domingo, 5 de septiembre de 2021

Vuelo de enigmas

 

Egla Charmell

 

“El cuerpo

es un monumento a la vida

la virtud de la existencia”

José Ochoa Díaz

 

 


En este poemario permanecen veinte lugares que corresponden a la contraluz y la cónclave de la vida del hombre: la muerte, la sombra, la noche, lo amargo, el suicidio, el ocaso (la tarde), la falsedad, la duda y la incertidumbre (¿dónde hallarla?), la fragilidad, la nada, lo fantasmal, el vacío, la negación a la palabra (sin palabra, silencio del verbo, sin la presencia del verbo), incredulidad (sin dioses y blasfemia), la injuria, la tristeza, el miedo, el olvido y la ausencia.

José Ochoa Díaz precisó su poemario con cuarenta y nueve poemas (o partes) donde la muerte, la noche y la sombra se repiten sin hacer círculos o ciclos, tampoco sin obstinar. Esta trilogía cadente no representa un final (ni de la vida, ni del día, ni de la luz), menos una conclusión, sino un refugio de aquel que necesita de la soledad y su Yo mismo para continuar en la existencia, sin necesidad del cuerpo social. Exalta lo personal –lo íntimo- como una referencia complaciente: “El cuerpo/ es un monumento a la vida/ la virtud de la existencia”. Su manifiesto literario es el momento cuando “La luz nos fue opacando…”, es pernoctar en la soledad: “…descubrirás que la vida/ es sólo un invento/ del vacío”.

La muerte no está dada para apartar al escritor de la vida, sino que lo consagra en él mismo, le brinda la eternidad, la permanencia y el retiro: “Te canto/ oh, muerte!/ un himno de alabanza/ para celebrar/ la entrada a tu reino”, lo libera de la posibilidad que lo ha fracturado si se mantiene en vida, deambulando en los quehaceres y exigencias de los otros, que le retrotraerían sus pasos a lo eterno (lo infinito) con su propia particularidad; razón por lo que declara abiertamente:

Detesto a los hombres que se inmolan

en un acto de heroísmo la muerte

no acepta pretensiones

El Yo y lo individual como práctica de la existencia no admite heroísmo, que es conducta de quien se niega a vivir conforme a sí, para vivir en /y por los demás. Sentado en sus propias entrañas (reverencia al ego) busca las profundidades de la mutación que la materia otorga por la misma naturaleza frágil de ser barro (“piel de barro mítico”). Con esto volvemos a asegurar que su muerte no alude al fin, ni a lo concluyente, sólo: “Muerte/ metamorfosis/ ¿Quién habla de números/ a mitad de la noche?”.

Sin duda que morir en un Vuelo de Enigmas no es un simbolismo (aunque Baudelaire esté sentado en el tercer poema), es muerte real – terrenal- lo que todos conocemos como la separación de la actividad de vida, mas no transmutación metafísica, aun cuando invoque el más allá en lo sempiterno; es asunto de los gestos de la materia: “Caminar/ bajo la lluvia/ después de visitar una tumba/ es recordar/ la fragilidad del barro/ que somos”. Al igual que la muerte, el anochecer y oscurecer no ocurren como un acto negativo, no es la nulidad de la luz lo que necesita el ser –sentir- no hay oscuridad que enceguezca. Lo que opaca es la luz, lo que lo pone al descubierto y crea el temor, dando una trémula actividad:

La luz nos fue opacando

digeriendo

y tuve miedo

Miedo a que los sueños

 volvieran a iluminarse

 en un mundo dominado

 por terribles aleteos

La noche es sólo para encubrir el retiro: “Anoche/ bajo la sombra/ de la nada/ descubrí el silencio del verbo/ Dios se había marchado”. Sin embargo es su sentir lo que concretiza la materialidad, porque allí es claro, objetivo y común, no se desliga de lo sensorial, de lo visual, táctil y auditivo, que define lo poético e imaginativo. No hay sexto sentido, todavía es carnal.

Ahora encontrándome con la materialidad del libro, me pregunto si el índice de los textos existió en el poeta, si los números de las páginas y los títulos de las partes o poemas son conforme también la creación. Ve al índice, en todo su contenido leerás el último poema. Los signos de puntuación lo ubicarás tú.



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