Rodolfo Castro
El texto escrito yace inerte e
inexpresivo ante nuestros ojos. No hay nada vivo allí, sólo rasgos apagados, un
intento por existir, un libro, las paredes de arcilla de una olla vacía. El
texto escrito es un recipiente. Eso que no es el libro es la lectura. Leer es
caer al vacío, ingresar en ese espacio por propia voluntad y en ese acto
otorgarle al libro su esencia, su razón de existir: ser leído, ser un sitio
habitable.
Si la lectura en cualquiera de
sus formas es un ente intangible, la lectura en voz alta demanda un acto de
creación: una ilusión sonora que pueda ser vista.
No se lee en voz alta para ser
escuchado, leemos en voz alta para que los que escuchan vean el sonido, se
arropen en él, lo habiten.
Si durante el transcurso de
una lectura en voz alta notamos que alguien está mirando hacia otro lado
pensamos que esa persona está distraída, y seguramente es así. Y es que cuando
hablamos no nos dirigimos a los oídos de la gente sino a sus ojos. Aunque
nuestro auditorio se halle en completa oscuridad o esté al otro lado del
receptor de radio, el sonido que nuestro cuerpo emite tiene que estar
encaminado a producir imágenes sonoras. Aquí quiero aclarar que cuando me
refiero a la lectura hablo en especial de la lectura de textos literarios,
aunque no descarto los otros.
La lectura en voz alta es un
acontecimiento que sobrepasa el simple desciframiento de signos y su expresión
sonora. El desafío del lector en voz alta es el de transformar esos signos
inertes en volúmenes tangibles que respiren, se muevan con libertad y desafío,
y toquen al que escucha, lo conmuevan de tal manera que su sensación sea como
la de estar viendo el sonido, viendo el cuento escuchado.
La lectura en voz alta no se
puede limitar a otorgar cualquier sonido a las palabras. Hay que darles el
sonido que les corresponde, el sonido con el que esas palabras quieren ser
dichas. Pensar en el sonido como en un ser vivo que se gesta en el interior del
ser humano, nace, crece, se desarrolla y muere. Habitualmente esto no se toma
en cuenta, y escuchamos lectores en voz alta que leen un cuento con los mismos
sonidos que utilizan para leer un informe, una crónica, un discurso o una
planilla de nombres.
Quizá no esté de más señalar
que esos lectores en voz alta suelen perder la atención de su público, y si ese
público está compuesto por niños, esa pérdida de atención se interpreta como
indisciplina o falta de respeto, y por consiguiente el lector incurre en actos
represivos, creyendo que así logrará obtener la atención que la lectura
requiere, sin entender que ciertas cosas no se pueden imponer. Uno puede
imponer artificialmente la quietud y el silencio, pero en el fuero íntimo de
quien es sometido a esa lectura defectuosa, la atención continuará en libertad
y estará puesta en otro sitio más interesante.
El texto escrito comparte con
la oralidad un espacio común de lenguaje, pero cada forma de expresión posee
reglas independientes que en algunos casos son incompatibles.
El escritor propone, pero el
lector en voz alta tiene todo el derecho de disponer del texto
según su
experiencia se lo demande. En lo personal, creo que esta aproximación al texto
debe ser casi ritual, así como los antiguos leñadores pedían permiso al árbol
para ser derribado, o los pescadores que solo pescan lo necesario y regresan al
mar los peces sobrantes, sabiendo que así se aseguran que siempre habrá pesca.
De la misma forma, cualquier modificación que se practique en el texto debe ser
respetuosa y evitar dañar los órganos vitales del cuento, ya que una adaptación
grosera y poco reflexiva puede darle muerte. Sin embargo, creo que es
preferible asumir este riesgo, ya que de otro modo, el peligro lo corre el
lector, que se enfrenta a textos bellos, pero que no han sido escritos para ser
leídos en voz alta. Muchos textos demandan una traducción hacia el sonido, si
esta no se realiza se dañará la expresión y la lectura en voz alta se tornará
plana e incomprensible para el que escucha, y muchas veces también para el que
habla. Las personas son más complejas y maravillosas que los libros. Los libros
adquieren una categoría de trascendencia solo cuando pasan a través de un
lector. Solo cuando son habitados por uno o múltiples lectores.
Para que este atravesamiento
pueda ocurrir con mayor frecuencia, el lector en voz alta tiene que asumir su
condición de hueco. Permitir que su cuerpo se inunde con los sonidos que intuye
en el texto y que luego brotarán en forma de imágenes sonoras.
Pero para no quedarme en el
enunciado retórico trataré de compartir en estas páginas algunas prácticas que
en mi oficio como lector en voz alta y cuentacuentos me han ayudado a sacudir
el texto escrito para hacerlo producir sonidos.
La lectura en voz alta de
primera intención, en la mayoría de los casos, está destinada al fracaso. La
lectura en voz alta demanda una lectura previa. Hay que leer antes de leer en
voz alta. Sin embargo, en las escuelas es común que el maestro señale una
página del libro de lectura y pida a sus alumnos que lean en voz alta,
exigiendo que lo hagan correctamente, con buena pronunciación, respetando los
signos de puntuación, de manera expresiva, y todo esto sin antes haberles
permitido hacer una lectura exploratoria que les deje conocer lo que van a leer
para otros y adaptarse a las necesidades del texto.
De esa manera, aunque el
maestro piense que está promoviendo la lectura entre sus alumnos, lo que
realmente hace es empujar al niño a la frustración y al rechazo hacia la
lectura, porque lo está poniendo en un lugar de indefensión ante sí mismo, ante
el texto y ante sus compañeros. Leer antes de leer en voz alta para otros es
una condición de justicia y respeto con el texto, con el lector y con quienes
lo escuchan.
Una vez hecha esta primera
lectura, habrá que avocarse a la sonorización adecuada del texto, buscando en
las palabras el sonido particular que el marco contextual les otorga.
Supongamos que el personaje
del cuento dice: “Mañana debo partir”. Dado que estas palabras están fuera de
su contexto, no podemos saber cuál es el sonido que les corresponde, no sabemos
si deben ser dichas con angustia o con alivio, con indiferencia o con tono
imperativo, con resignación o entusiasmo. La pregunta que ha de hacerse el
lector en voz alta para descubrir el sonido de una frase es: ¿Cómo se siente el
personaje? Y esto sólo puede responderse si se sabe cuál es la situación en la
que este se haya inmerso.
Imaginemos que quien dice esta
frase se está despidiendo para siempre de un ser querido, en ese caso, el
sonido de esas palabras será triste y fatal. Si en cambio el personaje es un
joven ávido de aventuras que se encuentra a punto de iniciar un viaje
largamente planeado, quizá el sonido de la frase sea imperativo, o agitado. En
un tercer supuesto, si ese mismo personaje es retenido contra su voluntad
impidiéndosele partir, esa frase tendrá un tono angustioso, suplicante o hasta
amenazador. Así como las cifras cambian su valor según su ubicación dentro del
número, las palabras sufren notables transformaciones según el contexto en el
que son dichas.
La misma frase, las mismas palabras
acomodadas de manera igual, pero en contextos diferentes, significan distinto,
y tienen distinto sonido de enunciación.
Si el lector se ocupa en
descubrir cómo se siente el personaje en cada momento específico del cuento,
estará a las puertas de la comprensión o seguramente ya haya cruzado ese
umbral. No alcanza con saber el nombre de los personajes, decir dónde se
desarrolla la acción y hacer referencia a la anécdota narrada. Esta es una
aproximación superficial al texto, útil, pero insuficiente para hablar de
comprensión. Pero si el lector puede deducir cómo se siente el personaje y cuál
es la situación que lo lleva a ese estado de ánimo, será porque se ha
involucrado con la historia y ha comprendido.
Alcanzado este punto, el
lector en voz alta además tendrá que ponerle a las palabras el sonido de esos
sentimientos. Si lo logra aunque sea tímidamente, estará creando una atmósfera
sonora tangible y habitable, una experiencia de lectura que abonará el camino
para que el que escucha también se involucre y se sienta atravesado.
Leer en voz alta es hacer que
nuestro interior resuene. Es poner en juego los propios sentimientos y ponerse
en sintonía emotiva con el texto y con los demás participantes de la lectura.
Insomnio lector. Ilustración de Natalya Gaida |
Siempre me ha resultado
curioso escuchar, durante el transcurso de algunos de mis talleres de lectura
en voz alta, cuando un participante lee de un libro que el lobo se come a la
abuela de Caperucita, y al decirlo no externa ninguna emoción, en esos momentos
suelo preguntar si no le causaría ningún espanto ver a una fiera salvaje
comerse a uno de sus familiares. Ante la obviedad de la respuesta, pido que
continúe la lectura con la voluntad de creer. La lectura es un acto de
voluntad, hay que abandonarse a la ficción y estar dispuesto a creer en lo desconocido,
en lo imposible y en lo que es posible pero sabemos que no está ocurriendo
porque es solo un cuento.
La lectura requiere de nuestra
complicidad, para que aceptemos que lo que se está leyendo sí está ocurriendo.
Los libros no nos dan nada, es el lector el que da y toma lo que necesita. Si
realmente tomamos y creemos, entonces no podremos más que angustiarnos al leer
sobre un acto tan abominable como al que se enfrentará una pequeña niña, sola y
desprotegida, que está por entrar en una casa en la que la espera un animal
feroz que ya se comió a su abuela, y se dispone a devorarla a ella.
De sólo pensarlo se me pone la
piel de gallina y el cuento de Caperucita Roja se presenta ante mí como un
cuento del más profundo y elaborado terror. Esta voluntad de creer, y esa
disposición para tomar, para apropiarse del texto, son indispensables para que
la lectura tenga oportunidad de estar viva. Y es quizá la única posibilidad que
tiene el lector de entender cabalmente lo que allí ocurre.
Finalmente – y digo finalmente
porque el espacio de esta nota así me lo exige, pero no porque el tema se agote
aquí –, si uno en verdad quiere que su lectura en voz alta adquiera cuerpo y
calidad narrativa y que se vuelva interesante para sí mismo y para quienes lo
escuchan, además de tomar en cuenta los elementos antes mencionados, tendrá que
ensayar, sí... ensayar. Con esto quiero poner en evidencia que la práctica de
la lectura en voz alta raras veces logra sus objetivos si se toma a la ligera,
sin cuidado y sin respeto. Es una actividad que desde los primeros tiempos de
la invención de la escritura se ha tomado como forma privilegiada de
transmisión de la palabra escrita, y que atendida y cuidada puede otorgar
momentos extraordinarios de emoción y enriquecimiento colectivo.
Por otra parte, y según mi
experiencia personal, la lectura en voz alta es el paso obligado hacia la
narración oral. El oficio de narrador oral no llegó para mí como un legado de
mis ancestros, ni como el resultado de una tradición oral familiar o comunitaria.
Aunque a veces cuente cuentos que tienen su origen en las tradiciones orales,
esos cuentos también los obtengo de los libros. El narrador oral urbano está
amarrado a los libros como un barco a un muelle, allí se abastece para salir a
navegar. A los libros llegamos para abaste- cernos, pero como los barcos,
regresamos a ellos también para reparar nuestras heridas, para descansar y para
compartir la carga que traemos. En otras palabras, el lector toma del libro lo
que necesita, se lo lleva consigo y así le da al libro y a él mismo la
posibilidad de enriquecerse juntos.
Rodolfo
Castro. Argentino
residente en México. Escritor y narrador oral. Autor de dos libros sobre
lectura, La intuición de leer, la intención de narrar y Las otras lecturas,
ambos publicados por Paidós, y de una obra de teatro para niños, en
colaboración con Mariana Lecuona, El fin del sueño (Fernández editores, 2003).
Es maestro de lectura en voz alta y narración oral en la Universidad Pedagógica
Nacional y narrador oral para los programas de promoción de la literatura del
Instituto Nacional de Bellas Artes y del Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes. Colabora con editoriales, centros culturales, ferias, festivales,
escuelas e instituciones públicas y privadas, brindando funciones de narración
oral, talleres y capacitación para maestros y público en general. Actualmente
recibe el apoyo del Instituto de Cultura de la ciudad de México para promover
su trabajo y sus propuestas en las zonas marginales y de bajos recursos de la
ciudad.
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