Gustavo Pereira
I
Porfiada intuición ratificada con los años: al menos ni la televisión ni Internet podrán acabar con el dulce y fecundo placer de leer.
Leer un libro, hojearlo, comenzando por donde se desee, repasarlo, consultarlo, escudriñarlo, marcarlo o dejarlo en el anaquel no es lo mismo que tenerlo ante una pantalla, por más nítida que sea la resolución en píxeles de ésta.