Ángel
Eduardo Acevedo
La primera señal que permite distinguir entre los lectores una
porción vasta cuyos incentivos son conformistas y otra reducida que
ansía saber, es el despunte de esa raya sobre la sensibilidad
adolescente, a una de cuyas márgenes queda campo para la tertulia
principiante, mientras hacia la otra acontece repliegue íntimo,
sentido de profanación o cumplimiento, preferencia – tortura y
anhelo – de la soledad; hacia aquella, exhibición alegre de lo que
leemos; hacia ésta, dificultad de tolerar que otros se enteren. Todo
análogo a la diferencia entre el petulante donjuanesco y el
enamorado de hondo fuego, abismo y silente.
Es a partir de este último grupo que interesa y se puede trazar una
historia anímica de la lectura.