José Gregorio González
Márquez
John Atkinson Grimshaw,Inglaterra, 1836-1893. |
Es
indudable que la poesía como escritura invente un espacio donde
las metáforas no estén sujetas al devenir del tiempo. La poesía se
reinventa en cada palabra que su hacedor escribe, no sólo en la
cotidianidad precisa sino también en la fugacidad del momento. La
Antología poética Honduras
de paso del
colombiano Felipe García Quintero nos adentra en la significación
de la palabra, nos inserta en el mundo del lenguaje y su eje de ente
comunicante. Su poesía cargada de paradojas funciona como un espejo
donde el doble sentido de la vida nos encierra en el vacío dejado
por la celeridad con que se destruyen las sociedades actuales. García
Quintero, vislumbra en sus textos la ceguera absoluta que acompaña
al desespero, visión permanente de la insidia con que el hombre
manipula la palabra. El
ciego sabe del cielo/ por sus manos/las calles que me pierde/ de su
memoria/son tardes/de palabras compartidas/pasos ciertos como de
aves/quiero sus manos/el color vencido/que su voz nombra.
La
poesía de Felipe García Quintero camina por vertientes difíciles
de predecir; lo que aparenta ser una antipoética, una negación de
la escritura se traduce en sus versos en un proceso de creación que
deja de lado la constante simbolización del grafema para resurgir
como art poética. En el poema Agua
Rota nos
dice: evito
las palabras.
A
cada palabra evito las palabras./ Con cada paso./ Cuando escribo no
quiero usarlas, no quiero tocarlas cuando hablo./ Escribo para dejas
de escribir.
Pareciera que el texto anterior nos acerca a la incertidumbre vivida
durante el proceso de creación; no es negarse a continuar trabajando
la escritura sino sentirse absorbido por el tiempo circundante de la
memoria.
En
Polvo
del nombrar, el
poeta asume la paradoja de la existencialidad. La nada y el todo,
dejan de ser abstracciones filosóficas para convertirse en
intimidades constantes. La ontología figura como el acercamiento
interior entre el autor y su escritura. LA
NADA TOCA MI MANO con su voz/ Expulsa el aire del paisaje cuando
levanto la mirada del polvo para pregunta: ¿Quién vive?, ¿soy yo
alrededor sin mí?/ Escucho así las nubes dispersas mis pensamientos
sobre la piedra/
En
Del
aire al fin, García
Quintero rememora fragmentos de su infancia. La señal desierta queda
atrás aunque prevalece en el fondo de la memoria. Los días
vencidos aparecen fugazmente para acercar un relámpago al texto
ensimismado. En la escuela se pregunta el poeta ¿aprenderemos a
hablar? Es indudable que la voz de la infancia ya deriva hacia los
caminos de la escritura.
Aun
cuando el amor no es un referente marcado en esta antología, aparece
señalado en algunos poemas. El poeta nos dice: Así
el amor nos quite los dientes, y temblando en el polvo la furia nada
sea para el mundo su escritura./ Triste delirio donde ya no estamos./
de todo cuanto dijimos, sólo queremos ser lo que se aleja roto entre
las manos por el aire./ Y si por amor perdimos los dientes,
pudiéramos en el grito amar el silencio, si ahora la risa queda/
El texto menciona el amor fundiéndolo con un aire de sátira, donde
el humor negro prevalece sobre lo puritano del sentimiento.
Es
obvio que cuando leemos a Felipe García Quintero, corremos el riesgo
de interiorizar los sentimientos de soledad e incertidumbre pues su
poesía está cargada de ellas. La vida como paradoja remite a la
nostalgia pero también a la muerte. La muerte no como el último
eslabón de la existencia sino al parecer como discontinuidad de lo
que tanto amamos: la poesía.
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