José Gregorio González Márquez
Los libros ocultan numerosos tesoros. Muchos permanecen olvidados en bibliotecas, cajas, áticos y cuartos esperando ser rescatado por algún lector aventurero. Pasan años durmiendo el sueño de los justos. Algunos terminan convertidos en pulpa de papel y vuelven a sus orígenes. Otros tienen la suerte de ser vendidos a libreros que los terminan rematando para alegría de bibliófilos, coleccionistas o lectores comunes.
Cuando
compramos un libro usado o lo recibimos de regalo, afrontamos la posibilidad de
encontrar algún tesoro que por décadas o siglos ha permanecido inmutable entre
sus páginas. Lectores precavidos, olvidadizos o intencionados dejan intercalados
manuscritos, postales, marcalibros, billetes, flores que terminan disecadas,
monedas, tarjetas, estampillas, cartas y hasta rizos.
El
libro que guarda incalculables tesoros en su escritura, también nos trae
pequeñas riquezas de tiempos inmemoriales. Los libros antiguos son baúles donde
las sorpresas esperan. Conseguir por ejemplo un manuscrito con siglos de
antigüedad nos permitiría hacer un micro estudio histórico pues el documento
nos remitirá a un año, a una época, a una sociedad con costumbres totalmente
diferentes a la nuestra.
Puede
uno imaginarse a cualquier persona guardando un billete en un libro para
esconderlo de la mirada codiciosa de los demás. Una especie de caja fuerte que
se mantiene al paso tiempo. Tanto ocultarlo para perderlo en la memoria.
Resulta genial conseguirlo cien años después, porque su valor nominal sigue
igual pero su valor real puede haber aumentado o tal vez termina convertido en
testimonio histórico de su época. Me parece que estos tesoros resultan valiosos
hasta para los entomólogos pues son muchos los insectos que terminan atrapados
por el peso del conocimiento. Sacando de este grupo a las trazas, polillas y
otros comedores de pulpa de papel.
Al
comienzo de la pandemia, se hizo viral en las redes sociales la panacea para
curar el Covid 19. La insólita historia
pregonaba que dentro de la Biblia podía conseguirse un pelo que podía ser usado
para combatir la enfermedad. La información que nació en fuentes ocultas
afirmaba que un niño se le apareció a una persona y le dijo que dentro de la
biblia estaba la cura a la terrible enfermedad. De acuerdo a la información
dada por el “ángel”, informaba que, si se abría el libro sagrado al azar, encontraríamos
un pelito. Solo quedaba ponerlo a hervir y tomarse el brebaje de pelo para
desterrar al virus.
Por
supuesto, esto causó burla y desprecio; pero también despertó la curiosidad de
muchos que buscaron en la biblia su pelito sagrado y hasta lo consiguieron. El
pelito se perfilaba como uno de los grandes tesoros llegados de la mano de Dios
para realizar el milagro de sanación tan ansiado por los enfermos del Covid. El
reservorio, un libro. El más sagrado: La Biblia.
En
mi caso particular he tenido la suerte de encontrar muchas cosas entre las
páginas de los libros. Quizás su valor no esté en el rango de los miles de
bolívares, ni sean objetos de colección. Sin embargo, cada vez que compro un
libro usado lo primero que hago es revisarlo. Busco cualquier indicio de otro
tiempo bien sea un papel escrito, un sello postal, una carta o los restos de
una flor marchita. Todos tienen su carga de historia.
En
un diccionario español – inglés publicado en París por la Librería de Ch. Bourel
en 1881 me topé con dos sellos postales franceses que datan de 1882. Están
pegados aún a un pedazo de papel que supongo es del sobre donde llegó el libro
a América y probablemente a nuestro país. Sellos postales unicolores que
seguramente serían apreciados por un filatelista si llegaran a sus manos. En realidad,
son trozos de la historia Francia y de su servicio de correos. El libro navegó
el Atlántico para recalar en el nuevo continente. Luego el comprador dejó la
evidencia del viaje dentro del libro. Las estampillas permanecen ocultas entre
las hojas del diccionario.
Epístola
para daguerrotipo es un minicuento que escribí hace tiempo. Este cuento está inspirado en una vieja
fotografía que conseguí en un libro. Una mujer aparece semidesnuda y es de una
belleza sinigual. Al verla me imaginé a un hombre preso de su locura y que se
enamora de la chica que aparece en la antigua foto, un daguerrotipo de finales
de 1890. Entre los dos median más de ochenta años.
La
Electricidad de Caracas era una empresa que proveía de luz eléctrica a la
capital de Venezuela desde finales del siglo XIX. Perteneció a una corporación
privada hasta que fue nacionalizada por el estado venezolano. Para atraer
capital vendía participación accionaria. Tuve la dicha de conseguir una de esas
acciones en una Antología de Poetas Hispano-Americanos publicada en Madrid en
1927. El valor nominal de la acción correspondía a cien bolívares. El documento
es interesante, se usó una pluma fuente en su llenado y con una letra
verdaderamente hermosa.
Encontrar
marca libros y tarjetas es más común porque son usados por los lectores para
señalar el avance de sus lecturas. La variedad de estos objetos es amplia y
además están signados por la antigüedad del libro. En ocasiones se corresponden
con la vejez del texto y en otras pues son más recientes. Pero también indican si los libros fueron
leídos por sus poseedores o dónde abandonó la lectura. Estos supuestos, parecen
firmes porque quien ha disfrutado el libro no deja marcadas las hojas con nada
o simplemente ubica el marca libros al inicio de los libros.
En
realidad, son innumerables los tesoros que se encuentran en los libros de
segunda mano. Así que cuando compre o le regalen un ejemplar de estos, revise
su interior. No sabes si llegará a tus manos un antiguo tesoro.

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