Eugenio
Montejo
Quienes
en nuestros días se sienten atraídos por el aprendizaje de la
escritura poética, pese a tantos impedimentos que procuran
disuadirlos, no sabemos si para bien o para mal, pueden al fin y al
cabo encaminar su vocación a través de un taller de poesía. El
experimento es novedoso entre nosotros, pero cuenta, como en muchas
otras partes, con un manifiesto número de defensores y detractores.
La tentativa, sin embargo, aunque opera de forma más o menos
idéntica, esto es, congregando a un guía y a una seleccionada
docena de participantes, puede proporcionar resultados tan dispares
como los mismos grupos que la integran. Depende en mucho de la
formación y sensibilidad de los concurrentes, y sobre todo del clima
fraterno y cordial que a través de la práctica llegue a
establecerse. Lograr desde el inicio que cada uno distinga su voz en
el coro, que no perciba en el guía más que a un persuasivo
interlocutor, en vez de un conductor hegemónico, constituye sin duda
un buen punto de partida. El hábito de la discusión fecunda, los
estímulos al trabajo, el respeto mutuo y todo lo que, para usar una
expresión de Matthew Arnold, podríamos llamar "la urbanidad
literaria", se seguirá naturalmente de ello solo.