Miguel Márquez
Leyendo en las alturas. ilustración Loika |
Pero hay que decir
algo de una vez. Los libros, como las grandes experiencias de la vida, llegan a
nosotros por las vías más insospechadas. Casi todos los grandes lectores
confiesan haber llegado a la lectura de una forma muy personal. Y es muy raro,
en cambio, que alguien se acerque a ésta por obligación. Tal vez sea la razón
de que la escuela tenga tan poco éxito a la hora de formar nuevos lectores y de
fomentar el hábito de la lectura. Nos acercamos a los libros como al amor: por
el destello de algo que queremos tener a nuestro lado, que nos proporciona
dicha y que nos hace seres humanos más completos.
Recuerdo que cuando
estaba muchacho veía los libros con cierta distancia. En mi casa había una gran
biblioteca porque mi papá era un gran lector, pero no le gustaba hablar de lo
que leía, no compartía ese mundo con sus hijos. Y, además, por problemas
típicos de la adolescencia, en ese momento la figura paterna no formaba parte
del mundo que me interesaba. De allí que prefiriera con mucho la música, el
rock, a la lectura. Me parecía más adecuada a mi carácter y más contestataria. Con
la música experimentaba la rebeldía, sentimiento que no había podido todavía
conocer en los libros. En ese momento los Beatles o los Rolling Stones estaban
más cerca de mis emociones y de mi mundo espiritual. Difícilmente habría
pensado que los libros se convertirían en una parte absolutamente esencial en
mi vida, una de las compañías que nunca he dejado.
El libro es un mundo
desconocido, que sólo se activa cuando un sujeto pasa por sus páginas le da
vida a eso que lee. Pero es un universo muy amplio y en cierta forma cerrado.
Entre ese gran volumen de libros, ¿qué leer?, ¿cuál de esos libros dispuestos
en la biblioteca es el que me va a hablar a mí de lo que siento, de lo que
busco, de mis angustias, de mis sueños? La respuestas a esa gran pregunta no es
fácil, no se encuentra en manuales, mucho menos en las lecturas obligatorias de
la escuela, casi siempre dirigidas más a la búsqueda de información que al
mundo de emociones que depara la verdadera lectura. Para poder disfrutar, por
ejemplo, de Cien años de soledad, la
magistral novela de Gabriel García Márquez, hubo de pasar mucho tiempo que me
permitiera olvidar los esquemas de lectura del colegio, el trauma que me
producía tener que memorizar cuántas eran las generaciones de Buendía, que al
parecer resultaba el punto más interesante para el profesor. Una noche, en
cambio, en la soledad de mi cuarto, mientras hojeaba los libros de la
biblioteca, se me ocurrió tomar uno en dos tomos, de carátulas amarillas por lo
envejecidas. Su título era Juan Cristóbal,
y su autor, alguien a quien nunca había escuchado nombrar. Roiman Rolland.
Comencé a leer las primeras páginas y ya no lo pude soltar. Allí parecía estar
la vida misma, las contradicciones del destino, la belleza de la amistad, los
encuentros del amor y del deseo, el sentido trascendente del arte. Eso fue ya
hace muchos años, pero todavía mantengo vivo el recuerdo de ese libro que me
deparó tantas satisfacciones y tantas angustias en las largas noches de lectura
que no puedo recordar sino como las mejores cosas que me ha brindado la
existencia.
Con esto quiero decir
que muchas veces los libros llegan nuestras manos por azar, se nos presentan y
nos van abriendo caminos para el encuentro de otros. Dejan semillas en nosotros
y como buenos amigos se despiden para que encontremos nuestra propia ruta. En
una entrevista que le hiciera Marta Rivera de la Cruz a Álvaro Mutis, el gran
poeta y narrador colombiano, y en relación con la lectura, éste dice:
"A lo que quiero llegar es que la lectura obligada es
nefasta. A los jóvenes aquí presentes, nunca lean por obligación. Lean por
placer, tengan una profunda sospecha –estoy hablando de literatura, ¿eh?, no de
química ni de trigonometría ni ninguno de esos horrores- si les aburre un libro
acuérdense de mí, por favor, ciérrenlo y no sigan leyendo, y si es posible
tírenlo. Lean cuando sientan que el libro comienza a formar parte de ustedes, cuando
sientan que se crea una compañía. Todo libro que no sea una compañía ya es
sospechoso. A veces cuesta trabajo llegar a ese estatus, a esa situación… a mí
me pasa con la poesía de Antonio Machado, que no me puedo mover de donde vivo a
ningún sitio sin llevar conmigo “Campos de Castilla”. Claro que éste es un caso
extremo…Pero, repito, al comienzo es posible que haya… no sé, un proceso de
conquista. Pero sepan que sin el placer de esa comunicación con el libro todo
es inútil."
Pues bien, el placer
de esa comunicación es algo absolutamente personal, y eso es lo que hace que
cada quien tenga sus libros preferidos, que alguno de ellos pareciera que
hubiesen sido escrito sólo para nosotros, como hay personas sin las cuales no
podríamos imaginarnos la existencia. No hay que hacer mucho caso, entonces,
cuando nos hablan de la importancia de la lectura con palabras grandilocuentes,
porque el libro y la lectura se acercan más a la intimidad de una experiencia
personal, de una comunicación que establecemos porque nos gusta, porque así lo
queremos, porque nos sentimos en buena compañía.
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