José
Gregorio González Márquez
La
palabra es creación infinita. El escritor es un artífice de la grafía. Juega
con ella, la hace vida, constancia. Vive para refrendarla y convertirla en un
camino de esperanza, en un sendero donde la imaginación se vuelca para arropar
las vicisitudes de la existencia. El trabajo del escritor tiene mucho de
sagrado y profano; de alegría y tristeza; de amor e incertidumbre.
El texto se constituye en el instrumento mediato para llegar a los lectores. Cada uno de ellos lleva un mensaje que recala en los rincones del sentimiento lector. Quien se enfrenta a un texto por vez primera, abre las puertas a un universo que presagia momentos de alteridad, resolución de conflictos, cercanía a las emociones y el enfrentamiento a enigmas que se baten en los vientos de aventuras y dramas humanos.
Juan
Micael es un libro concebido para niños. Está escrito con un lenguaje sencillo,
claro que permite al lector zambullirse en sus páginas para desentrañar la vida
de un niño del páramo y sus vivencias diarias en un ámbito que en ocasiones
pareciera hostil.
Las
descripciones que hace Elena Molina –su autora– tienen mucho de poesía. Inunda con sus
palabras los avatares que se viven entre el frío y la neblina. La vida en
familia, las relaciones en el núcleo familiar,
la abuela que funge como el aliento fundamental de quienes están
alrededor de ella; la escuela, los días de frío, los animales domésticos y
otros, son temas que va abordando la autora para recrear las vivencias de un
niño.
El
libro tiene una articulación genial pues cada uno de los cuentos puede leerse
de manera individual. Un lector desprevenido pudiera pensar entonces que es un
libro de cuentos. Sin embargo, es una novela para niños pues esa suma de textos
narrativos tiene un leitmotiv que le dan unidad y consistencia.
Otro
rasgo fundamental de este libro es la belleza con que es tratado el lenguaje.
Quien se asome a sus páginas quedará atrapado inmediatamente. Las palabras lo
invitarán a quedarse y vivirá el tiempo de Juan Micael. En el cuento mientras
tanto leemos: Se diría que Juan Micael es
un niño gordo. ¡Pero no!. Juan Micael lleva puestas dos franelas, dos pares de
medias y unas botas de caucho más grandes que sus pies. Un gorro de lana se
asoma tímido, casi oculto por la capucha de un suéter color naranja. Su ropa
huele a humo de leña.
El
trabajo que hace el escritor en las primeras líneas de un libro es fundamental.
Es allí donde se atrapa al lector y se envuelve en la aventura que está
comenzando. En Juan Micael notamos la pericia de Elena Molina para tender las
redes al lector. Se diría que Juan Micael es un niño gordo. ¡Pero no! En una
oración simple que despierta la curiosidad de quien lee. A partir de esta
afirmación – negación comienza la descripción del personaje. Le sigue una
esplendorosa carga de poética donde los sentidos despiertan a la imaginación.
Entre
el lector, el libro y la autora se establece
un curioso juego donde cada uno establece las hipótesis, predicciones y
posibilidades hacia donde se dirige el texto. En ocasiones, esas predicciones
resultan erradas para el lector pues Elena Molina se encarga de jugar con la
imaginación del lector. Lo vemos claramente en El desayuno: Dos pollos, uno blanco y otro saraviado, dan
vueltas en la cocina y se traviesan a su antojo entre las personas. Recogen las
migas de los alimentos que caen al piso. Juan Micael saca la mano del bolsillo
y recibe el plato con una humeante arepa, cuajada y un pocillo con leche de la
vaca marrona. - ¡Dios le pague! – responde agradecido. Y la sonrisa muestra dos
grandes y anchos dientes.
En
el texto anterior puede verse el sentido lúdico de la escritura. El lector
puede pensar que para el desayuno Juan Micael va a comer pollo. Cuando hace la
relación entre el título y las primeras palabras establece una primera hipótesis. Pero resulta que la autora
encamina su cuento por otra vertiente.
Otra
visión que puede tenerse de Juan Micael es que se está ante la presencia de un
libro de minicuentos o cuentos cortísimos. Los minicuentos tienen
características específicas que le dan corpus propio a su escritura. La
concisión del lenguaje, la genialidad de la anécdota, el escaso número de
palabras para relatar y la definición rápida
de un conflicto, hacen que este género literario sea apreciado entre los
lectores pues parecieran relámpagos que iluminan violentamente el rato lector y
luego se diluyen hasta desaparecer, dejando una atmosfera de quietud y
silencio. En La neblina nos cuenta: Hoy la neblina decidió bajarse y va pasando
de prisa. Como una cortina borra el paisaje y se recuesta en las casas, en la
calle, en los árboles. Se tiende sobre la franja negra. El viento también se la
va llevando, llevando, a veces rápido. La lluvia hace el día más frío y cuelgan
gotas temblorosas en los alambres de púas. Un caballito resignado con sus
largas pestañas y mirar sumiso soporta las inclemencias del tiempo y atado a la
tierra espera un rayo de sol. Juan
Micael, acompañado por su perro, lo va llamando. A ratos, estrena sus primeros
silbidos y, mientras, se le acerca y le dice algunas cosas. ¿Qué piensa?... Si
es que los caballos piensan.
El
escritor traduce a un lenguaje diáfano, todo lo que la otredad le insufla desde
lo ignoto. Por eso, puede considerase el vínculo, el lazo entre la divinidad y
la humanidad. La obra literaria de Elena Molina, poeta y narradora, encaja
perfectamente en esta visión del arte de la escritura. Su trabajo define el
acercamiento que tiene con la poiesis. Porque también sus cuentos para niños
están impregnados de poesía. En el texto
Lejos, lejos lo notamos: Cerca no hay casas. Es que las distancias
son infinitas. De lejos la casita, asomada entre azules montañas, parece un
diamante. Poesía pura que inviste los días parameros. También lo leemos en
el texto Por las noches No se
sabe… hasta donde suben las casas, ni hasta donde bajan las estrellas…
La
representación simbólica de la abuela o nona como personaje fundamental en el
libro, está marcada por los sentimientos que se expresan hacia ella y su rol en
la concatenación de hechos que forman parte del anecdotario familiar. La abuela
simboliza la fraternidad, la filiación. Es el amor encarnado en la mujer que
une los hilos filiales y que permite la compenetración de los integrantes de la
familia para afrontar toda desavenencia; pero también los momentos de
felicidad. Elena Molina la describe así: El
cabello de la nona Micaela tiene el brillo de la plata. Lo alisa amorosamente para
asegurarlo con una peineta. Sus manos son gorditas y la piel salpicada con
manchas oscuras. Micaela tiene muchos nietos y solo uno lleva su nombre.
Micael. A la nona, como a la gata, le gusta el solecito. Se pone a revisar las
hojas secas de las matas, mientras recibe todo el sol de la mañana.
Un
hecho quizás triste marca la vida de Juan Micael. La nona se va. Marcha con un
tío a la ciudad. El lector no sabe con certeza si va a regresar. Para la vida
del niño este acontecimiento fataliza su estancia en casa. Vendrán tiempos de
tristeza, nostalgia y espera. Para Juan significa desprenderse del amor filial
que le prodiga la abuela. Sus cuidados y atenciones cesarán. Ya la mirada del
niño no será la misma. Su visión del entorno cargará con la dura realidad de la
soledad.
En
definitiva Juan Micael de Elena Molina, es un libro para disfrutarlo, para
vivir la poesía de la infancia. Aunque la connotación que se le da es de infantil, puede ser leído por cualquier
lector, sin límite de edad. Incluso, si se lee sin un orden definido, es decir
saltando de un cuento a otro, el libro no pierde unidad.
Puede
descárgalo gratis en:
http://libreriasdelsur.gob.ve/wp-content/uploads/2024/04/Juan-Micael.pdf
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