viernes, 15 de julio de 2016

La casa llena de siglos, obra del Poeta José Ochoa Díaz

 
Yony G. Osorio G.

Mirarte
con estos ojos inundados
casa mía
casa vieja
es sentir en el tiempo
que cada canto tuyo
estremece con su silencio
(Ochoa, José, 2008, p. 12)


Poeta José Ochoa Díaz
Para leer La casa llena de siglos, la “de paredes grises” (Ibídem: 12), la evocada, habitada, vivida, extrañada y poblada por otras nostalgias, aquella refundada por la palabra de José Ochoa Díaz, la receptora que atesora toda una humanidad fundida de recuerdos; recurriremos a Gastón Bachelard (1975), quien ha realizado un fundamental estudio sobre el tema de la casa, mediante el que pretendemos efectuar un ejercicio de lectura que nos permita una aproximación a esta “casa incierta” (Ibídem: 10). En tal sentido, el autor de La poética del espacio nos la define del siguiente modo: 


En efecto, la casa es primeramente un objeto de fuerte geometría. Nos sentimos tentados de analizarlo racionalmente. Su realidad primera es visible y tangible. Está hecha de sólidos bien tallados, de armazones bien asociadas. Domina la línea recta. La plomada le ha dejado la marca de su prudencia y de su equilibrio. Un tal objeto geométrico debería resistir a metáforas que acogen el cuerpo humano, el alma humana. Pero la trasposición a lo humano se efectúa inmediatamente, en cuanto se toma la casa como un espacio de consuelo e intimidad, como un espacio que debe condensar y defender la intimidad (Bachelard” G., p. 80). 
 
Una vez considerado el término casa en su dimensión denotativa, y ahora tratado dicho objeto a luz de la poesía, éste adquiere otros sentidos dado el poder metafórico del lenguaje. De modo que la casa reconstruida desde la óptica del poeta José Ochoa Díaz en su libro La casa llena de siglos, es un templo de recuerdos, eco, resonancia de una existencia, del alma humana. Ésta es reflejo de presencias desvanecidas, aunque al amparo de la oscuridad y su fatal caricia. Casa que también se desdibuja en el tiempo, la de “paredes grises, la que Sabe de tus pasos”, / de tu cuerpo”, / la de aquellos ojos” (Ibídem: 7) turbados por la visita de la invencible muerte; sin embargo, esa casa en la que presumimos ver más allá de la mera cosa palpable, se re-hace en la transparencia del lenguaje. Mirémosla pues, cómo nos es presentada:

Esta casa
de paredes grises
guarda en cada espacio
tu silencio
Sabe de tus pasos
alargados al atardecer
de tu cuerpo
que se desdibuja
en cada espejo de la habitación
y de aquellos ojos
que la noche besó
un día de ausencia”
(Ibídem: 7)

La casa que tenemos ante nuestros ojos, La casa llena de siglos de José Ochoa Díaz, configurada en el libro publicado por Ediciones Gitanjali-Cenal (2008) en el estado Mérida, es la morada de los sueños que se hace cuerpo, casa efímera y testimonio del vivir. Simplemente, “casa incierta” (Ibídem: 10), la impresa como templo en el cuerpo. Esta “casa natal es más que un cuerpo de vivienda, es un cuerpo de sueño. Cuerpo de imágenes que dan al hombre razones o ilusiones de estabilidad” (Bachelard, G., pp. 46-48). Así que es un espacio que genera la sensación de seguridad, aunque en este poema resulte un espejismo de la memoria, su nacimiento responde a que ésta:

nace cuando se forma la pareja, aunque no la haya construido todavía, y aunque sus muros no se hayan levantado pueden ya albergar o aprisionar a sus moradores futuros. La casa de muros, muebles e inmuebles no es sino la prolongación del acogimiento maternal, ya que “la mujer llevada a buscar casa
donde albergar la viviente casa de su gravidez siempre posible es la que indica que la erótica (varón-mujer) es inclinada analépticamente a la fecundidad, al hijo, quien exige al salir del seno materno, del útero hospitalario, la nueva hospitalidad pedagógica del padre y la madre. La casa viene a ser así la prolongación de la corporalidad de la mujer, el lugar de la fecundidad varonil, el mundo del hijo” (Dussel, Enrique, 2007, pp. 27-28).

De este modo, si “Habitar oníricamente la casa natal, es más que habitarla por el recuerdo, es vivir en la casa desaparecida como lo habíamos soñado” (Bachelard, G., p.47), entonces confirmamos la incertidumbre de lo irreal:

Ya no viviré más aquí
casa incierta
casa gris
Todos mis sueños se han ido
casa mía
casa de nadie pero a la vez de todos
Ya no viviré más aquí
pero en mi carne y en mis huesos
queda tu templo”
(Ibídem: 10)

En este poemario, La Casa llena de siglos de José Ochoa Díaz, se vislumbra la nostalgia de un tiempo ido que se refugia en los ecos del silencio. El dolor ante lo ido, ante el beso de la noche trasciende el arrebato, la locura, el desasosiego, la angustia ante la nada. Si quisiéramos buscar algún sustento, por ejemplo, la reflexión filosófica de un Albert Camus en torno al suicidio, Heidegger en la develación de la angustia del hombre ante la nada o Vallejo también con la zozobra en los hombros ante el tiempo, pudiéramos albergar alguna esperanza para calmar ese dolor generado por tantas llagas metafísicas; sin embargo, es tal la orfandad, padecimiento o abandono expresado en estos versos del poeta Ochoa, quien también manifiesta su queja metafísica en estos versos dolorosos, que la cura se nos torna aún más incierta:

No me preguntes
por dioses sacrificados
mis heridas son mayores
y no es suficiente un suicidio
para curar estas llagas
hechas de tu ausencia”
(Ibídem: 19)

Para ilustrar un poco ese estado emocional que podemos captar en el poema de José Ochoa Díaz y sostenernos en algún abismo para encontrar un alivio o respuesta, no obstante notaremos mayor perplejidad, comparémoslo con el de César Vallejo:

Hay golpes en la vida, tan fuerte... Yo no sé
Golpes como el odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empezara en el alma... Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
(Vallejo, César, 1991, p.1)

Al constatar lo dicho anteriormente, citaremos otra muestra como expresión de ese sentimiento y esa fuerza y hondura que en la poética de José Ochoa Díaz está “más allá y más acá” de las palabras “(Vargas, Livia, 2007, p.43).


Mirarte
con estos ojos inundados
casa mía
casa vieja
es sentir en el tiempo
en esta piel mítica
que cada canto tuyo
estremece con su silencio
(Ibídem: 12)

Otro aspecto que advertimos “en esta casa llena de siglos” (Ibídem: 9) es la evocación del aroma de un ser querido esparcido como sombra guardiana de la memoria. Y a través de la palabra se rememora, conmemora y celebra el fenómeno vida-muerte en la brevedad de su modo de ser, en el chispazo como se manifiesta lo que una vez fue luz e instantáneamente oscuridad. Por ello, la noche
se funde en el Yo. La noche, una sola imagen con dos caras unidas dialécticamente por los contrarios: vida-muerte. Así que es en esta cardinal elegía a Bonifacia, madre del autor, donde se sintetiza toda una voz hecha casa-mujer, alma-humanidad transfigurada en el tiempo:

Son las seis de la tarde
de un día cualquiera
de un mes sin importancia
ella está allí
radiante, amorosa
tal vez algo cansada
por el afán del día
que la noche impetuosa
sentencia a muerte
.......................................
Son las seis de la tarde
en esta casa llena de siglos
donde tu silueta aún danza
en el aroma de la taza de café
en el jardín que te extraña
y en estos ojos turbios
que se desgastan a torrentes
en un día cualquiera
de un mes sin importancia
(Ibídem:9)

De estas cuatro estrofas dedicadas a la progenitora del poeta, en donde se enfatiza el tema de la ausencia mediante el uso del recurso anafórico sólo tomamos dos, y consideramos para afianzar un poco más en torno a lo que venimos sosteniendo, acudir una vez más a Bachelard, quien establece lo siguiente:

Para quien sabe escuchar la casa del pasado, ¿no es acaso una geometría de ecos? Las voces, la voz del pasado, resuenan de otra manera en la gran estancia y en el cuarto pequeño. En el orden de los recuerdos difíciles, mucho más allá de las geometrías del dibujo, hay que encontrar de nuevo la tonalidad de la luz, y después llegan los suaves aromas que quedan en las habitaciones vacías, poniendo un sello aéreo en cada una de las estancias de la casa del recuerdo. ¿Es posible, más allá todavía, restituir no solamente el timbre de las voces queridas que han callado, sino también la resonancia de todos los cuartos de la casa sonora?” (Bachelard, G.p.93). En tanto:

Las voces que me llaman
vienen ligeras
en barcas que navegan
hacia el sur
Las voces que me llaman
hablan de un tiempo
donde tú
aún no terminas de llegar”
(Ibídem: 20)

El tema del padre es esencial en este poemario, claro que con resonancias del otro, el “Padre de la poesía”, Vicente Gerbasi; pero tratado aquí con la propiedad que le asiste al poeta José Ochoa Díaz, al ver en su progenitor el viaje imaginario a través de la palabra descifrada en el gran libro de la vida que es Clarencio Ochoa, silente y sonoro cantor de velorios. He allí también las cicatrices que deja el auto-destierro así como la desolación del naufragio temporal y la angustia de este vaivén de la nostalgia:

“Mi padre
no es el inmigrante
pero sus antepasados
están al otro lado del mar
...........................
“Mi padre no es el inmigrante
pero esta mañana
le he mirado al rostro
y pude ver en sus ojos
la tristeza del huérfano
y la angustia del desterrado
(Ibídem: 14)


Mientras el poeta se encuentra ante el hecho creador, el acto de la escritura implica un desasosiego y existen momentos inefables como éstos de encontrarse ante la soledad del hecho escritural, la soledad del poema que no acaba de ser objetiva angustia ante esa nada que abruma y te deja en la perplejidad de lo inasible o la imposibilidad de un parto poético esperado. De allí que la revelación de la palabra habita, viene y encarna en el yo:

“Intento escribir
lo que pudiera ser un poema
y no sé quién está más vacío
esta noche de desencuentros
si el poeta que pretendo ser
o el lápiz que no deja salir
la tinta impregnada de mis versos
(Ibídem: 24)
Hoy la poesía
hizo un lugar en mí
(Ibídem:17)

Finalmente, qué más puede ser este acto amoroso sino acto de confraternidad y afecto al amigo, al poeta y su relación con el hecho poético en el mundo. Qué mejor homenaje y conmemoración a un líquido espíritu que besa y alza la copa de la ausencia y que se hace exhalación de un verso que acuchilla las grietas del alma, como ese poeta recordado también en esta Casa llena de siglos, como lo es el poeta Pepe Barroeta:

“...Entonces de lo profundo del espíritu
entre la ebriedad de los cantos
griegos y latinos
se eterniza en el instante
el verso preciso
que recuerda la estancia
de los primeros años
de la vieja y bohemia París
de los amigos y familiares idos
para sentenciar entre el amor y la angustia
la soledad y el desencuentro
que “Todos han muerto”...
Y la poesía se eleva hacia el infinito
en un tiempo sin tiempo”
(Ibídem:25)


Referencias:
Bachelard, Gastón. (1975). La poética del espacio. México: Fondo de Cultura Económica.
Ochoa, José D. (2008). La casa llena de siglos. Estado Mérida- Venezuela: Ediciones Gitanjali- Cenal.
Dussel, Enrique. (2007). Para una erótica latinoamericana. Caracas-Venezuela: Fundación Editorial El perro y la rana.
Vallejo, César. (1991). Poemas escogidos. (Selección y prólogo de Julio Ortega). Caracas- Venezuela: Biblioteca Ayacucho.
Vargas, Livia. (2007). Entre libertad e historicidad. Sartre y el compromiso literario. Caracas- Venezuela: Fundación el perro y la rana.

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