miércoles, 5 de noviembre de 2014

Los más pequeños y el mundo poético


Morita Carrillo

  Qué lee la luna?. Ilustración de Marta Farina
Si recordamos que el mundo infantil gira dentro de la órbita de la belleza, será fácil reconocer que la poesía es su elemento natural. Ya entre las brevísimas frases de la primera infancia coloreadas de onomatopeyas, palpitan sus primeras convergencias.
Si se siguen de cerca y paso a paso las experiencias balbucientes de los pequeños, podrá sentirse en ellas algo como el desarrollo musical de la sensibilidad. Por eso alguien dijo que la primera edad tiene “un aire de infinita sabiduría”. De esta actitud primigenia, de este poder informe, análogo a un cosmos sumergido, perdurarán raicillas que se vincularán luego a las saludables consecuencias de los recursos estéticos que se pongan al alcance del niño.
Con sobrada razón dice Dora P. de Etchebarne insistiendo en que no es ninguna novedad que “la literatura forma parte de la vida del niño desde temprana edad y constituye uno de los elementos más preciados de su alma”. Sin omitir las diferencias individuales ni las numerosas circunstancias no previsibles siempre, la ley del crecimiento,
ineludible, pone al niño a caminar sobre el momento más nuevo de la senda en la vida escolar. Y allá va el pequeño. El tamaño creciente de las letras que dibuja en sus primeros cuadernos, es fiel a los rasgos sin contornos de las primeras imágenes que se dibujan en su mente y dentro de su “concepto plástico y musical del mundo”, como tan hermosamente dice Juan Manuel González. Para entonces, cuando los pequeños tienen una confusión apreciables de las etapas del tiempo en relación con los acontecimientos; cuando alguno de ellos anda diciendo por allí ---como nos lo recuerda Arnold Gesell---, “no dormiré la siesta ayer”. O cuando una niña de cinco años, a quien preguntamos: ¿Cómo es tu maestra de kínder?, nos responde con memoria poética, cerrando los ojos y como quien tiende un primer esfuerzo de lenguaje expresivo: “Todavía no la conozco, pero no puedo...recordar su cara”. (Posteriormente la madre nos confirma, que la niña nunca ha ido a la escuela). Conste que el personaje de la presente anécdota es una muchachita de carne y hueso; se llama Carmen Luisa y como todos los niños que viven una tierna infancia, tiene más mundo interior inventado, que sutiles experiencias.
Pero volvamos al hilo abandonado. En esta edad del oír palpitar las cosas bajo el encanto de las palabras que aún no se conocen o que todavía no saben pronunciarse, los pequeños se dejarán envolver blandamente en la musicalización de boberías poéticas como éstas:
Cuatro años
tiene
el bebé,
que duerme en mi
corazón.

Bran brin y una
canción,
para el bebé de mamá.
(“El bebé de mi mamá”).
Este poemín sólo pide para su aprendizaje la luz vital de una intuición que llegó despierta, o sea, instinto juguetón y brotes primerizos de emotividad... O este otro:
Yo tengo un carro
color de barro.

Yo tengo un carro
color marrón...

Cuando yo logre
ponerle alitas,
mi cacharrita,
será un avión. (“Mi carrito”)
Tiene este poemita nexos bastante cálidos con las vivencias afectivas de los pequeños y una ligazón muy viva con sus sencillos intereses cotidianos. Por alguna razón, en los labios se les vuelve juego onomatopoyético el alargamiento de las erres y se les oye decir: “Yo tengo un carrrr...o color de barrr...o”, etc.
Igualmente conveniente, por simples razones de claridad y sencillez, nos parece el breve poema “La casita Iluminada”. Veamos:
Mi casita
sin pagarla,
tiene luz
alrededor.

De noche alumbran
cocuyos
y de día
alumbra el sol.
  Sueños lectores. Anna Forlati
Nos preguntamos ¿no es con poesías tan simples como éstas como pueden los pequeños satisfacer esa exigencia íntima, esa necesidad humana en miniatura de correlacionar el mundo? Así puede asegurarse porque bien sabemos todos que los niños al repetir, tratando de memorizar, crean espontánea y naturalmente y es esa creación lo que alguna vez hemos llamado “equivocaciones”. En relación al poema estudiado, podrían modificarse su revestimiento y hasta su esencia, diciendo por ejemplo: “de noche bailan cocuyos” o “de noche bailan estrellas”. O simplemente: “mi casita que era oscura”, porque la poesía proporciona a los niños los elementos en movimiento capaces de mezclarse a los giros de sus mentes en formación, las cuales van tanteando, por así decirlo, aún muy dentro de la parte germinal.
El siguiente micro-poema, hermano gemelo del anterior, fue probado con igual intención, frente a un grupo de niños entre los cuatro y los seis años. Dice así:





Mi casita
está rodeada
de música natural:
de noche cantan
sapitos
                                      y de día canta
el turpial. (“Casita musical”)

Ahora resultó de nuevo que el jugueteo de las palabras fue una y otra vez prurito creador, asomo de temblor estético, porque los niños cuando creían sólo jugar, estaban creando. Algunos reían de sus propias ocurrencias, porque la casita estaba “rodeada de viento loco”, de “viento que picotea” (en las puertas, en las paredes, en las ventanas, en las flores del jardín) y la translación supo ir más lejos, porque con sus largos picos, el viento y la lluvia podían picotear de noche cuando dejan de cantar los grillos; o de día cuando cantan los pájaros. “Bien lejos cantan” ----dijeron algunos---- porque cerca de sus vivencias ---lamentablemente--- no había árboles. Total, que el clima creado les hizo hablar de sus siestas en la escuela (a los más chiquitos); del despertar por el canto de los pájaros, que llegaba desde las arboledas vecinas o debido a las lluvias sorpresivas; o bien porque la brisa “soplaba duro” a través de las rendijas de las puertas.
Así la poesía brindó un riquísimo repertorio de ideas, de palabras nuevas, dentro de un juego alegremente bello. No olvidemos, por lo tanto, que si el niño logra vivir un contacto directo con la poesía, de ella podrá extraer sin lugar a dudas, edificación lírica y entretenimiento, belleza y enseñanza. Pero tengamos muy presente, que para aprovechar hasta el máximo la poderosa fuerza educativa de la poesía, su rica virtud docente, es básica una selección muy adecuada. Recordemos por otra parte, que si el niño está creando constantemente su mundo, es nuestro deber ---- en la medida de nuestras posibilidades----, enriquecer la materia con la cual ha de crearlo.

1972

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