viernes, 9 de octubre de 2015

Aprender a leer de otra manera

Galo Guerrero-Jiménez

 Contar cuentos es compartir magia y emociones.  (ilustración de Goro Fujita)
Hay espacios en la vida que uno aprende a conquistarlos a punta de esfuerzo permanente. Y la conquista siempre es para ser mejor,  para ser feliz, y ante todo dentro de los parámetros que la libertad y la responsabilidad nos brindan como espacios profundamente humanos, y por ende llenos de un sentido pleno, de manera que desde esa posición se pueda entender mejor la vida.
Uno de esos espacios es el de la lectura. La lectura es un valor humano muy especial, sobre todo el de la literatura. Como sostiene Graciela Montes: “La literatura, como el arte en general, como la cultura, como toda marca humana, está instalada en una frontera. Una frontera espesa, que contiene de todo, e independientemente: que no pertenece al adentro, a las puras subjetividades, ni al afuera, el real o mundo objetivo” (2001, p. 52).
Y aunque muchos no lean, la gran mayoría de las sociedades está fundada sobre el libro, como uno de los valores culturales quizá más significativos no solo para preservar el desarrollo de las sociedades, sino para que se pueda transmitir, formar y moldear la conducta humana, sobre todo desde la
educación escolarizada que, aunque aún con una serie de deficiencias, ha tomado el valor de la lectura como el medio más idóneo para que un ciudadano pueda incorporarse al desarrollo intelectual y productivo de la comunidad en la que convive familiar, social y profesional u ocupacionalmente, de manera que ese individuo lector (alfabetizado) pueda “llegar más lejos y más profundo, para tener el coraje de enfrentarnos a nuestros temores y dudas y secretos ocultos, para cuestionar el funcionamiento de la sociedad respecto de nosotros mismos y del mundo, necesitamos aprender a leer de otra manera, de forma distinta, que nos permita aprender a pensar” (Manguel, 2004, pp. 49-50).
En este orden, la lectura de la literatura  es la que mejor nos puede enseñar a vivir humana y dignamente. “La literatura, como lo sabemos demasiado bien, no ofrece soluciones, sino que presenta buenas interrogantes. Es capaz, al contar una historia, de desplegar los infinitos rodeos y la íntima simplicidad de un problema moral, y de dejarnos con la convicción de poseer una cierta claridad con la que percibir no un entendimiento universal sino personal del mundo” (ibid, p. 56).
De ahí que, en el caso de la escolaridad, la literatura es un asunto muy serio para, desde el entretenimiento, aprender a educarnos para lo humano. Lo dice Montes: “Enseñar literatura no puede significar otra cosa que educar en la literatura, que ayudar a que la literatura ingrese en la experiencia de los alumnos, en su hacer, lo que supone, por supuesto, reingresarla en el propio. Educar en la literatura es un asunto de tránsito y ensanchamiento de fronteras” (2001, p. 55).
Y como señala Manguel, basta que el lector aprenda a plantearse interrogantes y estará contribuyendo a indagar sobre la vida moral de lo humano. Es decir, “si un lector es capaz de escarbar más allá de la superficie de un texto dado, puede extraer de sus profundidades una pregunta moral, incluso aunque esa pregunta no haya sido formulada por el autor con las mismas palabras, ya que su presencia implícita provoca, de todas maneras, una emoción desnuda en el lector, un presentimiento o vago  recuerdo de algo que él conocía desde mucho tiempo antes” (2004, p. 57).

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