Egla Charmell
“El
cuerpo
es
un monumento a la vida
la
virtud de la existencia”
José Ochoa Díaz
En este poemario permanecen veinte lugares que corresponden a la contraluz y la cónclave de la vida del hombre: la muerte, la sombra, la noche, lo amargo, el suicidio, el ocaso (la tarde), la falsedad, la duda y la incertidumbre (¿dónde hallarla?), la fragilidad, la nada, lo fantasmal, el vacío, la negación a la palabra (sin palabra, silencio del verbo, sin la presencia del verbo), incredulidad (sin dioses y blasfemia), la injuria, la tristeza, el miedo, el olvido y la ausencia.
José Ochoa Díaz precisó su poemario con cuarenta y nueve poemas (o partes) donde la muerte, la noche y la sombra se repiten sin hacer círculos o ciclos, tampoco sin obstinar. Esta trilogía cadente no representa un final (ni de la vida, ni del día, ni de la luz), menos una conclusión, sino un refugio de aquel que necesita de la soledad y su Yo mismo para continuar en la existencia, sin necesidad del cuerpo social. Exalta lo personal –lo íntimo- como una referencia complaciente: “El cuerpo/ es un monumento a la vida/ la virtud de la existencia”. Su manifiesto literario es el momento cuando “La luz nos fue opacando…”, es pernoctar en la soledad: “…descubrirás que la vida/ es sólo un invento/ del vacío”.
La muerte no está dada para
apartar al escritor de la vida, sino que lo consagra en él mismo, le brinda la
eternidad, la permanencia y el retiro: “Te canto/ oh, muerte!/ un himno de
alabanza/ para celebrar/ la entrada a tu reino”, lo libera de la posibilidad
que lo ha fracturado si se mantiene en vida, deambulando en los quehaceres y
exigencias de los otros, que le retrotraerían sus pasos a lo eterno (lo
infinito) con su propia particularidad; razón por lo que declara abiertamente:
Detesto a los hombres que se inmolan
en un acto de heroísmo la muerte
no acepta pretensiones
El Yo y lo individual como
práctica de la existencia no admite heroísmo, que es conducta de quien se niega
a vivir conforme a sí, para vivir en /y por los demás. Sentado en sus propias
entrañas (reverencia al ego) busca las profundidades de la mutación que la
materia otorga por la misma naturaleza frágil de ser barro (“piel de barro
mítico”). Con esto volvemos a asegurar que su muerte no alude al fin, ni a lo
concluyente, sólo: “Muerte/ metamorfosis/ ¿Quién habla de números/ a mitad de
la noche?”.
Sin duda que morir en un Vuelo de
Enigmas no es un simbolismo (aunque Baudelaire esté sentado en el tercer
poema), es muerte real – terrenal- lo que todos conocemos como la separación de
la actividad de vida, mas no transmutación metafísica, aun cuando invoque el
más allá en lo sempiterno; es asunto de los gestos de la materia: “Caminar/
bajo la lluvia/ después de visitar una tumba/ es recordar/ la fragilidad del
barro/ que somos”. Al igual que la muerte, el anochecer y oscurecer no ocurren
como un acto negativo, no es la nulidad de la luz lo que necesita el ser
–sentir- no hay oscuridad que enceguezca. Lo que opaca es la luz, lo que lo
pone al descubierto y crea el temor, dando una trémula actividad:
La luz nos fue opacando
digeriendo
y tuve miedo
Miedo a que los sueños
volvieran a iluminarse
en un mundo dominado
por terribles aleteos
La noche es sólo para encubrir el
retiro: “Anoche/ bajo la sombra/ de la nada/ descubrí el silencio del verbo/
Dios se había marchado”. Sin embargo es su sentir lo que concretiza la
materialidad, porque allí es claro, objetivo y común, no se desliga de lo
sensorial, de lo visual, táctil y auditivo, que define lo poético e
imaginativo. No hay sexto sentido, todavía es carnal.
Ahora encontrándome con la
materialidad del libro, me pregunto si el índice de los textos existió en el
poeta, si los números de las páginas y los títulos de las partes o poemas son
conforme también la creación. Ve al índice, en todo su contenido leerás el
último poema. Los signos de puntuación lo ubicarás tú.
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