Irene Vasco
Me piden hoy que me lea a mí misma a través de mis lecturas. Extraño ejercicio para quien pasa la mayor parte de su tiempo leyendo a otros, para quien asume y acepta como vocación inquebrantable el llenar de lecturas a cuanta persona, niño, joven, adulto, viejo, se le atraviese. Trataré de hacer un recorrido por las lecturas más significativas, las que marcaron mi vida en diferentes momentos.
Nací leyendo: leyendo las voces en español y en portugués de mi abuela antioqueña y de mi mamá brasileña, que me cantaban y me contaban las nanas y arrullos que a su vez habían leído en las voces de sus propias madres. Entre el Tutú marambá y el Pizingaña pizingaña, palabras igualmente mágicas, enigmáticas, restauradoras, aprendí a leer que alguien estaba cerca de mí, que me acompañaba, que me cuidaba, que me curaba de miedos y de incertidumbres. Esas primeras palabras pronto se ampliaron y otras, igualmente mágicas llenaron mi vida: muchos, muchísimos cuentos de hadas, de castillos, de príncipes y princesas, narrados por esas mismas voces y enriquecidos por libros de láminas, me sirvieron para interpretar el mundo y reescribirlo desde diferentes puntos de vista.