Julio Cortázar
Juan Gelman |
Juan Gelman ha querido que su libro se abriera con unas palabras
mías, palabras de compatriota en el sentido más hondo, allí donde
la noción de patria quiere decir tanto más que una pertenencia
geográfica.
Jamás
un amigo me pidió algo tan difícil, jamás el afecto y la confianza
de alguien muy querido me puso contra la pared como en este momento.
Era preciso que Juan fuera Juan y que yo fuera Julio; era preciso que
este libro viniera a golpearme en plena cara con su amarga y a la vez
límpida fuerza; era preciso que su razón de ser contuviera todo eso
que desde hace años vuelve cada noche en mis pesadillas y que en la
vida diaria trato de denunciar y de atacar con mis pobres recursos de
escritor. Quisiera decirlo ya, no estoy presentando a este libro de
Juan, lo estoy simplemente acompañando yéndole al lado como quiero
seguir al lado de Juan en lo que nos queda de voz y de vida, para un
día volver con Juan y con tantos otros compañeros a lo
verdaderamente nuestro.
Tal
vez lo mejor que puedo decirle al lector es que entre en estos poemas
como se entra en un sendero, siguiéndolo en sus curvas y sus
ascensos, deteniéndose allí donde el camino parece detenerse en las
encrucijadas y reanudando la marcha como la reanuda cada poema desde
el anterior. Un solo y único poema nace de todos ellos, el último
ilumina el primero como el primero contiene el último, y cada uno es
un paso en la continuidad de la ruta. Dejarse llevar por ella es ir
ganando a cada página esa visión total que de pronto cristaliza
transparentemente las etapas previas y la meta final. Pero de nada
valdrá seguir la senda si no empezamos por quitarnos las telarañas
de la costumbre, las obstinadas categorías de la convención. Aquí
se ha hecho palabra la realidad más concreta de estos últimos años
argentinos, y sin embargo esa realidad escapará a quienes apliquen a
la lectura los códigos de la escritura política o los de la usual
poesía combatiente, e incluso a quienes aceptan masivamente los
criterios de la escritura corriente. Sólo leyendo abierto, dejando
que el sentido entre por otras puertas que las de la armazón
sintáctica o las manoseadas imágenes, metáforas o figuras más o
menos arduas pero ya asimiladas a la tradición poética, sólo así
se accederá a la realidad del poema, que es exacta y literalmente la
realidad del horror, la muerte y también la esperanza en la
Argentina de nuestros días. A todos nos sucederá lo mismo, la
sorpresa ante las continuas transgresiones que se suceden a lo largo
del camino, pero sólo quienes la asuman y de alguna manera las
continúen merecerán un libro que quisiera contenerlos, contenernos
a todos.
Ya
sé que no es fácil. Quizás nos hemos habituado demasiado a que la
poesía combatiente diga sin rodeos todo lo que tiene que decir, y
que aunque lo diga bellamente, su ritmo sea el tradicional y sus
palabras organicen dramática y líricamente la transmisión de un
mensaje muchas veces superficial. Quizás estamos hoy confundiendo
facilidad con eficacia, y no faltan quienes conviertan esto en una
condición imperativa de la poesía de combate. Sí, no es fácil
entrar desde la primera línea en un discurso que va de tal manera
contra la corriente que incluso pisotea sin lástima las reglas más
ahincadas de nuestra seguridad mental, de nuestras grillas
prosódicas, de nuestra aceptación pasiva de las funciones
gramaticales. Cuando Juan convierte el sustantivo dictadura en un
verbo, la primera reacción en la lectura rápida es de sorpresa y
casi de escándalo, se mira el verso como si estuviera afeado por una
errata de imprenta, y de pronto se da el salto (cuando se lo da, que
es lo que espero) y se descubre la riqueza de esa metáfora tan
profundamente ligada con nuestra realidad en la que todo está
dictaturado, en la que la noción de durar se vuelve
insoportablemente manifiesta, en la que seguirán dictadurándonos
mientras no aprendamos y apliquemos el infinito contralenguaje de la
palabra y de la revolución. Y esto no es más que una instancia en
la continua negación de lo aceptado y lo aceptable que da a la
poesía de Juan Gelman su máxima capacidad de transmisión. Ahí
donde lo masculino se vuelve femenino y viceversa para pisotear los
cánones del pensamiento estereotipado, ahí donde sin vacilar se
vuelven activas y operantes tantas palabras que manejamos
pasivamente, el poema cesa de ser comunicación para volverse
contacto, Juan y su lector cesan de estar solos y recorrer
separadamente ese camino que busca llevarnos hacia nosotros mismos.
Juan Gelman, 2012 ®Borzelli Photography |
Hombre
al que le han segado la familia, que ha visto morir o desaparecer los
amigos más queridos, nadie ha podido matar en él la voluntad de
subtender esa suma de horror como un contragolpe afirmativo, creador
de nueva vida. Acaso lo más admirable en su poesía es su casi
impensable ternura allí donde más se justificaría el paroxismo del
rechazo y la denuncia, su invocación de tantas sombras desde una voz
que sosiega y arrulla, una permanente caricia de palabras sobre
tumbas ignotas. Cada diminutivo, cada nombre dicho como quien acuna o
tranquiliza, hinca todavía más hondo la irrestañable denuncia de
esas innúmeras muertes que tantos de nosotros llevamos como el
albatros a todo cuello y sin saber volverlas del lado de la luz.
También yo quise a Paco, a Rodolfo, a Haroldo, a tantos más, y sólo
supe llorarlos; con Juan, por Juan, me acerco ahora a ellos de otro
modo, el que ellos hubieran preferido.
Por
eso tampoco debería desconcertar que aquí se sucedan
interminablemente las interrogaciones frente al gran silencio en que
se han sumido esas voces queridas. Juan pregunta, una pregunta sigue
a la otra, hay poemas que son solamente preguntas. Siento que ahí,
por encima del amor y la rebeldía que no se resignan al silencio,
hay también una razón de ser que nos abarca a todos los que hoy
empezamos también a interrogarnos sobre el destino que nos ha
cercado, diezmado y dispersado en estos años. Cuando Juan pregunta
se diría que nos está incitando a volvernos más lúcidamente hacia
el pasado para después ser más lúcidos frente al futuro. No hemos
sabido hacer las preguntas a tiempo, ésas que desnudan, que violan,
que rasgan de arriba abajo las telas del conformismo y de la buena
conciencia. No hemos sabido mirarnos en el espejo de nuestra
verdadera realidad argentina; y si algo nos traen hoy los poemas de
Juan Gelman es una actitud, una manera a la vez reflexiva instintiva
de buscar lo que de veras somos sin las simplificaciones a veces
suicidas que nos han arrojado tan lejos de lo nuestro.
Esta
actitud no necesita de gritos, de proclamas ni de denuestos; la
fuerza más extrema de la palabra de Juan nace de haber dejado atrás
la superficie del dolor y de la cólera para ahondar en sus raíces,
en esa zona vital y mental desde donde la reflexión y la acción
pueden recomenzar con una eficacia que tantas veces les faltó en
medio del ruido y del furor. Volver positividad a la abominable suma
del oprobio y de la desgracia: sí, todavía hay alquimias posibles
cuando se posee el lugar y la formula como lo poseen hoy los poemas
de Juan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario