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jueves, 28 de noviembre de 2019

Despertar las palabras


 
Carlos Yusti


Un escritor-abuelo (o viceversa) mencionó que un día intentaba escribir en su habitual cuaderno escolar. Interrumpió varias veces el roce del lápiz dibujando las palabras en el papel. Tachaba. Volvía a empezar. Luego supo que la algarabía doméstica, producida por sus hijos y nietos, sacaba de balance su concentración. Sin querer parecer un viejo cascarrabias se asomó a la sala, epicentro del bullicio: “Por favor requiero algo de tranquilidad y silencio, trato de escribir”. Regresó a su cuarto y volvió a su trabajo de escritura. De repente una de sus nietas, con apenas 5 años, entra a la habitación de puntillas y moviéndose con lentitud de cámara lenta. Extrañado el escritor-abuelo le pregunta: “¿Por qué entras de esa manera?”. La niña le dijo: “No quiero hacer ruido. Las palabras pueden despertarse”.

Cuando se escribe es necesario sacarle el sueño a las palabras. Además si se escribe para niños hay que sacudirlas doblemente para despertarlas y que sean capaces de trasmitir cierta música inteligente. Esa torpe creencia sobre la inocencia estúpida de los niños es un error en el cual caen muchos adultos. La inocencia de los niños es exploradora, despierta, clarividente y altamente creativa. El poeta y escritor José Gregorio González Márquez(*) escribe tomando en cuenta esa inocencia cortante del niño y su libro Astronomía submarina y otras historias (Caravasar Libros/ Portada, edición y diseño: Armando José Sequera) es un buen ejemplo.

El libro compuesto por apenas cuatro breves historias, y cuyos protagonistas son niños, hacen un retrato afable de ese universo escolar. Son relatos que dan cuenta sobre las vivencias y peripecias de niños en esa edad donde la realidad parece subrayada con líneas coloridas del sueño. Aunque el eje primordial, en verdad, de todas las narraciones es el amor.