domingo, 19 de mayo de 2024

Para leer a Juan Micael

 

José Gregorio González Márquez



 

La palabra es creación infinita. El escritor es un artífice de la grafía. Juega con ella, la hace vida, constancia. Vive para refrendarla y convertirla en un camino de esperanza, en un sendero donde la imaginación se vuelca para arropar las vicisitudes de la existencia. El trabajo del escritor tiene mucho de sagrado y profano; de alegría y tristeza; de amor e incertidumbre.

El texto se constituye en el instrumento mediato para llegar a los lectores. Cada uno de ellos lleva un mensaje que recala en los rincones del sentimiento lector. Quien se enfrenta a un texto por vez primera, abre las puertas a un universo que presagia momentos de alteridad, resolución de conflictos, cercanía a las emociones y el enfrentamiento a enigmas que se baten en los vientos de aventuras y dramas humanos.

Juan Micael es un libro concebido para niños. Está escrito con un lenguaje sencillo, claro que permite al lector zambullirse en sus páginas para desentrañar la vida de un niño del páramo y sus vivencias diarias en un ámbito que en ocasiones pareciera hostil.

Las descripciones que hace Elena Molina –su autora–  tienen mucho de poesía. Inunda con sus palabras los avatares que se viven entre el frío y la neblina. La vida en familia, las relaciones en el núcleo familiar,  la abuela que funge como el aliento fundamental de quienes están alrededor de ella; la escuela, los días de frío, los animales domésticos y otros, son temas que va abordando la autora para recrear las vivencias de un niño.

El libro tiene una articulación genial pues cada uno de los cuentos puede leerse de manera individual. Un lector desprevenido pudiera pensar entonces que es un libro de cuentos. Sin embargo, es una novela para niños pues esa suma de textos narrativos tiene un leitmotiv que le dan unidad y consistencia.

Otro rasgo fundamental de este libro es la belleza con que es tratado el lenguaje. Quien se asome a sus páginas quedará atrapado inmediatamente. Las palabras lo invitarán a quedarse y vivirá el tiempo de Juan Micael. En el cuento mientras tanto leemos: Se diría que Juan Micael es un niño gordo. ¡Pero no!. Juan Micael lleva puestas dos franelas, dos pares de medias y unas botas de caucho más grandes que sus pies. Un gorro de lana se asoma tímido, casi oculto por la capucha de un suéter color naranja. Su ropa huele a humo de leña.

El trabajo que hace el escritor en las primeras líneas de un libro es fundamental. Es allí donde se atrapa al lector y se envuelve en la aventura que está comenzando. En Juan Micael notamos la pericia de Elena Molina para tender las redes al lector. Se diría que Juan Micael es un niño gordo. ¡Pero no! En una oración simple que despierta la curiosidad de quien lee. A partir de esta afirmación – negación comienza la descripción del personaje. Le sigue una esplendorosa carga de poética donde los sentidos despiertan a la imaginación.

Entre el lector, el libro y la autora  se establece un curioso juego donde cada uno establece las hipótesis, predicciones y posibilidades hacia donde se dirige el texto. En ocasiones, esas predicciones resultan erradas para el lector pues Elena Molina se encarga de jugar con la imaginación del lector. Lo vemos claramente en El desayuno: Dos pollos, uno blanco y otro saraviado, dan vueltas en la cocina y se traviesan a su antojo entre las personas. Recogen las migas de los alimentos que caen al piso. Juan Micael saca la mano del bolsillo y recibe el plato con una humeante arepa, cuajada y un pocillo con leche de la vaca marrona. - ¡Dios le pague! – responde agradecido. Y la sonrisa muestra dos grandes y anchos dientes.

En el texto anterior puede verse el sentido lúdico de la escritura. El lector puede pensar que para el desayuno Juan Micael va a comer pollo. Cuando hace la relación entre el título y las primeras palabras establece una primera  hipótesis. Pero resulta que la autora encamina su cuento por otra vertiente.

Otra visión que puede tenerse de Juan Micael es que se está ante la presencia de un libro de minicuentos o cuentos cortísimos. Los minicuentos tienen características específicas que le dan corpus propio a su escritura. La concisión del lenguaje, la genialidad de la anécdota, el escaso número de palabras para relatar  y la definición rápida de un conflicto, hacen que este género literario sea apreciado entre los lectores pues parecieran relámpagos que iluminan violentamente el rato lector y luego se diluyen hasta desaparecer, dejando una atmosfera de quietud y silencio. En La neblina nos cuenta: Hoy la neblina decidió bajarse y va pasando de prisa. Como una cortina borra el paisaje y se recuesta en las casas, en la calle, en los árboles. Se tiende sobre la franja negra. El viento también se la va llevando, llevando, a veces rápido. La lluvia hace el día más frío y cuelgan gotas temblorosas en los alambres de púas. Un caballito resignado con sus largas pestañas y mirar sumiso soporta las inclemencias del tiempo y atado a la tierra  espera un rayo de sol. Juan Micael, acompañado por su perro, lo va llamando. A ratos, estrena sus primeros silbidos y, mientras, se le acerca y le dice algunas cosas. ¿Qué piensa?... Si es que los caballos piensan.

El escritor traduce a un lenguaje diáfano, todo lo que la otredad le insufla desde lo ignoto. Por eso, puede considerase el vínculo, el lazo entre la divinidad y la humanidad. La obra literaria de Elena Molina, poeta y narradora, encaja perfectamente en esta visión del arte de la escritura. Su trabajo define el acercamiento que tiene con la poiesis. Porque también sus cuentos para niños están impregnados de poesía. En el  texto Lejos, lejos lo notamos: Cerca no hay casas. Es que las distancias son infinitas. De lejos la casita, asomada entre azules montañas, parece un diamante. Poesía pura que inviste los días parameros. También lo leemos en el texto Por las noches  No se sabe… hasta donde suben las casas, ni hasta donde bajan las estrellas…

La representación simbólica de la abuela o nona como personaje fundamental en el libro, está marcada por los sentimientos que se expresan hacia ella y su rol en la concatenación de hechos que forman parte del anecdotario familiar. La abuela simboliza la fraternidad, la filiación. Es el amor encarnado en la mujer que une los hilos filiales y que permite la compenetración de los integrantes de la familia para afrontar toda desavenencia; pero también los momentos de felicidad. Elena Molina la describe así: El cabello de la nona Micaela tiene el brillo de la plata. Lo alisa amorosamente para asegurarlo con una peineta. Sus manos son gorditas y la piel salpicada con manchas oscuras. Micaela tiene muchos nietos y solo uno lleva su nombre. Micael. A la nona, como a la gata, le gusta el solecito. Se pone a revisar las hojas secas de las matas, mientras recibe todo el sol de la mañana.

Un hecho quizás triste marca la vida de Juan Micael. La nona se va. Marcha con un tío a la ciudad. El lector no sabe con certeza si va a regresar. Para la vida del niño este acontecimiento fataliza su estancia en casa. Vendrán tiempos de tristeza, nostalgia y espera. Para Juan significa desprenderse del amor filial que le prodiga la abuela. Sus cuidados y atenciones cesarán. Ya la mirada del niño no será la misma. Su visión del entorno cargará con la dura realidad de la soledad.

En definitiva Juan Micael de Elena Molina, es un libro para disfrutarlo, para vivir la poesía de la infancia. Aunque la connotación que se le da  es de infantil, puede ser leído por cualquier lector, sin límite de edad. Incluso, si se lee sin un orden definido, es decir saltando de un cuento a otro, el libro no pierde unidad.

 

Puede descárgalo gratis en:

http://libreriasdelsur.gob.ve/wp-content/uploads/2024/04/Juan-Micael.pdf

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