Laura Antillano
Yo no conocí a mi abuelita Lula, porque
cuando nací ya ella no existía, pero, todos los años, al llegar el mes de
diciembre, pienso en ella.
No puedo dejar de hacerlo porque mi
mamá, en estos días de diciembre, todos los años, comienza por sacar sus cajas
del cuartito de los corotos, (ese donde guardamos lo que no se usa siempre, o
lo que no sé sabe cuando se usará, como mi bici pequeñita, o la aspiradora de
antes).
Me gusta mucho estar allí cuando ella
saca esas cajas. Es como una ceremonia,
como si la magia de la Navidad comenzara justo cuando esas cajas son
destapadas.
Mamá las carga hasta el centro de la
sala, y yo voy tras ella, ahora que estoy más grande la ayudo llevando algunas, cuando estaba más chiquita
solo la seguía como en una marcha de fiesta.
Cuando las tenemos a todas allí, nos
sentamos en el piso y las vamos abriendo. Están cubiertas de papeles todos
arrugaditos, y de paja también. Hay que revisar con cuidado porque cada cosa
allí está muy envuelta, y está así desde
el pasado enero.
¿Y saben lo que sale de ellas?
Salen pastores de ovejas y ovejitas,
salen casas pequeñas de cartón y de barro y hasta de corcho, salen arbolitos,
unos de papel y hay unas palmeritas de metal, y allí, justo allí es cuando mamá
comienza a nombrar a la abuela Lula, dice:
-Estás palmeritas eran de mamá, pero
antes fueron de mi abuela Mercedes.
Y después cuando salen de las cajas los Tres Reyes Magos, y ella dice lo mismo, y
cuando sale una señora que lleva un jarrón montado en el hombro, y otra
pequeñita con pañuelo en la cabeza y como una bolsa de tela a un lado y su mano
levantada como si regara maíz para las gallinas, y cuando sale el puentecito
que pondremos sobre el río de papel celofán, y cuando sale el muchacho de sombrero,
con el perro junto a él, que mira colocándose la mano sobre los ojos como para
protegerse del sol, y cuando sale el pavo real y la gallina con los pollitos, y
un cochinito de metal que pesa aunque es tan pequeño, y más aún, mamá habla de
abuela Lula cuando salen, de una de la caja mejor acolchada con pajita y
papelitos arrugados: San José, la Virgen y el Niño Jesús.
Entonces las mismas cajas nos sirven
para hacer un cerro grande que cubrimos con telas, y al fondo ponemos el cielo
en donde yo pego las estrellas de escarcha, y la mayor, que también sale de las
cajas, lleva como botones brillantes y también era de la abuela Lula.
Nosotras dos, mamá y yo, preparamos
todo el pesebre cada Navidad. Mi hermano grande también se une a nosotras a
inventar y se divierte colocando lucecitas por aquí y por allá y, sobre todo,
desenredando cables y arreglando las instalaciones para que todo se vea
iluminado, pero él ahora vive en otra ciudad y alcanza a venir justo para los
últimos toques, cuando ya es el día y todo deberá estar listo.
La visita que todos esperamos con más
cariño para estos días de diciembre es la del abuelo.
Este año abuelo Hilario ha estado un
poco enfermo, con quebrantos, y lo hemos visitado poco, porque vive en
Maracaibo, muy lejos de aquí, por eso es más importante tenerlo hoy con
nosotros.
Y hoy, 24 de diciembre, desde la
mañana me desperté pensando en los regalos y el sol supo que era la víspera de
Navidad porque los rayitos se iniciaron suaves y me dejaron permanecer en la
cama entre dormida y despierta.
Pienso en el abuelo, y voy al patio
con mi piyama puesta todavía y me parece que los pájaros en el mango saben
también que es día es hoy porque cantan
con más fuerza que nunca y vuelan de una rama a otra como si conversaran
animadamente sobre la fiesta y lo mucho que he crecido, y todas esas cosas que
los pájaros se dicen siempre.
Hasta mi perra Maya corretea alrededor y retoza gustosa, va y busca la pelota de colores que
le lanzo hasta parece reírse conmigo como si algo nuevo se avecinara. El árbol
de mango, al que hemos adornado con muchas lucecitas parece decir:-¿Cuándo
llegará por fin el abuelo?
Los pájaros y las nubes se mueven en
el cielo, de un lado a otro, esperándolo también.
Mamá, mi hermano y yo tenemos listos
los regalos para él y los nuestros, para repartirlos esta noche y celebrar al
lado del pesebre y del mango grande de
nuestro patio.
Me visto, desayuno y vuelvo al patio a
jugar, estoy, con mamá y mi hermano,
esperando la llamada de abuelo Hilario desde el aeropuerto o su llegada
a casa, con su risa sonora de siempre.
Tocan a la puerta y Maya y yo
corremos, pero, no es el abuelo.
Es un camión grande del que se baja un
señor y me pregunta por mamá, ella viene y lo recibe, es un paquete que envía
el abuelo desde Maracaibo, no vendrá. Entonces ella firma un papel y él le
entrega un paquetico bien envuelto con cuerdas y cinta pegante, en la que dice
en la letra del abuelo: "Para mi nieta Gabriela", Mamá me abraza con
su olor de jabón y me acompaña dentro
para ayudarme con el paquete, pero yo estoy triste y casi no quiero mirar. Mamá
se sienta a mi lado y lo abre, encuentra una pequeña carta, la leo sorprendida.
“Querida Gabriela:
No puedo acompañarte esta Navidad,
pero imagina que estoy allá contigo, porque me he metido en este sobre de tu
regalo y me tendrás allá, no solo hoy sino siempre, te doy un abrazo grande,
grande ,grandísimo, y otro para cada uno en casa.
Hasta siempre,
Tu abuelito”
En la mesa del comedor, con tijerita
en mano voy cortando los amarres y
desenvuelvo papeles hasta dar con un baulito de madera con flores en relieve,
abro la cerradura y aparece el mundo: una tela dobladita muestra grandes flores
rojas, la abro y es una pequeña manta guajira hecha a mi medida; de borlas de
estambre de muchos colores penden dos sandalias con suela de cuero, aquí saco
unos cuadernos pequeñitos dibujados, son: una colección de cuentos de los que
el abuelo me ha hablado, aquí sale un
frasquito con un corcho de tapa y adentro tiene un diminuto barco de vela, lápices de colores, un trompo de madera, una bolsita tejida,
caramelos de menta, cinta para mis trenzas.
Cierro el baúl y me voy con ese tesoro
a mi cuarto.
En mi cuaderno de dibujo, con los
nuevos lápices de colores, intento dibujar la sonrisa de abuelo, cuando escucho
que mamá toca a la puerta. Le abro y trae otro regalo para mí, dice que ha
decidido adelantarlo y dármelo ahora. Lo abro y es: un álbum de fotografías
pequeñito que dice en la portada:
Para Gabriela en sus nueve años, con
letra bonita de mamá que ha pasado la tarde o la mañana tratando de que quede
la "G" bien dibujada y la "i" la luzca con su punto redondo
y firme y la "a" tenga un rabito elegante y gracioso. Entonces lo abro y aparece el rostro de mi
abuelo, grande con su cabello crespo y
blanco con mi carita de bebé junto a la suya, y paso la página para verme
sentada sobre sus piernas con mis tres años jugando "arepita de
manteca", y pasa la otra página y el abuelo muestra su risa hilarante y
sonora mientras con su mano mece la hamaca en la que estoy hundida a mis seis
años, y después veo al abuelo enseñándome el libro de las adivinanzas sentada
en un banco de la plaza y yo estoy sentada a su lado con mi uniforme de la
escuela tratando de leer lo que dicen aquellas páginas, y por último, en la
página que cierra el álbum, estamos los dos viendo el horizonte marino en la
bahía de Puerto Cabello, él tiene puesta una gorra roja y su camisa es de
cuadros y parece mostrarme con su dedo en el cielo algún ave de paso mientras
yo miro desde mi silla de ruedas, en la que tuve que descansar la última
navidad después de la caída catastrófica
que sufrí en las escaleras del colegio.
Cierro el álbum y pienso en la memoria
de las cosas. Aquí, en estas fotografías he vuelto a sentir cada día cerca de
abuelo. Y me di cuenta de que lo que más quiero de él es su risa, su alegría, y
su manera de darme ánimo hasta en los momentos más tristes.
Ha llegado la noche de la Navidad, mi
hermano, mamá y yo, nos sentamos alrededor de la mesa a cenar las hallacas y la
ensalada, el dulce de lechoza y la torta negra, nos reímos y recordamos otras navidades, mi hermano pone
música y Maya acaba de entrar en una sola carrera y se ha llevado una rueda de
pan de jamón de la mesa servida.
Ahora ha llegado el momento de los
regalos. Mi hermano trae una tortuguita en una fuente, es para mí. Yo tengo una
pulsera con canutillos que hice para mamá, ella tiene para mi hermano una
cámara fotográfica, para la cual pasaremos la noche posando las dos y Maya
.
Todos hemos mirado varias veces la
silla donde suele sentarse el abuelo a la mesa. Mamá propone llamarlo y lo
hacemos, cada uno habla a su turno y le desea el mejor día de Navidad. Le
cuento de lo mucho que me han gustado sus regalos y le deseo que se cure muy
pronto.
Ha llegado la hora de ir a la cama.
Mamá preparó mi piyama y cambió mis sábanas, me dio el beso de las buenas
noches y se fue a descansar.
Entonces, contemplando la luna, saqué
el álbum con las fotos de abuelito de debajo de la almohada y volví a mirarlo y
mirarlo y mientras me iba quedando dormida pensando en el cielo tranquilo de
esta noche de mis nueve años, le comenté al Niño Jesús, lo muy cerca que estaré
siempre del abuelo y su alegría.
Diciembre 2004
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