Jaime García Padrino
Universidad Complutense de Madrid
La aportación de Celia
Viñas a la literatura infantil está marcada por una peculiar
excepcionalidad1
Aunque sus creaciones contaron con una limitada difusión en vida de
la propia autora, pasado el tiempo es fácil reconocer los decididos
propósitos renovadores que inspiraron tanto su libro de poemas
dedicados a los primeros lectores con el título de Canción tonta en
el Sur (1948), como su colección de relatos que, bajo el título de
El primer botón del mundo y otros cuentos, presentó al Premio
Nacional de Literatura 1951, pero que no vieron la luz –y en una
edición póstuma– hasta veinticinco años más tarde. Son méritos
que, a pesar de todo, aún están pendientes de un reconocimiento más
generalizado y, en especial, de ediciones actualizadas que las
acerquen a sus naturales destinatarios.
Editada a cuenta de la
propia autora, Canción tonta en el Sur resalta, por otra parte y con
rotundidad, la estrecha unión entre Celia y la ciudad y las gentes
de Almería. A pesar de las limitaciones de esa modesta edición,
algunos de sus poemas figuran hoy en un nutrido número de antologías
de carácter infantil y de textos escolares. Tan particular difusión
se iniciaba cuando Arturo Medina incluyó varios de sus poemas2
en El silbo del aire (1965), una amplísima
antología de poemas al alcance de los lectores infantiles y
juveniles, aparecida, pues, años más tarde del fallecimiento de
Celia en Almería, un 21 de junio de 1954,3
a consecuencia de una intervención quirúrgica para la
extirpación de una miomatosis múltiple de útero, descubierta meses
más tarde de su matrimonio, celebrado en Palma de Mallorca el 8 de
septiembre del año anterior.
A tales circunstancias,
y para enmarcar adecuadamente su notable aportación a la literatura
infantil y juvenil española, hay que añadir que la corta vida de
Celia estuvo presidida por dos grandes pasiones: la literatura y la
docencia, y a través de ambas, la conquista y el disfrute del
auténtico mundo infantil y juvenil. De ahí que una breve síntesis
biográfica sirva, sin duda, para el refrendo del rasgo así
apuntado.
Celia Viñas Olivella
vio su primera luz en Lérida, un 16 de junio de 1915, hija del
matrimonio entre don Gabriel Viñas, profesor de la Escuela Normal de
Maestros, y Celia Olivella, cuya delicada salud impuso el traslado
familiar a Palma de Mallorca cuando corría el año 1923. Su segunda
infancia tuvo, de tal forma, como marco esa ciudad y la isla balear,
donde, un gran educador, el profesor Gabriel Alomar, marcó la
vocación docente de aquella espontánea y sencilla muchacha que
buscaba en las lecturas de los clásicos los entramados básicos para
su integral formación humana.
Durante los años
anteriores a la Guerra Civil española, entre 1930 y 1936, Celia
cursó los estudios de bachillerato en Palma de Mallorca y se
trasladó a Barcelona (1934) para asistir a los cursos de Filosofía
y Letras en la Universidad Autónoma de Barcelona y seguir con gran
aprovechamiento las enseñanzas de profesores como Guillermo Díaz-
Plaja y Ángel Valbuena Prat,4
con los que mantuvo una sincera relación de amistad en los
años siguientes. Después de vivir en Palma las dificultades
terribles del conflicto bélico, a su finalización realizó unos
cursillos intensivos para reanudar los estudios de Filosofía y
Letras, cerrados con la calificación de sobresaliente en la revalida
el 1 de febrero de 1941 y que le otorgaba el título de Licenciada en
Filología Moderna.
Tras unos primeros
pasos en la docencia –modestas clases particulares y otros trabajos
en la biblioteca del Círculo Mallorquín, hasta conseguir una beca
en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, cuando se
trasladó a Madrid para preparar las oposiciones a cátedras de
instituto–, ganó en 1943 con brillantez el número uno en ese
concurso, eligiendo como destino el Instituto de Almería donde
tomaba posesión de la cátedra de Lengua y Literatura el 8 de marzo
de 1943. Se iniciaba así una intensa relación con aquella ciudad y
con sus gentes que, tras unos principios de cierta amargura por unas
primeras incomprensiones ante sus renovados métodos pedagógicos y
su abierta actitud vital, llegó a su máximo reconocimiento en el
sentido duelo con que fue acompañado su ataúd hasta el cementerio
de la ciudad, recogido con detalle por la prensa local de la época.
Además, de forma continua y coincidiendo con distintos aniversarios
de aquella fecha, han sido numerosos los homenajes rendidos en la
ciudad a la memoria de una educadora recordada por todos los que
fueron sus alumnos y sus compañeros a lo largo de esos más de diez
años en los que se entregó a la infancia y a la juventud
almerienses.5
Tan extraordinario reconocimiento llama aún más la atención de
todos aquellos que no conocimos en vida a Celia pero que hemos
recibido los testimonios más dispares, pero todos ellos coincidentes
en lo esencial: su excepcional categoría humana y su calidad como
docente.6
Fueron, por tanto, los
difíciles años de la postguerra el ámbito sociocultural donde
Celia Viñas inició una carrera literaria. Unos poemas de tono
religioso –«Saetas», «El fondo negro del Cristo de Velázquez»,
recogidos después en su primer libro, Trigo del corazón (1945)7
– son sus primeras publicaciones en La Estafeta Literaria del año
1944.8 Después
vendría, precisamente, su Canción tonta en el Sur (1948), con una
edición también costeada por la propia autora, como única forma de
vencer las dificultades para la publicación de la poesía dedicada a
la infancia y a la juventud que marcaron los años finales de aquella
década de los cuarenta.9
Gracias a ese empeño personal contamos hoy con una obra a la que
cabe adjetivar como insólita10
y que sobresale, por méritos propios, entre las publicadas en
aquellos años.
En sus sesenta y seis
composiciones11
aparecían de forma natural y fluida las características básicas
de la auténtica poesía infantil: desde la espontaneidad y brevedad
de los poemas, hasta sus tratamientos abarcadores de los intereses
más importantes para el niño, pasando por la agilidad, el
adelgazamiento de los temas, el tino en los recursos expresivos, el
recatado humor y el empleo de las metáforas y del verso de arte
menor.
Estructurada Canción
tonta en el Sur12
en cinco apartados, la autora adentraba las composiciones del
primero de ellos, «Nanita, ea», por las realidades de la primera
infancia. Dentro de «Fantasía y juego», sus recuerdos infantiles
en tierra catalana y su amistad con niños y jóvenes animaban poemas
dedicados al mundo de los primeros juegos y juguetes, al cuento
escuchado de labios de la abuela, al diálogo entre una madre y su
hijo... Tras esos poemas iniciales, el bloque dedicado a «La
escuela» desarrollaba la entrada del niño en una nueva realidad
social, y donde la lección de geografía convive con la tabla de
multiplicar o con el aprendizaje de la lectura. Tales situaciones
eran tratadas con una especial sensibilidad por la autora, que, de
tal modo,demostraba su capacidad para sentir y comprender
las vivencias infantiles:
Lluvia del mapa
A Marta Mata 13
Las pestañas de la
lluvia
tras de mi ventana;
sobre las hojas
caen las lágrimas,
cosquilleo en el
cristal
la lluvia canta
y gime y llora la
lluvia...
Melancolía en la rama
y en la cabeza del niño
y en el mapa,
azul, dorado, caliente,
con sus sirenas
varadas,
con sus delfines
de plata, con sus
cuatro carabelas
blancas.
Melancolía...
una gota sobre el mapa,
—Río Azul, río
Amarillo,
Asia...
Las cuatro partes del
mundo
mojadas!
El cuarto de los
apartados de Canción tonta..., con el epígrafe de «El mundo del
como si...», es el más extenso de los cinco y donde aborda mayor
variedad de temas. La luna, una muñeca china, el cartero, los palos
del telégrafo, la cesta de labor, el río, el gallinero, el jardín,
el primer resfriado, el sarampión, una nueva hermana... eran, entre
otros, los motivos tratados por Celia Viñas con indudables aciertos,
gracias al empleo de recursos estilísticos con los que se adaptaba a
una peculiar comprensión y recreación del mundo infantil.
EL PRIMER RESFRIADO
Me duelen los ojos,
me duele el cabello,
me duele la punta
tonta de los dedos.
Y aquí en la garganta
una hormiga corre
con cien patas largas.
¡Ay, mi resfriado!
Chaquetas, bufandas,
leche calentita
y doce pañuelos
y catorce mantas
y estarse muy quieto
junto a la ventana.
Me duelen los ojos,
me duele la espalda,
me duele el cabello,
me duele la tonta
punta de los dedos.
Esta colección de
poemas, marcada por el tema central de la realidad infantil, se
cerraba con el apartado «Santo santito», dedicado a los asuntos y
motivos clásicos de los villancicos («Reyes Magos») y de las
canciones de alba («El alba del Señor San Juan») y de marzo
(«Canción tonta de los niños en marzo»), con oraciones infantiles
no menos clásicas («4», «Cuatro angelitos...»). De esa forma,
con el conjunto de los poemas de su Canción tonta en el Sur (1948),
Celia Viñas ofrecía una conseguida armonía entre la visión del
adulto sobre el mundo del niño y la propia sensibilidad infantil.
Los temas añorados y siempre eternos de la infancia eran tratados
con un lenguaje de delicados ecos melódicos y una justa dosificación
de recursos estilísticos. Su especial sensibilidad desarrollaba, de
esa forma, una particular estética sonora14
con la que realzaba sus variados contenidos, impregnados de un toque
de auténtica humanidad, de blanco y puro humor, donde quedan
prendidas con fuerza las fibras sensibles de sus lectores:
CUENTO
Las manos de mi abuela,
merengue y caramelo,
frescos ríos de nata
cuando me alisa el
pelo.
Érase que se era
mi abuela
junto al fuego.
El borde de su falda,
frontera de mi sueño.
Las manos de mi abuela,
unas manos de cuento.
Las manos de mi
abuela...
Me duermo.
De nuevo hay que
recurrir a las noticias biográficas para situar su colección de
cuentos infantiles en el marco de su obra general. Redactados durante
sus veraneos en Palma, únicos momentos de auténtico reposo tras la
intensa dedicación a las tareas docentes en el Instituto de Almería
y complementadas con innumerables actividades extraescolares
–representaciones teatrales, conferencias, excursiones, emisiones
radiofónicas...–15,
Celia quiso concurrir con estos relatos breves al Concurso Nacional
de Literatura convocado en el año 195116.
La fortuna acompañó, parcialmente, aquel intento, pues el galardón
fue otorgado a La princesita que tenía los dedos mágicos, de Ma
Luisa Gefaell17,
refrendando así una importante renovación de los elementos hasta
entonces habituales en la narrativa de origen tradicional, propósito
compartido por ambas colecciones de relatos, si bien ese accésit no
sirvió para que la obra de Celia fuese publicada entonces 18.
En el conjunto de las
catorce narraciones breves agrupadas con el título de El primer
botón del mundo y trece cuentos más (1976) destaca, en primer
lugar, una clara voluntad estilística de Celia Viñas para adaptar
el desarrollo narrativo a las condiciones de un hipotético
auditorio. Recurría para ello a los más adecuados recursos
expositivos: giros coloquiales, alteraciones léxicas y sintácticas,
uso de tiempos verbales, apelación al auditorio, onomatopeyas,
sencillas figuras literarias, acumulación de encabalgamientos
oracionales19,
valor afectivo de los diminutivos... Ese firme deseo de un
acercamiento hacia sus lectores –nacido, sin duda, de un auténtico
amor a la infancia sin tópicos ni fingimientos– llevaba a la
autora a romper la particular lógica de los asuntos desarrollados
con alusiones anacrónicas a la hora de caracterizar cualquier
situación o personaje, como sucede en el arranque del relato
titulado «Un cuento de brujas y gitanillos»:
«En tiempo muy
antiguo, muy antiguo, cuando no había radio ni vitaminas y los ríos
comenzaban a saberse su lección de buen camino y se iban ya todos a
la mar, algunos con retraso, otros a su hora –antes había ríos
que se equivocaban y subían a las montañas y se paraban helados,
siglos y siglos, como ríos de mármol... alguno subió a la luna de
noche y muchos desaparecían de los mapas...– afortunadamente no
había sabios, porque si no se hubieran vuelto locos con aquellas
casas de los ríos. Ahora también desaparecen de los mapas países
enteros, pero es otra cosa. A los ríos los puso Dios en su sitio
¿no?. Bien, en tiempos tan antiguos, tan antiguos, cuando no había
más gatos que los gatos monteses y los perros eran lobos y los
árboles, bosques y bosques, el Diablo –¡Uf-Uf!– el mismísimo
Diablo, el mismísimo tremendo Diablo con sus cuernecillos y su rabo
colorado, se dedicó a construir puentes inverosímiles y castillos
inexpugnables. Se aburría un poco porque había muy pocos hombres en
el mundo –era seguramente después del Diluvio Universal– y para
entretenerse, como no podía jugar el ajedrez con los usureros, se
entretenía construyendo puentes y castillos. Yo os contaré cómo lo
hacía.»
En los asuntos
desarrollados, los catorce relatos ofrecen sugestivas variaciones
dentro de tres grandes líneas temáticas. La primera de ellas
corresponde a un tratamiento de la realidad vista desde unos ojos y
una sensibilidad infantiles: «El gatito que se fue», «El arbolillo
seco», «La barca vieja» y «El cubo de la basura». Las otras dos
líneas son variantes, a su vez, de una visión claramente vinculada
al mundo de la narrativa de origen tradicional, de una parte, y, de
otra, a los esquemas habituales en los relatos de carácter
fantástico20.
Así, la animación de animales y objetos, como vía para la entrada
en una realidad caracterizada como imposible o fantástica, pero bien
cercana a un conocimiento propio de un receptor infantil, animaba el
desarrollo de relatos como «El conejo cantarín que jugaba con la
Luna», «El cuento largo de la gallina que no ponía nunca un huevo»
y «La Vieja del Garbancito y el pajarito verde, verde, verde». De
otro, la autora incidía en una rotunda actualización de los
elementos más clásicos o tópicos en esa narrativa tradicional
desde una fina visión irónica y un humorismo basado en presentar
las situaciones y los personajes desde una supuesta lógica infantil.
«El primer botón del
mundo», cuento que daba título al volumen, es un claro ejemplo de
ese recurso a los anacronismos históricos –descubrimiento de la
patata, uso del puchero, los bailes en la época prehistórica–
para lograr una más completa comunicación con sus lectores, al modo
de la complicidad buscada por un narrador oral, y reforzar, a la vez,
lo absurdo o disparatado de situaciones y personajes. De tal modo, la
autora convertía en protagonista de este relato a un niño muy
perezoso, cuyos defectos presenta con una suave ironía desprovista
de cualquier tono moralizador:
«El Perezoso ataba su
piel de chivo con dos cuerdecillas de esparto como todos sus amigos,
pero cada vez que tenía que desnudarse o vestirse ¡qué pereza!
¡Tanto atar y desatar! Se acostaba vestido y su mamá le chillaba:
¡Sucio! ¡Jabalí! ¡Escarabajo pelotero! Y no le dejaba meter el
dedo en la orza de miel de abejas silvestres que tenía para cuando
los niños eran buenos y pedían un caramelo. ¡Como entonces aún no
había caramelos! Ni azúcar había. La caña dulce era un producto
muy caro que había que cambiar a los mercaderes por muchas pieles y
colmillos de elefantes.»
La renovación de los
elementos tradicionales animaba tanto el desarrollo como la
ambientación y caracterización de los personajes en «El examen de
médicos (Cuento que pudo ser oriental)». Desde la irónica
descripción de la reacción de las tres hijas del Rey cuando se
produce la muerte por anciano del médico real, hasta los atributos y
méritos de los candidatos que desde muchísimos países acuden para
cubrir esa plaza, están animados por ese espíritu renovador aunque
cierre el relato con un final típico en los cuentos tradicionales de
habilidad o ingenio en la superación de pruebas21.
Otro de aquellos relatos renovadores de la cuentística tradicional
es el titulado «La historia del rey que no podía dormir», donde la
autora ofrecía una animada descripción de las noches sin sueño que
debe sufrir el protagonista. Aquí también presentaba una reunión
de los mejores médicos de todos los países, buscando la sonrisa de
los lectores con una irónica descripción de los remedios que cada
uno de ellos propone. Tales remedios fracasan hasta que llega un
caminante con tres pajarillos ciegos, cuyo canto duerme al Rey. Una
vez que éste recupera la felicidad y da muestras de su buen corazón
a sus súbditos, el relato da un giro cuando esos pajarillos mueren
de tristeza y el Rey otra vez no puede dormir. Para lograr de nuevo
ese remedio tan eficaz, no duda en ser cruel y recibe por ello un
adecuado castigo, si bien el final del relato se desarrolla en los
términos habituales de estas historias.
Otras situaciones y
elementos narrativos de origen tradicional eran recreados por Celia
Viñas desde una perspectiva innovadora al adoptar el aire propio de
una narradora oral: «La historia de la princesa que no se casó con
un príncipe» 22,
«El cuento de la paverita»23,
«Un cuento de brujas y gitanillos»24,
«La vieja del garbancito y el pajarito verde, verde, verde,
verde»25,
y «El cuento del niño chico y la rana grande». Este último era
presentado por la autora como «un cuento que se puede creer o no»,
y es uno de los más completos en el empleo de los recursos antes
señalados. Así rompía con la lógica en su desarrollo cuando ese
protagonista emprende un viaje en un barquichuelo de una hoja y
ayudado por el «Buen Dios» llega al País de la China, situación
aprovechada para acumular otros anacronismos y cómicas
descripciones:
«Así llegó al
Palacio del Rey. Aquel Rey era rey porque tenía la coleta más larga
y más azul de todo el país. Los Grandes y Pacíficos Medidores de
Colas diagnosticaron esto. Eran dignatarios y funcionarios
honradísimos y lo habían elegido hacía ya muchos años entre las
más ilustres familias de largas colas. Comía más arroz que todos
sus palaciegos y esto era muy importante y tenía trescientas túnicas
de seda con trescientos dragones bordados. Cada dragón era distinto
de todos los demás. Pero ningún artista había podido inventar un
nuevo dragón número trescientos uno. Un dragón tenía dos cabezas,
otro tenía tres, tenía cinco otro y así había túnica que para
tener doscientas noventa y una cabezas de dragón necesitaba
doscientos metros de tela y como el pueblo era chico, el Rey no podía
extender toda la cola por la calle.
El Rey era un chinito
gordo y simpaticó n que lloraba más fuertemente que los otros
chinos. Por eso era el Rey. Cuando vio delante de sí al Niño dijo
que lo metieran en una pajarera de Palacio, que era un pájaro muy
bonito, pero cuando le oyó hablar le pidió mil perdones haciéndole
tres reverencias y tres sonrisas. Le preguntó muy cortésmente cómo
había llegado a su país y el Niño Chico contó que, al regar sus
campos de arroz, su barquichuela se había metido por una bocana de
riego y se fue a regar con el agua un arrozal. Esto ocurrió de
suerte, le decía el Rey gordito Chu-Chin-Chas-Chas. Que si la Rana
lo ve, se lo come26.»
Dentro de los relatos
de tono realista agrupados en este volumen, destaca el titulado «El
arbolillo seco»27
por la ternura –presente en la ya señalada utilización de
los diminutivos– y el tono poético con que la autora desarrollaba
tanto una ingenua peripecia donde un «niño chico» consigue revivir
a ese arbolillo, como las animadas descripciones de la vida en los
hogares durante el invierno, o la que pone final al relato:
«¿Y qué sucedió?
Que cada risilla de los niños se montaba sobre una rama como un
pájaro y la rama se estremecía y la savia dormidita rebullía
despacito primero, animosamente después, a borbotones por último, y
las raicitas se animaron y se movieron con gracia, y a cada empujón
del columpio, un hilillo de savia corría de arriba abajo y de abajo
arriba como corre la sangre por el cuerpo del niño cuando ha hecho
gimnasia y ha respirado bien. Y el niño chillaba — ¡Más, más,
más!—. Y así fue cómo, debajo de los lazos y floripondios de
trapo, empezaron a brotar unas hojillas apelotonadas en botoncitos
verdes, y dijo el papá:
—¡Anda, el arbolito
seco no estaba muerto!...»
Estos rasgos en el
empleo de los adjetivos marcan también el desarrollo de «El conejo
cantarín que jugaba con la luna» y «El cubo de la basura» —donde
la autora cerraba así su desarrollo: «Y éste es de los cuentos que
dicen los mayores que tienen moraleja»28
—, mientras que «El cuento de la barca vieja»
ofrecía otra interesante muestra de las ricas y sugerentes
descripciones que gustaba incluir la autora para presentar a sus
lectores una realidad que se adentra por los sutiles caminos de la
fantasía y de una visión poética de esa misma realidad:
«La barca vieja era
tan vieja, tanto que ya no servía para nada. Había sido una barca
muy marinera. Pintada de verde y de verde y blanco.
Trabajó mucho. Navegó
mucho. Pero un día, la sacaron del agua y la pusieron boca abajo
sobre la arena. Tenía en la panza muchas conchitas pegadas y ramitas
verdes de algas y un cangrejo distraído que iba y venía torcido con
sus patas, torcido, torcido, con sus patas largas y sus ojos
redondos. ¡Qué lastima de barca! Se quedó sola, boca abajo, en la
arena del Puerto de Pescadores, allá en un rincón donde no servía
para nada y donde nadie hacía nada. Las barcas sirven para pescar,
para caminar por el mar, para todo esto, pero una barca parada en la
playa no sirve para nada más que pintarla o retratarla con la ciudad
al fondo. Durante un año o dos venía a ver a la barca un viejo
pescador, la visitaba todos los días, se sentaba a su lado y no la
miraba nunca haciéndose el distraído. Pero algunas veces, como al
paso, le daba unas palmaditas como si fuera la barca un perrito bueno
y quieto y el corazón del pescador le decía:
—¡Barca mía, barca
mía! Era tan viejo como la barca. Más viejo que la barca y no
servía para nada. Vivía, moría en el rincón de una casa junto a
dos caracolas de concha carnosa, muy rosada, unas redes rotas, unos
cajones de madera, un barquito tonto dentro de una botella verde como
tienen todos los viejos marinos que además tienen pipa y reuma.»
Después de contar como
ese viejo pescador no puede arrastrar la barca hasta el mar, y como,
poco a poco, le van arrancando tablas, la autora introduce un
interesante cambio en el desarrollo del cuento cuando un niño hace
revivir a la barca soñando debajo de ella. Otros niños la animan
también con sus juegos hasta que la barca consigue arrastrarse hasta
el mar y descansar en su fondo.
Completaban el volumen
«El cuento largo de la gallina que no ponía nunca un huevo» y «El
gatito que se fue» –presentado así por la autora: «Ahora el
final de este libro de cuentos, el cuento que le cuenta el niño a su
madre»–, con un original ejercicio de estilo adoptando ese punto
de vista en el desarrollo de la breve peripecia:
«Te voy a contar un
cuento. Tú no sabes este cuento. ¿Sabes el cuento que yo sé,
mamita?
El del gatito
El gatito tiene
orejitas, boquita, patitas..., una, dos, tres, cuatro y el rabo,
cinco. El gatito lleva zapatitos. –¿Llevan zapatitos los gatitos,
mamá? El gatito lleva zapatitos. Toni dice que no, que es mentira.
Yo he visto en un dibujo de un libro que lleva unos zapatitos altos.
Si lo pone un libro, es verdad. Un libro no dice mentiras así.
El gatito bebe lechita.
La lechita era del niño. ¡Gato malo, malo, malo! La mamá, la mamá
del niño con una escoba ¡pim! ¡pam! ¡pum! lo saca de la cocina.
Le hace daño en la colita. –Oye, mamá, ¿en la colita tiene
carnecita el gato? ¿Le hace daño? El gatito se pone sus zapatitos.
Se va. Llora el gatito. Se va por una carretera, por carreeeeeetera,
por una carreeeeeetera pa alante, pa alante. Lleva una cestita para
carnecita para comer. Usa palito para caminar. El brazo lleva la
cestita, la manita el palo. Si tiene ganita, come. Si no tiene
ganita, no come.»
Poco queda por añadir
que no sea la ilusión por ver alcanzados, en un tiempo no muy
lejano, un más amplio reconocimiento –que ya cuenta entre la
crítica especializada y los estudiosos de la literatura española
actual– y una más completa divulgación de obra tan peculiar, por
la autenticidad de su visión infantil y por la calidad evidente de
sus componentes literarios. Pero también invito al lector de estas
páginas a que se acerque a las creaciones de Celia y a los
testimonios de quienes tuvieron la suerte de conocerla en vida y de
compartir con ella experiencias inolvidables. Seguro que aumentará
así el número de los que aún hoy nos emocionamos simplemente con
el recuerdo indirecto de tan gran mujer como magnífica maestra .
NOTAS
1
Centrar la atención de este artículo en las obras dedicadas
a la infancia no significa ignorancia ni olvido de sus libros de
poemas para adultos –Trigo del corazón (1945), Palabras sin voz y
Del foc i de la cendra, así como de las ediciones póstumas
realizadas por Arturo Medina, Como el ciervo corre herido (1955),
Canto (1964), Antología lírica (1976) y Poesía última (1980)– o
de los publicados en diversas antologías y revistas, ni de su
ensayo, Estampas de la vida de Cervantes (1949), ni de su obra
teatral, firmada con Tadea Fuentes, La plaza de la Virgen del Mar
(1974), o de las novelas Tierra del Sur (1991) y Viento de Levante, o
los artículos literarios agrupados en el volumen De esto y de
aquello (1995). Antes que nada se trata de una elección impuesta por
el interés del autor como historiador de la literatura infantil y
juvenil española y por el afecto hacia Celia Viñas, indirecto pues
no tuvo ocasión de conocerla en vida, pero nacido de la estrecha
relación con su esposo, Arturo Medina, maestro, compañero y amigo
en las tareas académicas y en la lucha por la literatura infantil.
2
Doce en total. De ellos nueve —«Nana de la niña mala»,
«La nana del niño despierto», «Hermana», «El primer resfriado»,
«Sarampión», «Dictado», «Don Gato» y «La escuela del fondo
del mar»— en volumen subtitulado «Antología lírica infantil».
Y los tres restantes, «La abeja», «El oso de la plaza» y «Más
cuento», en la «Antología lírica juvenil», segundo de los tomos
de El silbo del aire (Barcelona: Vicens Vives, 1965).
3
Para las fechas y los datos biográficos citados he utilizado
el amplio estudio realizado por Francisco
Galera Noguera, tanto
en su tesina de licenciatura como en su tesis doctoral, y publicados
en su edición crítica de Canción tonta en el Sur (Almería: Cajal,
1984) y en Vida y obra de Celia Viñas. Almería: Instituto de
Estudios Almerienses, 1991.
4
Guillermo Díaz-Plaja prologó su Canción tonta... y
Eugenio de Bustos firmaba el epílogo de este mismo libro. Por otra
parte, Ángel Valbuena Prat dedicó a Celia un elogioso comentario en
su Historia de la Literatura Española, según recoge con detalle
Francisco Galera Noguera en la obra citada en la nota 5.
5
Un significativo ejemplo, entre los diversos
posibles, de esa labor sociocultural realizada por Celia es su
vinculación con el Movimiento Indaliano, impulsado por el pintor
Jesús de Perceval. El papel de Celia fue importante en el desarrollo
de las actividades del grupo, tanto en el I Congreso Indaliano,
celebrado en la localidad de Pechina, 15 de mayo 1947, como en su
posterior presentación en Madrid. Para más detalle, remito de nuevo
a la obra de Francisco Galera Noguera.
6
Véase J. García Padrino, «Arturo Medina y las
ediciones de Celia», en Palabras para Celia. Extraordinario de La
Voz de Almería, viernes, 25 de junio de 2004, p. 4.
7
Almería: Edición de la autora (Talleres
tipográficos La Independencia), 1946.
8
Los números 15, 1 de noviembre 1944, y 18, del 15 de diciembre de
1944, respectivamente. De nuevo recurro a la fuente de Francisco
Galera, Vida y obra de Celia Viñas.
9
J. García Padrino: «Una Cenicienta en una época difícil: la
poesía dedicada al niño de postguerra», en Aa. Vv., Miscelánea
Textual y Enseñanza de la Lengua. Coord. por Alberto Ruiz Campos.
Alcalá de Guadaira (Sevilla): Guadalmena, 2003, pp. 195-206.
10
La obra fue editada en Almería a cargo de su propia autora y con una
difusión limitada a sus amigos y a sus alumnos. De ahí buena parte
de la razón para que Arturo Medina califique esta obra como un
«libro insólito» y que dude sobre su carácter de «libro
auténtico para niños». Además de señalar tales características
y sus principales poéticos, Arturo Medina define Canción tonta...
como «el más definitorio y transparente en el hacer poético de
Celia y la más representativa muestra de su comportamiento
profesoral y humano. Celia maestra. Celia madre» (Medina Padilla,
Arturo, «Prólogo Segundo», en Celia Viñas Olivella, Canción
tonta en el Sur, 2a ed., Almería: Gutenberg, 1984). La primera
edición contaba con un prólogo de Guillermo Díaz-Plaja, amigo
personal de la autora, y con portada e ilustraciones de Leopardo de
Anchóriz. Puede consultarse también la edición preparada por
Francisco Galera Noguera, con un estudio preliminar y notas (Almería:
Cajal, 1984), a quien agradezco 'además las noticias y textos
facilitados de su edición.
11
Trece de ellas habían aparecido antes en Trigo del corazón.
12
A la hora de explicar el empleo del calificativo «tonta» en el
título, Francisco Galera recurre al antecedente de García Lorca y
su «Canción tonta», recogida dentro de las «Canciones para
niños», incluidas en Canciones 1921-1924. Málaga: [Imp. Sur],
1927. Además, ese calificativo era utilizado por Celia Viñas con un
claro valor afectivo, coloquial, a modo de simple o sencillo.
13
No sólo sus libros, sino bastantes de sus poemas
fueron dedicados por Celia a sus amigos y a sus alumnos. Es el caso
de esta dedicatoria a Marta Mata (Barcelona, 22 de junio de 1926 - 27
de junio de 2006), con la que mantuvo también una intensa relación
epistolar entre los años 1945 y 1951 –tal como ha detallado
Francisco Galera Noguera en la obra antes citada– desarrollando así
no sólo una amistad sincera sino también una preocupación
educativa. De tal forma, si Celia impulsó y renovó la vida social y
cultural de Almería, Marta Mata fue una figura clave en la
renovación pedagógica impulsada en Cataluña desde la Associació
de Mestres «Rosa Sensat» y desde sus Escolas d’Estiu, llegando
después a ocupar altos cargos en la Administración Pública del
Estado.
14
Medina, Arturo, «Prólogo segundo», en Canción tonta en el Sur.
(Edición homenaje) Almería: Gutenberg, 1984.
15
Para mayor detalle de estas actividades es imprescindible la consulta
de la obra de Francisco Galera.
16
La convocatoria de aquel concurso (O. M. De 29 de marzo 1951)
proponía como tema «una colección de cuentos infantiles inéditos
», con un premio de 10.000 pesetas y un accésit, de 5.000. El
jurado estuvo formado por Luis Rosales Camacho, Juan Antonio Tamayo
Rubio y Tomás Borrás, como presidente, premiando la colección de
Ma Luisa Gefaell, presentada con el título de «La princesita Sol»,
y concediendo el accésit a Celia Viñas, por «El primer botón del
mundo». La orden por la que se resolvía este concurso apareció en
el BOE de 24 de enero de 1952.
17
Nació en Madrid en 1918, de padre vienés y madre española. Estudió
música y se especializó como clavecinista en Alemania. En 1945 se
casó con el poeta Luis Felipe Vivanco y fue madre de tres hijos.
Colaboró en programas infantiles para la radio y dirigió la sección
infantil de El Correo Literario. Murió en 1978. (De la información
publicada por Editorial Noguer en la segunda edición de La
princesita que tenía los dedos mágicos).
18
De nuevo el afán de Arturo Medina por publicar la
obra completa de Celia consiguió que estos relatos viesen la luz,
años más tarde, en la colección «Lecturas Everest 2000» (León:
Everest, 1976).
19
Véase el prólogo de Arturo Medina para esta edición de El primer
botón del mundo y trece cuentos más.
20
Como «ilimitación de la quimera» definía Arturo Medina esta
segunda línea en la caracterización de los asuntos y personajes.
21
El Rey decide hacer un examen a los distintos candidatos. Cuando los
médicos están esperando el fallo del Tribunal, llega un pajarito
herido y uno de ellos le cura la patita entre la indiferencia de los
demás, rasgo que atrae la atención del Rey. El pajarito descubre al
final al médico que le curó.
22
El Rey pide a la princesa que se case para poder mostrar su alegría
y generosidad. La autora aprovecha esa situación inicial para
ofrecer animadas descripciones con la historia de la reina y las
aficiones de la princesa, pues el problema de ésta es que no sabe lo
que es casarse. Los reyes envían mensajeros por todo el mundo
buscando pretendientes que presenten la más hermosa flor del mundo.
Rechazados un rey moro de Oriente, un príncipe japonés, un gran
duque alemán, un lord inglés y un gitano, con un clavel falso, al
final aparece el jardinerillo del palacio con una mata de geranios y
es el preferido por la princesa.
23
Una paverita muy bella rechaza las peticiones de casarse con
pastores, carboneros, cazadores, incluso la del Rey, al que confunde
con un cazador. Pero también se niega cuando descubre que es el Rey.
Éste enferma de melancolía, pero sus padres le aconsejan que se
gane el amor de la paverita. Disfrazado de humilde pastor le roba los
pavos y cuan do aparece con ellos engordados, le pide matrimonio. La
paverita acepta aunque no sabe que es el Rey. Acepta los trabajos más
duros y entonces el Rey, comprobado el auténtico amor de la
paverita, se presenta ante ella con el consiguiente final feliz para
la historia..
24
En este relato la autora acumula situaciones aparentemente inconexas
pero unidas por el tono propio de la narradora oral que va
improvisando para llegar a un final feliz aunque caiga en ciertos
tópicos a la hora de describir a los gitanillos y su familia.
25
Para resolver el clásico conflicto de salvar a una
princesa, ahora con objetos animados y animales, la autora presenta
lo que califica de «el milagro final de todos los cuentos». Es
asimismo muy sugerente el desarrollo desde el punto de vista
narrativo, si bien también recurre la autora a discutibles elementos
tópicos en los personajes de dos granos de café.
26
El niño chico pide al rey enfrentarse a la rana que
tiene atemorizado aquel reino. Cuando encuentra a la rana, la
confunde con una montaña verde y ésta se lo traga con una espiga.
Le produce risa y enferma, por lo que tiene que ingresar en el
hospital «muerta de risa». Consiguen hacer toser a la rana y así
el niño sale disparado por los aires gritando «¡Viva China
libre!». La rana acaba encadenada en los jardines reales, como
objeto de atracción para «los turistas ingleses, que pagan un sello
de Correos para verla».
27
Según Arturo Medina, y tal como explica en su prólogo al ofrecer
interesantes informaciones sobre el proceso creador de estas
historias, este relato, junto con «El cuento de la barca vieja»,
era el preferido por la propia autora.
28
El relato se inicia con la descripción de algunas
travesuras «familiares» de Juanito, sólo frenado por cierto temor
al basurero. Cuando un día debe bajar la basura, escapa de casa y se
pierde por la ciudad hasta que un señor, que le conoce, le devuelve
a su casa. Para corregirle, el padre decide que acompañe al basurero
y le ayude en su trabajo. Allí ve como echan abono a las flores y
hortalizas y así comprende el valor de la basura.
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