Gustavo
Martín Garzo
Conviene empezar cuanto antes, a ser posible en la
habitación misma de la clínica de maternidad, ya que es aconsejable que el
futuro lector esté desde que nace rodeado de palabras. No importa que, en esos
primeros momentos, no las pueda entender, con tal de que formen parte de ese
mundo de onomatopeyas, exclamaciones y susurros que le une a su madre y que
tiene que ver con la dicha. Poco a poco irá descubriendo que las palabras, como
el canto de los pájaros o las llamadas del celo de los animales, no son sólo
manifestación de existencia sino que nos permiten relacionarnos con lo ausente.
Así, muy pronto, si su madre no está a su lado echará mano de ellas para
recuperarla en su pensamiento, o si vive en un pueblo rodeado de montañas les
pedirá que le digan cómo es el mundo que le aguarda más allá de esas montañas y
del que no sabe nada.