miércoles, 26 de junio de 2013

Un lustro sin la luz de Montejo

Julio Bolívar
Tuyo es el tiempo cuando tu cuerpo pasa
con el temblor del mundo,
el tiempo, no tu cuerpo.
Eugenio Montejo

Eugenio Montejo.  Foto Gorka Lejarcegi
I
Hace cinco años se fue de esta tierra Eugenio Montejo (Caracas,19 de octubre de 1938 - Valencia, 5 de junio de 2008). De él nos quedaron sus libros y la imagen de su serenidad, su sabiduría y la búsqueda de la música en la poesía. Generosidad y amplitud, firmeza en sus ideas y respeto por el otro, reconocimiento de una tradición y una lengua, conciencia sobre la lengua de donde venimos y de las voces que nos precedieron.



II
Montejo nos dejó varias lecciones a las que creo, debemos atender. Pienso en su humildad y la atención que prestó a su lenta y segura. La otra viene de una experiencia de lectura en Barquisimeto, cuando lo invitamos a propósito del lanzamiento de una colección de poesía que hicimos en la ciudad, a la que llamamos como el título de uno de sus poemarios, El hacha de seda.
Como siempre aceptó de manera generosa, pero antes me había pedido buscar un poema de “algún poeta de Lara, ido hace tiempo”, recuerdo que me insistió en que, al menos hubiera muerto hace más de 50 años. Revisamos algunos nombres hasta encontrar al poeta del Tocuyo  Roberto Montesinos, el poeta, autor de unos de los más bellos libros del simbolismo venezolano: La lámpara enigmática. Obviamente ya lo conocía, como en muchos casos de los poetas de principios de siglo, que leía secretamente buscando los antecedentes y predecesores de nuestra contemporaneidad. Me pidió un poema específico, le hice una selección, pero recuerdo la lectura de aquel soneto perfecto titulado La Ventana. A la hora de iniciar su lectura en el Colegio Universitario Fermín Toro nos recordó de la manera más sutil, que no estamos solos cuando escribimos, que venimos de una tradición y de unas fuentes en donde bebemos para poder escribir. Esta fue, a mi juicio, la lección más duradera, que en mi caso he recibido. Después de hacer aquel homenaje a la memoria de otro poeta, Montejo inició su lectura, diría, que un poco más sosegado.

III.

Creo que todos recordamos su famoso poema que comienza: “Hablan poco los árboles, se sabe” (Los árboles); unos años antes, en la isla de Margarita, lo había invitado para llevar adelante una parte de la Cátedra de Literatura Venezolana que realizaba el antiguo CONAC anualmente en los estados del interior del país.  En aquella oportunidad acompañaría a Gustavo Pereira, Freddy Castillo Castellanos y yo me encargaría de la literatura para niños y jóvenes. De aquella visita a la isla me quedó una impresión sobre el carácter de Montejo. Su observación serena de los árboles. Preguntaba sobre los que no conocía y se quedaba detallándolos escrupulosamente, como si conversara en silencio con ellos. Luego, nos interrogaba por el nombre de los que no conocía,  de allí, siempre prometía una nueva visita con su esposa Aymara; la otra, fue dejarnos una inquietud, buscar la obra de unos de los poetas fundamentales de la generación del 18, Vicente Fuentes, aquellos poetas fundacionales de las posteriores vanguardias del 28 y la de los años cincuenta.

Durante su lectura en el Museo Narváez de Porlamar, recuerdo algo en lo que no había reparado antes. Los poemas que se recordarán de un poeta no pasan de ocho, me dijo.  Inmediatamente reafirmó esta certeza y de donde venía, se trataba del poeta uruguayo Jules Supervielle; Montejo aspiraba que sólo recordaran de los suyos, apenas  unos cinco poemas. Luego me inquirió sobre el tema: ¿Cuántos poemas recuerdas de Quevedo? En ese momento, después de un esfuerzo penoso, apenas tres poemas llegaron incompletos a mi memoria; Amor constante mas allá de la muerte; Definición del amor y otro más de sus satíricos textos sobre algún bujarrón. Eso fue todo. Al llegar a casa el primer libro que abrí fue la edición de las obra completas en verso del poeta español. Todavía recuerdo los mismos tres poemas.

IV

La serena firmeza de Eugenio Montejo ante el poder fue proverbiar. Vi a Eugenio, en varias oportunidades en Caracas. Una en el inefable Metro de la ciudad, en el que le entregué un libro y otra, de las tantas veces, en una de las ferias del libro que organizaba el Ministerio de Cultura, en el Parque del Este. Recorrimos los stand tranquilos y si prisa. Un amigo común, que llevaba los  asuntos con los medios de nuestro Ministerio, se acercó a saludar y pedirle al poeta de Alfabeto del mundo, que el ministro quería reunirse con él, que lo recordaba como su profesor de poesía o algo así.  Montejo, con la elegancia de un estilista, se negó haciendo mutis y en silencio, como siempre, se retiró del parque sin terminar su recorrido.

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