Y escribes para que el viaje de ida no
acabe
y haya luz en el portal de la memoria
Néstor Rojas
Carlos Yusti
Me asaltó el deseo de escribir por esa necesidad
de evitar esa foto de normalidad en la que aparecía desenfocado y como fuera de
lugar. Para concretar este deseo necesitaba escribir un libro, pero carecía de
imaginación para enfrascarme en la escritura de una ficción novelesca, sin
mencionar lo mal equipado, con respecto al lenguaje escrito, que estaba para
emprender semejante tarea. Solo tenía como soporte un montón de lecturas
desordenada. No tenía nada.Estaba en un agujero.
Un amigo fotógrafo (Yuri valecillo) me suministró el tema para un libro y lo agarré como un perro a un hueso. Durante tres años reuní información para ese puto primer libro. Entrevisté a un montón de gente. Visité a toda biblioteca real e imaginada. Viajé mucho. Cuando tuve un caudal suficiente de material informativo (en bruto) me senté ante una máquina de escribir portátil y le di de golpes a las teclas durante tres semanas de febril locura. Después de escrito el libro lo deposité en una gaveta y pude salir a la vida a mendigar un poco de luz.
Después hay que seguir. En el trabajo de
escritura no hay un punto final. La gente supone que los escritores tienen algo
que decir y por eso se enfrascan en un trabajo de zafra con las palabras, de
encontrar la belleza que se puede forjar con una frase donde todas palabras
deben engranar con la música exacta. El escritor se parece mucho a ese jugador
de ajedrez en cuyo objetivo no es ganar que ganar, sino buscar esa belleza
oculta en la combinación de las jugadas. El escritor busca algo similar;
ordenando una y otra vez las palabras hasta sacarle algunos bellos fulgores.
El acto de escribir, se conjetura, va asociado a
eso que se denomina “inspiración”. Se cree que la escritura se produce gracias
a un centelleo revelador y que permite escribir el verso luminoso, la frase que
despunta en deslumbramiento. Octavio Paz creía en firme en la inspiración y
hablaba de «otredad» constitutiva o que no estaba en ninguna parte ni era algo,
sino un movimiento hacia delante, hacia eso que somos nosotros mismos. Por su
parte Juan Rulfo lo desechaba: “Cuando yo empiezo a escribir no creo en la
inspiración, jamás he creído en la inspiración, el asunto de escribir es un
asunto de trabajo; ponerse a escribir a ver qué sale y llenar páginas y
páginas, para que de pronto aparezca una palabra que nos dé la clave de lo que
hay que hacer, de lo que va a ser aquello. A veces resulta que escribo cinco,
seis o diez páginas y no aparece el personaje que yo quería que apareciera,
aquél personaje vivo que tiene que moverse por sí mismo. De pronto, aparece y
surge, uno lo va siguiendo, uno va tras él.”
Para Stephen King el fondo del asunto estriba en
no tomarse el trabajo de la escritura con esa retorcida superficialidad
farandulera: “Todo es lícito mientras no se tome a la ligera. Repito: no hay que
abordar la página en blanco a la ligera”. Gustave Flaubert no se lo tomó a la
ligera y sus padecimientos para escribir son un anexo de su leyenda. Flaubert
anota: “Voy a retomar mi pobre vida tan chata y tranquila donde las frases son
aventuras…” Por esa razón Roland Barthes lo crucifica como un hacedor de
frases: “Si se quiere limpiar la expresión de todo alcance metafórico, se puede
decir que Flaubert pasó toda su vida «haciendo frases»; de alguna manera, la
frase es el doble reflejado de la obra, y es en el nivel de la fabricación de
las frases en donde el escritor ha hecho la historia de esta obra: la odisea de
la frase es la novela de las novelas de Flaubert.”. En lo que respecta a la
inspiración la frase de Picasso puede zanjar todo esto: “La inspiración existe,
pero debe encontrarte trabajando”.
Tengo un amigo poeta (que a pesar de creer en la
inspiración) se tortura, al igual que Flaubert, tratando de escribir la
metáfora perfecta o sonoramente eficaz. Comenzamos en esto de escribir casi al
mismo tiempo. Hace poco (antes de la pandemia) estuve en Valencia y me lo
encontré en una plaza. La hacía de buhonero. Vendía los libros de su
biblioteca. No ha publicado todavía el libro que cambiará de manera abrupta la
poesía en el país. Pero me dijo que había hecho a conciencia una selección de
sus poemas (algo que ha repetido desde que nos conocemos) para una antología de
todo lo que ha escrito. Sacó, de su mochila andariega, un fajo de papeles
manuscritos, pleno de correcciones, como para que comprobara que ahora si iba
en serio. Pero en realidad mi amigo siempre ha sido un fracasistas. Estaba
todavía en el agujero, escribiendo a tientas en esa oscuridad cerrada en la
cual no hay puertas ni ventanas.
En este punto es necesario identificarse con lo
escrito por Margarita Duras: “Hallarse en un agujero, en el fondo de un
agujero, en una soledad casi total y descubrir que sólo la escritura te
salvará. No tener ningún argumento para el libro, ninguna idea de libro es
encontrarse, volver a encontrarse, delante de un libro. Una inmensidad vacía.
Un libro posible. Delante de nada. Delante de algo así como una escritura viva
y desnuda, como terrible, terrible de superar. Creo que la persona que escribe
no tiene idea respecto al libro, que tiene las manos vacías, la cabeza vacía, y
que, de esa aventura del libro, sólo conoce la escritura seca y desnuda, sin
futuro, sin eco, lejana, con sus reglas de oro, elementales: la ortografía, el
sentido”.
Margarita Duras le hizo una entrevista a Francis
Bacon. En las primeras de cambio este le dijo: “NO dibujo. Empiezo haciendo
todo tipo de manchas. Espero lo que llamo «el accidente»: la mancha desde la
cual saldrá el cuadro. La mancha es el accidente. Pero si uno se para en el accidente,
si uno cree que comprende el accidente, hará una vez más ilustración, pues la
mancha se parece siempre a algo”.
Quizá el escritor vuelve una y otra vez a la
página/pantalla en blanco a la espera del accidente. Busca esa mancha
irrepetible de las palabras desde la cual saldrá el libro. En soledad el escritor
intenta que la inspiración lo sorprenda cincelando la piedra del lenguaje.
Después se verá. El agujero. El accidente. La vida. En fin, la literatura.
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