a través del tiempo y sus espacios: La poesía
como la vida es un ser, y como la felicidad un estar; un estado de
ánimo cautivo y comunicante, una gracia intemporal que escapa y
permanece en una red frágil pero firme y duradera. Un poco así como
el perfume guardado en un envase al que de pronto dejamos en
libertad: Su aroma crece y se apodera del aire y mueve íntimas
vivencias y memorias.