Laura Antillano
Sé valiente, lee! Ilustración de Gosia Herba |
Cuando fuimos jóvenes, ya adultos, mi hermano mayor me señaló una verdad irremediable, recordaba la gran admiración y empatía que sentía nuestro padre por los poetas, por los artistas, por quienes tenían el poder y la satisfacción de llevar a cabo una obra en algún lenguaje del arte, me dijo entonces: -Papá se equivocó en creer que por ser talentosos en su arte eran mejores personas.
Reconozco que en ese momento no alcance a comprender lo que quería señalarme, pero hoy día, con los años y la experiencia del contacto humano creo haber llegado al centro de su reflexión. Efectivamente, es una equivocación considerar a ese otro, solo en función de su capacidad de ser sensible frente a la experimentación con el acto de crear y olvidar otras muchas esferas de lo que somos como ser humano.
Conocí a una escritora, cuya obra admiraba, además se dedicaba particularmente a la literatura para niños, ella comentó, y este es solo un ejemplo práctico, que cada vez que se mudaba de ciudad, o a veces dentro de la ciudad a otro lugar distante, una de las cosas que hacía era mandar a “dormir” a sus mascotas (perros o gatos), para
no tener que trasladarlos con ella y la familia, dado que podían adoptar nuevas en la nueva residencia... Le hice algunas preguntas acerca de la empatía, el tiempo de convivencia, los hábitos entre ellos y aún le pregunté por qué no intentaba buscar quien les adoptara en último caso. Ella insistió en que era una pérdida de tiempo y no valía la pena. Les confieso que desde ese momento nunca más leí ni me interesé por la escritura de tal personaje, totalmente desconcertada frente a su proceder tan ¿aséptico?
Lo mismo pienso de otras “deidades” que veo se solazan en público en el poema y las apariencias, creando un discurso elemental a través del maniqueo cumplimiento de las convenciones, y son capaces de actitudes de extrema crueldad en la vida más cotidiana.
Pensamos que la sensibilidad es una condición inherente a todo ser humano, pero son las circunstancias del entorno las que se encargan de transformar, amasar, dirigir la formación a otra parte. La palabra es un don sagrado, su cercanía profunda tiene algo de verdadera majestuosidad, cuando hablamos de la -lengua-madre, nuestro idioma de nacimiento, ya la misma denominación nos pone en comunicación con sentimientos y modos de encuentro muy profundos, la poesía es su forma perfecta, “el lenguaje no nos es suficiente, pero nos es necesario, la palabra sola no puede salvarnos, pero no nos podemos salvar sin la palabra” escribe Ivonne Bordelois, pero es una riqueza entrañable, la poesía es consoladora cuando es verdadera, y eso tendría que ver con el alma, está en la nana que canta la madre al bebé para que se duerma, podemos pensar en la poesía como “el más alto resplandor del lenguaje”, entonces y en consecuencia no podemos creer en quien patea perros y los lanza a la calle para que mueran bajo un automóvil a velocidad, o salen a disparar a los pájaros o elefantes, o sencillamente explotan a otros seres humanos, despojándoles de derechos elementales porque están a su servicio,¿ pueden considerarse “seres sensibles”?.
Un buen poeta tiene que tener alma y cambiar la visión de la globalización por la de la analogía, es decir, aceptar las diferencias, entenderlas como correspondencias, redimir la unidad del mundo, el espacio de los derechos a la vida, aceptar la pluralidad como bandera, aceptar “ejes de diálogo que conecten”, y no hipócritamente idear un discurso de la palabra mecánica y mercantil para ser aceptado con rigidez burocrática, alejándose de la verdad esencial.
De hecho la poesía empieza con la escucha humilde y purificadora, como la oración.
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