miércoles, 29 de enero de 2014

Realismo y cuento de hadas




Raymond Chandler

El cuento de hadas es el sueño que todos tienen de la perfección, y por consiguiente cambia, a la manera de los sueños, según el humor del soñador. Para uno es un escenario de naturaleza virginal y estival no mancillada ni siquiera por los trabajos necesarios de la supervivencia. Para otro es un sitio donde existen códigos, convenciones o leyes morales, y donde la gente ama u odia a simple vista, y todos tienen sus virtudes y vicios escritos claramente en el rostro. Para otro es una campiña sembrada de hermosos castillos en los que viven dulces damas vestidas de seda, hilando y cantando mientras hilan, y nobles caballeros que libran corteses combates entre sí en claros del bosque; o una región de magia inquietante, música fantasmal, elfos y aguas encantados. Para otro más puede ser una anarquía de la belleza con un toque de terror, administrada por espíritus que deben ser propiciados en la chimenea por la noche. No hay dos mentes que vean igual el país de los cuentos de hadas o le pidan los mismos dones; además, se modifica de un día a otro, como cambian los vientos que soplan alrededor de una casa, y con tan pocas razones visibles como tienen los vientos. No obstante, da por contraste un reflejo tan exacto de la vida que el espíritu de una época se retrata de modo más esencial en los cuentos de hadas que en la más documentada crónica de un articulista contemporáneo.
Las visiones de lo que se llama idealismo son sólo reflejos del país de las hadas y sus experiencias; comparten con las escenas del dominio maravilloso el mérito de decir la verdad sobre quienes las ven, y de decirla con más claridad porque la dicen inconscientemente. Pero en el último medio siglo, más o menos, han surgido ciertas personas de caras largas, serias, graves y al parecer muy valientes, que nos informan tristemente que debemos mirar de frente los hechos si queremos ver la verdad, que no debemos engañarnos con sueños rosados de castillos en las nubes. Para mostrarnos cómo proceder rastrillan la basura de la humanidad en sus callejones y barriadas en busca de fragmentos de la vajilla moral rota, y huelen los vicios de los desdichados, y los adornan con la peor interpretación posible del sistema social, y , por el simple proceso de multiplicación, deducen de ellos los que consideran más típico del ser humano. Decididos a no ocultar nada, y a mostrar con imparcialidad todos los aspectos de la vida, olvidan que las cosas que más les llaman la atención en su registro imparcial y aparecen más destacadas en sus obras son meros desechos de los sentidos; del mismo modo, un hombre con un fino sentido del olfato consideraría que el rasgo más notable de la vida en una cabaña son los olores desagradables. Declarando audazmente que harán a un lado todo optimismo ficticio, eligen automáticamente el aspecto oscuro de las cosas para no correr riesgos; como resultado, lo desagradable se asocia en sus mentes con la verdad, y si quieren producir un retrato sin defectos de un hombre, todo lo que tienen que hacer es pintar sus
debilidades y después, aunque no sea más que para propiciar el instinto de bondad remanente por descuido en sus corazones, explicar que sus defectos son la consecuencia inevitable de un plan de vida equivocado. Sólo falta así instalar el hombre así retratado en un 'milieu', cuya sordidez y fealdad es "reproducida" con una elaboración monótona y chata antes desconocida en el arte, y se obtiene una obra maestra del realismo. No puede sorprender que cuando ese material es puesto en manos de hombres y mujeres cansados por exceso de trabajo y con los nervios inestables, para que lo estudien en sus horas de ocio, haga que un cierto sabor de desaliento y pesimismo se vuelva característico de la época, con el resultado social de que si algún problema vital es difícil clama por su solución, los mejor preparados para resolverlo han perdido toda esperanza y alegría juveniles y no tienen más energía para la tarea. Pasan de largo con un suspiro, dejando la misión a burócratas y políticos.
Sin duda que es una vieja calumnia decir que el realismo es un recolector de los desechos de la vida, y puede ser justo que todo punto de vista perteneciente a una clase amplia de gente debería tener representación en el arte. Pero nunca se ha probado a satisfacción de los visionarios más razonables y fáciles de convencer que el realista sea un punto de vista definido. Porque en verdad es sólo el humor de las horas aburridas y deprimidas del Señor Todo el Mundo. Todos somos realistas por momentos, así como todos somos sensualistas por momentos, todos mentirosos por momentos, y todos cobardes por momentos. Y si se afirmara que por esta razón, porque es humano, el realismo es esencial al arte, la respuesta obvia es que esta exigencia autoriza como máximo a un nicho en el templo, no como ahora a un dominio sobre todo el ritual, y que la verdad en el arte, como en otras cosas, no debería buscarse mediante ese proceso de agotamiento alentado tan fatalmente a nuestro tiempo por los pedantes de la ciencia, y por la falacia de que se lo descubrirá considerando todas las posibilidades: un método que reniega de la intuición y de todos los mejores instintos del alma para recibir a cambio un puñado de teorías que, comparadas con las formas infinitas de la verdad inmortal conocida por los dioses, son como un puñado de guijarros respecto de mil kilómetros de playa cubierta de guijarros.
No obstante, por fallida que sea su filosofía, el credo realista que domina nuestra literatura no se debe tanto a las malas teorías como al mal arte. Para ser un idealista, uno debe tener una visión y un ideal; para ser un realista, sólo un ojo mecánico y laborioso. De todas las formas del arte, el realismo es la más fácil de practicar, porque de todas las formas mentales la mente chata es la más común. La persona menos imaginativa y menos educada del mundo puede describir chatamente una escena chata, como el peor constructor puede construir una casa fea. Para los que dicen que hay artistas, llamados realistas, que producen una obra que no es fea ni chata ni dolorosa, cualquiera que haya recorrido una calle común de la ciudad al crepúsculo, en el momento en que se encienden los faroles, puede responder que esos artistas no son realistas, sino los más valientes de los idealistas, porque exaltan lo sórdido a una visión mágica, y crean belleza pura del cemento y el polvo vil.


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