miércoles, 18 de noviembre de 2015

Sobre gazapos, listos y listillos


Arturo Pérez-Reverte


Alguna vez comenté en esta página la existencia de una clase de lector que a menudo es muy útil, pero que en sus versiones psicopáticas resulta un perfecto tocapelotas. Lo curioso es que suelen ser hombres. En los treinta años que llevo escribiendo novelas, no recuerdo un solo caso en que se tratara de mujeres. Aunque esto no las excluye, naturalmente, y sólo sitúa el asunto en terreno estadístico. Me refiero a quien, después de hacerte el honor de calzarse tu libro, escribe una carta o se pone en contacto contigo para decirte que en tal o cual página hay un error, o una errata. Por lo general eso se agradece mucho, pues el error y la errata son parte consustancial de cualquier fruto de darle a la tecla. Cualquiera que practique este oficio sabe que, por mucho esmero que pongas, raro es el texto donde no quede un descuido, un dato mal consignado, una errata que pasa a todos inadvertida hasta el día aciago en que por primera vez abres el libro recién impreso y ahí está el gazapo, masticando una zanahoria, mirándote a los ojos mientras pregunta «¿Qué hay de nuevo, viejo?».

viernes, 13 de noviembre de 2015

Mi padre lee en voz alta

Juan Mayorga

 Juan Mayorga. Foto: Begoña Rivas
A través de la voz de mi padre nuestras cabezas se llenaban de personajes, de imágenes, de ideas.
Mi padre me enseñó a leer: yo le leía una página de la cartilla a cambio de que él me leyese un cuento. También me enseñó a amar los libros, y lo hizo del mejor modo posible: leyéndolos él.
Mi padre lee en voz alta. Uno de mis recuerdos infantiles más vivos es el de su voz extendiéndose por la casa desde el lugar en que él estuviese leyendo. Mientras mi hermano Alfredo y yo jugábamos a las chapas, la voz de nuestro padre se nos colaba por los oídos transportando el libro que él tuviese entre manos. Mis hermanas Teresa y Cristina comparten ese recuerdo: nuestra casa estaba llena de palabras.
Mi padre cuenta que adquirió la costumbre de leer en voz alta mientras estudiaba Magisterio. Allí entabló amistad con un compañero ciego y empezó a estudiar las lecciones en alto de modo que el amigo aprovechase su lectura. Lo cierto es que, años después, por medio de la voz de mi padre, sus

sábado, 7 de noviembre de 2015

Cómo escribir poesía

Leonard Cohen

Por ejemplo la palabra mariposa. Para usar esta palabra no hace falta aligerar la voz, ni dotarla de pequeñas alas empolvadas, ni inventar un día soleado o un campo de narcisos, ni estar enamorado, ni estar enamorado de las mariposas. La palabra mariposa no es una mariposa de verdad. Está la palabra y está la mariposa. La gente tendrá todo el derecho a reírse de ti si confundes estos dos conceptos. No le des tanta importancia a la palabra. ¿Qué quieres transmitir, que amas a las mariposas con más perfección que nadie o que entiendes realmente su naturaleza? La palabra mariposa no es más que un dato. No te da pie a revolotear, elevarte, proteger las flores, simbolizar la belleza y la fragilidad o interpretar de alguna forma a una mariposa. No representes las palabras. No representes nunca las palabras. No intentes nunca despegar del suelo cuando hables de volar, ni gires la cabeza y cierres los ojos cuando hables de la muerte. No me mires con ojos ardientes cuando hables del amor. Si quieres impresionarme al hablar del amor, métete la mano en el bolsillo o debajo del vestido y acaríciate. Si tu ambición y tu hambre de aplausos te ha llevado a hablar del amor, debes aprender a hacerlo sin desacreditarte a ti mismo ni lo que dices.