José Gregorio González Márquez
I
Pasamos
la vida comprando libros. Visitamos con frecuencia librerías y remates para
adquirir cuanta novedad o texto usado nos interese. Así vamos acumulando
cantidades de libros que se van invadiendo toda la casa. No podemos vivir sin
leer. La lectura es un vicio que nos
acompaña desde siempre.
Cada
libro representa una parte ínfima de la creación. Todos juntos acaparan el
conocimiento universal. Entonces los que tenemos en la biblioteca personal,
forman parte de ese infinito rompecabezas que valora la sabiduría como expresión
sagrada de la escritura.
Las bibliotecas personales conforman una entidad con vida propia. En sus anaqueles se mueven los libros que su propietario considera dignos de permanecer en su colección privada. No importa los medios que se use para conseguirlos, lo importante es poseerlo. Comprado, prestado o regalado llegan para ocupar un sitio de privilegio en una repisa, anaquel o estante.
La
lectura es una pasión que encadena al lector no solo a lo nuevo o lo que está
por llegar, sino esencialmente a lo que pasó. El comportamiento lector cuando
se adquieren en la lejana infancia guía la adquisición de libros por caminos
insospechados. Claro está, con el devenir del tiempo el lector se vuelve selectivo
pues llega a darse cuenta que jamás podrá leer todo lo que quisiera. Incluso
muchos de los libros que permanecen en la biblioteca nunca son leídos.
Acumular
libros es un mal incurable. Pero además, enfrenta la pasión del lector con la incomprensión
de madres, esposas, amantes, hijos y familiares que no entienden por qué uno se
dedica a comprar libros en proporciones que no parecen normales. Es decir, más
de los que se pueden leer en la vida.
Los libros son objetos valiosos. Alberto Manguel afirma que la relación de los libros con sus lectores es distinta de cualquier otra entre objetos y usuarios. Las herramientas, los muebles, la ropa, también tienen una función simbólica, pero los libros imponen al lector un simbolismo mucho más complejo que el de un simple utensilio. Entonces, el poseedor de libros pertenece por motus propio o por designación del colectivo a una élite que maneja el conocimiento y es visto como un intelectual refinado, literalmente un ser de sabiduría.
II
Cuando
la muerte irredenta cumple su visita obligada en casa de un bibliófilo,
escritor, acumulador o de cualquier mortal que posea una biblioteca respetable,
no solo causa el daño de la separación y desprendimiento de esta vida, sino
también contribuye al desmembramiento y desaparición de la biblioteca.
La
mayoría de ellas son vendidas por familiares pues pareciera que no les interesa
mantener la unidad de la biblioteca. El largo trajinar del difunto desaparece
en un soplo. La muerte no tiene compasión. Sé por amigos libreros que estas
bibliotecas son perseguidas o buscadas pues
son adquiridas por lotes o completas a muy bajo costo. A veces los libreros
están a la caza de estas oportunidades.
En
1993, invitado por un amigo poeta fuimos a visitar la Dirección de Canje y
Donaciones de la Biblioteca Nacional de Venezuela. Me asombró la cantidad de libros que entraban por
donación en esa dependencia. En una zona bastante grande estaba una biblioteca
privada que para entonces había cedido la familia de un reconocido historiador
venezolano muerto por esos días. El área
estaba precintada y con prohibición de ser visitada por personas no
autorizadas. Sin embargo, nos dejaron curiosear entre tanto libros. Calculo que
había unos 15000 títulos de diversas áreas del conocimiento con prevalencia de
historia. Sí, es impresionante la cifra.
Allí estaban esos libros para ser revisados, catalogados y luego
distribuidos en las diversas bibliotecas del país. Biblioteca Nacional solo se
quedaba con los ejemplares que no poseía en su colección.
La
biblioteca personal funciona como un sistema fundamentado en una serie de órganos.
Cada uno de los libros tiene una función vital y conforma una parte
indispensable del cuerpo. Desmembrarla implica acabar con ella. Desaparecerla.
Este era el destino de la biblioteca del reconocido historiador y escritor. Por
cierto nos regalaron algunos ejemplares pues para los empleados que nos
atendieron, esos libros serían solo objetos de donación o canje con otras
bibliotecas.
El
paso del tiempo nos obliga a pensar que va a ser de nuestra biblioteca. A veces
no dormimos dilucidando a donde irán a parar
nuestros libros. Si tenemos suerte de contar con un hijo que ame los libros
tanto como nosotros, es probable que sobreviva unos años más. En caso contrario
están destinados al descuartizamiento de la biblioteca.
Muchos
creen que la solución es donarla a una institución pública o privada que pueda
preservarla. Pero, el costo del manejo y la catalogación hacen inviable esta
alternativa. Además, para aceptarla se debe tener un espacio adecuado. Por lo
general, estas bibliotecas personales son rechazadas con alegatos contundentes.
Para una Institución como la Biblioteca Nacional de Venezuela resulta imposible recibir tantas donaciones y luego ubicarlas en un lugar donde permanezcan completas y con los nombres de las personas a la que pertenecieron.
III
Mantener
una biblioteca viva exige esfuerzo de quien está a su cargo. No se trata de
contemplar los libros en los anaqueles y de mantenerlos libres del polvo y las
polillas. Como va adquiriendo existencia propia, no es raro sentir la
respiración de los libros mientras esperan por el lector o deciden dejarse
leer. Cuando el dueño fallece es común que sus herederos acaben con ella. Los
libros no representan una herencia apetecida y por lo tanto, se sale de ellos
en lo inmediato.
Después
de fallecido el dueño, lo primero que se vende, regala o dona es la biblioteca.
Sin embargo, es imposible mantenerla completa porque quien la compra o recibe
de regalo comercia los ejemplares en remates a precios irrisorios; otros los
venden para ser convertidos nuevamente en pulpa de papel. Cuando se acepta en
donación, es desmembrada para distribuirse en diferentes ámbitos
bibliográficos. Es rara la biblioteca que permanece completa, articulada como
un sistema con vida propia.
Conozco a muchos escritores y bibliófilos que intentaron donar sus bibliotecas a instituciones públicas. No lograron que ninguna se hiciera cargo de ellas. Terminaron en manos de libreros y en librerías de lance como se les conocía a comienzos del siglo XX. Quizás los libros están condenados a deambular sin familia una vez que sus dueños desaparecen. Como afirma Alejandro Salas: La grandeza del lenguaje es su propia tragedia: porque todo puede ser dicho todo pierde credibilidad, porque el unicornio pasta en nuestra imaginación verbal nuestra mente lo borra. Lenguaje y libro unidad perfecta, sucumben ante el desafecto de familiares y amigos.
IV
Pocos
bibliófilos en Venezuela han logrado reunir una cantidad exorbitante de libros
como Pedro Manuel Arcaya. Más de 147000 volúmenes conforman esta biblioteca que
fue donada al estado venezolano y que se encuentra en el edificio de Biblioteca
Nacional y bajo la custodia de la unidad de Libros Raros y manuscritos. Es una
biblioteca dentro de una biblioteca.
Acceder a sus textos no es difícil basta con ir hasta su sede y solicitar de
acuerdo al reglamento que rige, los libros, manuscritos, revistas, incunables y
otros formatos que necesite un investigador.
Cuando
realizaba estudios de maestría en la Universidad Católica “Andrés Bello” pasé
muchos sábados investigando en la Biblioteca Nacional. La hemeroteca me
permitía acceder a periódicos y revistas editados en Mérida entre 1848 y 1935.
Estos forman parte de la Colección Febres Cordero y está microfilmada para uso
de lectores e investigadores. Desde la hemeroteca se tiene acceso a la
Biblioteca Arcaya como se le conoce comúnmente. Así que no tarde en convertirme
en un asiduo visitante de sus predios.
Resulta
fabuloso para un lector acceder a tantos documentos y libros. Allí conseguimos
un raro documento, poco conocido, en el que se puede evidenciar la reclamación
y posición tomada por México en el bloqueo a las costas venezolanas a finales
de 1902 y comienzos de 1903. Entonces este país se hizo parte de los reclamos
junto a la marina del Imperio Británico, el Imperio Alemán y el Reino de
Italia. La actitud de México ha pasado siempre solapada por desconocimiento de
la información y por la creencia que solo fueron los grandes imperios quienes
reclamaron deudas a Cipriano Castro.
La Biblioteca Arcaya contiene entre sus volúmenes parte importante de la historia de Venezuela y el mundo. Quien la visita siempre encontrará documentos raros perdidos entre su numerosa prole bibliográfica.
V
Todas
las bibliotecas personales tienen historia. Se van conformando de manera
sosegada y tranquila con la compra en librerías y remates. Cada vez que
visitamos un librero alucinamos. Revisamos entre montañas de libros con la
esperanza de conseguir un ejemplar único o el que queremos leer. Las sorpresas
son frecuentes: libros raros, primeras ediciones, atlas antiguos o ediciones
recientes difíciles de hallar. Entre Caracas y otras ciudades logré reunir una
biblioteca contentiva de unos cuatro mil ejemplares. Cuando me casé supuse que
los libros como yo, estaban a buen resguardo pues se suponía que la felicidad
llegaba con la nueva existencia.
Nada
más lejos de la realidad. Por circunstancia que no quiero mencionar terminé
divorciado. Mi biblioteca quedó en el apartamento donde hacía vida en común con
mi ex esposa. En conversaciones convenimos que en el término de un año yo me
llevaría la biblioteca. Me vine a Mérida a tratar de poner distancia y
desprenderme de la mala experiencia del matrimonio. Mientras mis libros seguían
allí.
Perdí
comunicación con ella. Pasado unos meses volví a Caracas invitado a la Feria
Internacional del Libro. Iba aprovechar la visita para finiquitar el tema de la
biblioteca. El segundo día de feria encontré a un tío de mi ex esposa y nada
más me vio me espeto: tengo que decirte
algo. Pero es mejor que te sientes. Me sorprendió su actitud y la expresión
de su cara. Ella regaló tu biblioteca
continuó. En una ocasión en que estaba en el apartamento comentó que iba a
botar los libros y yo se los pedí para donarla a una casa comunal que está en
Galipán. Me sentí bastante mal. No entendí la actitud de venganza de ella.
Siempre dan donde más duele. Me sentí culpable por no llevarme a tiempo mis
libros. Perdí la biblioteca irremediablemente, aunque mi tío asegurará que
estaba completa y le daban buen uso.
Al
año siguiente de nuevo estaba en la Feria del Libro. Tenía la esperanza de
conseguir al tío. No lo volví a ver. Luego me enteré que había muerto y con él,
la esperanza de recuperar algunos ejemplares de mi biblioteca personal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario